Golpeé la puerta por tercera vez con más insistencia y esperé con la frente apoyada en la madera. Necesitaba hablar con Sienna, ella sabía algo, estaba seguro. Pero por mucho que busque y que llame a su puerta se negaba a verme o cualquier otra persona.
Layla había dicho que quedó afectada por el ataque, que no podía dejar de llorar y que se sentía culpable. Aunque yo no le creía, conocía a Sienna, sabía por qué eran sus lágrimas y su falsa culpa, pero no me importaba, necesitaba hablar de lo sucedido, de la mujer, de lo que sea que significara lo que dijo sobre mi lugar a su lado. Necesitaba que abra la maldita puerta, y se lo dije en múltiples ocasiones, aunque ella siguió sin responder.
Suspiré y volví a mi habitación. Estaba cansado. En cuanto la mujer se fue sentí que la poca energía que tenía se escurría fuera de mi cuerpo. Según Raven, caí desmayado junto a Tajo, no supieron si estaba vivo hasta que se acercaron y nos levantaron.
No supieron qué sucedió con la mujer, ni siquiera sabían de la conversación, ellos solo vieron que salimos del agua y caímos rendidos en cubierta. No volvieron a verla a ella, tampoco vieron cómo le salvó la vida a Tajo ni oyeron la conversación que tuvimos. No sabían del trato tampoco y eso me dejó confundido y aliviado.
Me recosté mirando el techo y reviví todo una vez más. Había muerto, él había muerto. Tajo había muerto. Recordaba el océano, la oscuridad, el frío que nos envolvía y mis brazos alrededor, buscando su vida, su brillo.
Cerré los ojos y… oí pasos fuera de mi puerta. Esperé y se detuvieron. Creí que era Layla o él, que iría por Layla, que oiría su puerta abrirse y los pasos desaparecieron, pero no lo hizo. No sucedió. Los pasos quedaron estáticos y me levanté para oír mejor. Solo que no hizo falta para saber quién era, era él, podía sentirlo.
Me acerqué hasta apoyar la oreja sobre la madera y de repente oí su voz, baja, rasposa:
—Baker… ¿aún me odias?
Abrí la puerta y lo miré. Estaba allí, era él, estaba vivo y mi corazón se aceleró más cuando alzó la cabeza asombrado y parpadeó. Abrió la boca, la cerró y bajó la cabeza arrepentido. Se veía ojeroso, cansado y cuando volvió a mirarme buscó algo en mi rostro, hasta que de repente volvió a mis ojos y sus mejillas se tornaron rojas.
Abrió la boca y sacudí la cabeza.
Parpadeó, sus ojos brillaron y dio paso hacia mí. Me aparté para que entre, pensaba que mi corazón no podía latir más rápido que en ese momento, dolía, sentía algo extraño en el vientre, pero de repente Tajo se avanzó y lo tomé de la nuca. Él me envolvió, unió nuestros labios, me empujó dentro de la habitación y yo cerré la puerta tomándolo con fuerza. Lo empujé contra la madera y me presioné sobre él sin dejar de besarlo, sin dejar de sentir cómo tomaba mi rostro con ambas manos, cómo me acariciaba los hombros, la espalda y el vientre, hasta que nos volteó y me empujó presionando las caderas juntas.
Bajé las manos por sus brazos, su cintura y lo sujeté frente a mí, frotandonos. Lo oí contener un gemido, gruñir y luego bajó sus labios hacia mi cuello dejando pequeños besos, mordiscos, presionandome contra la puerta con las caderas mientras sus manos me sujetaba el rostro.
Hundí las manos en su cabello, lo abracé con fuerza, me estremecí cuando beso el espacio detrás de mi oreja. Gemí, no pude contenerme y también suspiré. Tomé las esquinas de su camisa y acaricié su piel caliente, sudada. Apreté sus caderas con los dedos, roce el elástico de sus pantalones, acaricie la piel debajo, y él volvió a gruñir.
Se presionó con fuerza, frotandonos, rozando nuestros miembros, y lo empujé sobre la cama. Él me miró asombrado, respiraba con dificultad, tenía el rostro enrojecido, sudado, y el cabello revuelto. Nunca lo había visto tan encantador y atractivo, o quizás sí, hace años, pero no era lo mismo, en ese momento él era mío, para mí. Estaba así por mí y eso me puso más caliente, me hizo sonreír con el pecho vibrando, con el corazón acelerado. En la habitación hacía demasiado calor y probablemente era mi culpa, pero no importó. Él alzó una ceja ante mi sonrisa, inclinó la cabeza y también sonrió, pero su expresión era diferente, falsamente suspicaz. El calor me subió desde abajo del vientre y él lo notó, sus expresión cambió, la sonrisa desapareció y sus ojos se llenaron de deseo.
Avanzó hacia mí y lo tomé el rostro, besándolo, hundiendo los dientes, apretando sus labios y abriendolos para mí mientras me rodeaba con los brazos. Toqué su lengua, lo acaricié y me acerqué más, presionado nuestros cuerpo juntos, controlando la chispa que quería envolvernos por completo para demostrar lo que sentía, cuando me ponía.
Bajé las manos hasta su camisa y la quité, besando su pecho, sus hombros, su cuello. Él me tomó del trasero y hundió los dedos, gimió en mi oído y subió las manos sobre mi vientre hasta mi pecho. Apretó la palma encima de mi corazón y la dejó allí mientras hundía la lengua en mi boca y me sujetaba el cabello.
Lo empujé hacia la cama y en cuanto cayó me senté a horcajadas sobre él. Sentía su bulto, las manos que me presionaban las caderas para rozarnos, sentía su piernas flexionadas contra mi trasero y cuando me moví lo oí gemir de nuevo, más fuerte, contra mi oído. Ese hombre era mi sueño desde pequeño, hacía que mi corazón se acelere, se caliente, hacía todo con solo mirarme porque le pertenecía. Siempre lo había hecho. Y al tenerlo debajo mío solo pude pensar en que lo quería y nada más importaba, en el miedo que tuve al verlo morir, en lo poco que importó todo lo otro y solo quise una cosa, estar a su lado.
—Baker —susurró y fue entonces que me tomó del rostro y me atrajo para besarlo. Besé sus mejillas, su cuello, besé su pecho acariciando con la lengua y comencé a bajar oyendo su respiración cada vez más acelerada—. Baker espera… Tengo algo que decirte.
Sonreí cuando soltó un gruñido profundo y me acerqué a su rostro para besarlo.