Llegamos a Rosewood dos días después y, luego de horas en completo silencio y quietud incómoda, el barco cobró vida. Layla y yo estábamos en la cocina cuando Raven entró resoplando y con las manos masajeandose las sienes, se había peinado y ya no tenía barba. Parecía más joven. Buscaba algo con los ojos desorbitados, casi enloquecido, y al vernos asombrados por su nuevo aspecto se detuvo, rodó los ojos, soltó una grosería y salió con los puños apretados.
—¿Estaba sobrio? —preguntó Layla entre risas, sabiendo que el pirata podría oírla, y yo asentí riendo también—. Eso sí que es nuevo…
—¿Qué es nuevo? —preguntó Tajo entrando y el silencio volvió a ser incómodo. Estaba vestido como un marino, con una chaqueta blanca de franjas doradas, pantalones blancos rectos y lisos y sus medallas condecoradas brillando en el pecho. No parecía él.
Layla se levantó apretando los labios, se negaba a mirarlo, tomó la jarra de la que había estado bebiendo agua y salió.
Tajo suspiró y me miró, pero no habló.
—Te queda bien —dije para llenar el silencio, y señalé el uniforme. Sus mejillas se tornaron rojas y bajó la mirada.
—Es un estúpido uniforme, no…
Me levanté.
—Iré a prepararme.
—Baker…
Me detuve en la puerta y lo miré.
—¿Has visto a Sienna? —pregunté y él resopló.
—¿No está en su habitación?
Sacudí la cabeza.
—No responde. Layla también la llamó pero al parecer no está. —Él solo me miró y solté una mueca—. ¿Crees que debería entrar?
Encogió los hombros y caminó hacia la salida con los hombros tensos, gruñendo:
—Ya durmieron juntos, no sé por qué no deberías.
Y luego salió.
Suspiré con una sensación extraña en el pecho, una presión molesta, y caminé hacia las habitaciones arrastrando los pies. No quería pensar en eso, no quería pensar en nada. Me detuve frente a la puerta de Sienna y miré hacia el pasillo pensando en volver por licor a la cocina. Fue lo único que me ayudó a tolerar el día de viaje en silencio, encerrado y mirando el techo para no lanzarme al mar. Demonios, tenía que recuperar mi corazón y no sabía cómo hacerlo. No me atrevía a pedírselo, no luego de la otra noche, quería evitar hablar, cruzarnos y estar en el mismo espacio que él, pero a veces parecía que me buscaba y aparecía de improvisto. Eso complicaba las cosas, cuando no estaba alrededor estaba en su cuarto. ¿Cómo iba a robar mi corazón si no tenía oportunidad?
Me detuve frente a la puerta de Sienna por quinta vez ese día y golpeé con los nudillos. Era preocupante que no responda, casi podía decir que extrañaba que entré a mi habitación a gritar o a llenarme de chismes sobre lo que oyó o vio. Pero de nuevo, no hubo respuesta. Apoyé la mano sobre la madera y empujé justo cuando la puerta de al lado se abría. Layla asomó la cabeza con la mirada curiosa.
—¿Qué haces?
Encogí los hombros.
—No responde y necesito saber si está bien.
—Lo sé, yo también llamé varias veces — dijo y se enderezó con un resoplido, cruzó los brazos sobre el pecho y asintió colocándose a mi lado con las cejas hundidas. Empujé la puerta y al instante tuve un escalofrío. Todo estaba oscuro, había cubierto la única ventana y no se veía casi nada. Encendí una llama en la mano para iluminar el interior oscuro y observé de reojo a Layla contener la respiración.
La ignoré.
—Sienna —llamé con un paso al frente. Hacía frío y el fuego en mi palma menguó por un momento antes de crecer de nuevo. Me acerqué a la pared lejana, donde un horrible vestido cubría la ventanilla, y lo arranqué de un tirón.
Layla contuvo la respiración y me volteé a verla descruzar los brazos.
—No está —dijo asombrada. Me giré hacia la pequeña habitación de madera con más ropa y baratijas que jamás vi y la busqué entre los montones que no dejaban ver el suelo. Layla se acercó a mover prendas hasta encontrar la cama hecha y ordenada. Me miró preocupada—. ¿Dónde fue?
Negué recordando su mirada cuando la mujer llegó. Estaba molesta, triste. Dijo algo sobre que fueron a buscarme, pero ¿qué significaba?
Layla se sentó con un suspiro y miró alrededor con los ojos brillantes y los hombros hundidos.
—¿Y si se la llevaron a ella también? —susurró con el mentón temblando y yo bufé.
—Ya la hubieran traído de vuelta. —Caminé alrededor apartando más y más vestidos. ¿De dónde había sacado dinero para tantas prendas y dónde las compró? Es decir, sabía que en la isla gasto un buen dineral, pero eso era exagerado.
—Baker —llamó Layla y al mirarla comprendí que estaba a punto de romper a llorar.
—Ella quería volver al otro mundo —aclaré con tono suave porque sus ojos estaban cada vez más rojos—. Si la mujer se la llevó fue porque Sienna lo quiso.
Me volteé para que no vea mi vacilación. La mujer no fue por ella, fue por mí, ¿entonces dónde estaba Sienna?
—¿Qué es eso? —Preguntó y la miré, había sacado algo de abajo de las almohadas y lo sostenía entre sus manos con los ojos muy abiertos. Me acerqué y miré la pequeña nota encima. Reconocía la letra y el nombre encima. Fruncí el ceño y me alejé.
—Las cartas que enviaba Tajo.
Layla alzó la mirada, confundida.
—¿Pero por qué las tenía ella?
—Porque intenté quemarlas.
Layla parpadeó. Tenía los ojos enrojecidos y brillantes, parecía una niña con las mejillas ruborizadas y la boca entreabierta.
Me volteé hacia la puerta. Sienna no estaba allí, no sabía dónde pero tenía que buscarla, encontrarla. Saber que estaba bien o que no había hecho nada estúpido. Me preocupaba. ¿Había huido? ¿De qué? ¿De mí? ¿De la mujer?
Crucé el pasillo pensando en recorrer el barco de punta a punta, cuando oí mi nombre. Me giré.
Layla se acercó con la pila de cartas en la mano y me la tendió.
—Son para ti— dijo y apoyó la mano sobre mi hombro sin dejar de mirarme con una mueca extraña, casi una sonrisa de disculpas. Las tomé asombrado de su voz, quebrada, baja, rasposa, y ella se apartó para volver a su habitación.