—Ya oscureció —murmuró Layla y yo asentí. Hace mucho había oscurecido, lo sabíamos por los cambios de guardias y por la brisa que se colaba por la puerta cuando se abría y se cerraba. Había una tormenta de esas que te eriza la piel, podía sentir la tensión en el aire con cada respiración que tomaba, y no podía ignorar que algo incómodo crecía en mi interior. Iba a ocurrir algo, no sabía qué, tenía un presentimiento.
La puerta se volvió a abrir y me asomé por los barrotes esperando ver a Jet. Vi el cabello de Layla, su nariz intentando asomarse también, vi sus manos sujetando los fierros sucios, y en el pasillo un guardia cualquiera.
Ella giró el rostro hacia mí y me observó con oscuridad antes de apartarse. El guardia caminó hacia el final del pasillo, apenas nos prestaba atención y silbaba por lo bajo sin percatarse de nada. Habíamos esperado a Jet por horas, nos consolamos con la idea de que aparecería pronto, que nos liberaran de una u otra forma. Pero el tiempo pasaba y él no llegaba.
El guardia pasó junto a la primera celda, luego la de Layla y de repente una mano salió disparada hacia su cuello y lo golpeó con fuerza contra los barrotes. Una vez, dos, tres veces y por fin cayó desparramado junto a la chica que lo sujetaba.
—Revisa sus bolsillos —gruñó Layla y comencé a buscar las llaves palpando con dificultad.
El guardia comenzó a revolverse, estaba despertando, y Layla lo tomó de la mandíbula con fuerza, apretando los dedos a cada lado y gruñendo con voz profunda, amenazante:
—Abre la puerta. —El guardia comenzó a sacudirse desesperado por la falta de aire, pero ella no lo soltó—. Abre la maldita puerta.
Él apretó los labios, la miraba igual de furiosa que ella y a pesar de las amenazas no cedía. Entonces saqué una mano, la apoyé en sus pantalones y la encendí en llamas controlando la chispa hasta que quedó desnudo y los trozos en el suelo alrededor, junto a la llave.
Me agache y la tomé, pero el guardia la tapo con el pie y me gruñó.
—Sueltala —bufé y volvió a gruñir sin aire—. Suel…
Layla lo sujeto en la entrepierna.
—Suelta la maldita llave o juro que te lo arranco.
El guardia abrió los ojos como platos, estaba ruborizado, sudaba y parecía con menos aire y valor que antes. La miró, quitó el pie y gruñó algo que no logré oír, pero Layla sí y la hizo enfurecer.
Abrí la puerta justo cuando el color del rostro del pobre hombre pasaba a blanco y caía inconsciente al suelo, desperramado, desnudo y con marcas extrañas en el miembro.
—¿Qué le hiciste? —pregunté mientras abría la puerta de la celda de Layla.
—Algo que me enseñó Vesper, no podrá cogerse a ninguna mujer nunca más en su vida —bufó y cuando salió lo miro con repulsión—, ni siquiera a las putas. ¿Estás listo?
Asentí y caminamos a la puerta. Usaría la chispa si era necesario, no importaba la mujer, ni lo que había dicho mi padre, ya no debía ocultarme. Nos detuvimos para mirar fuera, a los guardias, y…
—Baker. —Me detuve por el susurro y miré alrededor. Alguien se había levantado en la primera celda y nos miraba con las manos en los barrotes—. Baker, soy yo.
—Debemos irnos —gruñó Layla mirando fuera y yo me acerque al hombre en la celda.
—Puedo ayudarlos, puedo ayudarlos. Saquenme de aquí —dijo desesperado y me acerqué un poco más para ver sus rasgos.
—No vale la pena —bufó Layla y al fin lo reconocí.
—¿Ye Joon? —Miré a Layla molesta junto a la puerta—. ¿Tú sabías que estaba aquí?
Ella rodó los ojos.
—Lo vi al llegar.
—¿Qué haces aquí?—pregunté a mi amigo y sus ojos se tornaron brillantes cuando saqué las llaves de la puerta de la celda y volví para liberarlo.
—Me retuvieron hace unos meses cuando quise colarme en un navío para huir de la isla, creyeron que era un pirata y me metieron en la celda hasta mi juicio —dijo con las manos en los barrotes. Temblaba, estaba delgado y había algo en su mirada que me inquietaba, desesperación. Tiré de la puerta para abrirla y él se lanzó sobre mí, envolviendome con ambos brazos—. Gracias, gracias. Amigo eres… te debo la vida.
Me aparte riendo y a punto de hacer una broma, cuando oí un disparo.
Layla había salido.
Corrí detrás, azotando la puerta con fuerza justo cuando un segundo disparo resonaba en la diminuta habitación y observé a los tres hombres en el suelo y a los otros cinco alrededor de una mesa, mirando a Layla encima con odio y armas de distinto tipo. Pero ella no parecía intimidada, más bien parecía… furiosa.
—¡Vuelvan a sus celdas! —gritó uno de los hombres al verme y Layla le dio una patada en el rostro con tanta fuerza que lo lanzó hacia atrás. Otro de los hombres quiso sujetarla de las piernas, pero lo tomé de los hombros y lo empujé lejos.
—¡Den alarma al palacio!¡Los delincuentes peligrosos han huido! —gritó otro y el más cercano a las escaleras se volteó y salió corriendo.
El hombre que empujé lejos se lanzó sobre mí y lo golpeé en la nariz. Oí el gruñido, fue asqueroso, y lo vi gritar de dolor y horror cuando la sangre brotó de él, pero no podía detenerme. Lo tumbé de una patada y le arrebaté la espada de la cintura. Layla tumbó al primero que golpeó, se lanzó sobre el que quedaba y al cabo de un momento estuvimos solos, oyendo la respiración agitada de otro, mirando alrededor en busca de otro obstáculo.
—Wow —dijo alguien a mis espaldas y al voltearnos vimos a Ye Joon envuelto en una manta junto a la puerta que conducía a las celdas. Le brillaban los ojos y las mejillas y en las manos tenía un pedazo de pan que masticaba mientras hablaba—. Eso fue genial.
Layla lo ignoró y me miró.
—Debemos salir. —Asentí y caminamos hacia las escaleras. Subimos, no había mucho hasta la superficie, al llegar fue poco el protocolo de encarcelarnos, pero una cosa era segura, no sabíamos donde estaba el palacio o dónde debíamos ir, por lo que al llegar a la cima nos detuvimos.
—¿Hacia dónde está el castillo? —pregunté intentando observar algo, pero la tormenta, la niebla y no saber dónde demonios estaba me lo dificultaba. Layla apretó los labios observando en todas direcciones y luego bufó.