Que George se lancé al suelo y huya con las manos sobre la cabeza nos quitó la responsabilidad de mantenerlo vivo y protegerlo. Su chillido fue algo que no esperaba, y al gritarlo que era el rey y que nadie debería lastimarlo sentí algo parecido a la vergüenza, no por él sino por Raven.
Dos hombres esperaban en el pasillo armados con espadas. Tenía el uniforme de la Marina y además unas protecciones de metal que cubrían su pecho, rodillas y cabeza. Gritaron una advertencia, dijeron algo sobre detenernos por órdenes de alguien, pero apenas los oí cuando Layla se lanzó sobre el primero y yo sobre el segundo.
Teníamos una sola espada.
Layla arremetió cortando los muslos y deteniendo el golpe, gritaba, parecía enojada y se movía con la fluidez propia de una bailarina. Cortó, giró y al instante el segundo se lanzó a defender a su compañero, pero lo golpeé con fuerza, tumbandolo una vez y apoyando la mano sobre la hojalata de su pecho para calentarla, derretir la protección y hacerlo chillar de miedo.
Intentó golpearme, alejarme, gritó por ayuda y cuando Layla terminó con su oponente se acercó.
—¿Dónde llevaron a Tajo?
—¡No les dire!
Sonreí y apoyé la mano sobre su rostro cubierto, calentando la protección, mirando sus ojos muy abiertos, nerviosos. Y luego, algo pasó zumbando junto a mi oído y se clavó en el cuello del hombre. Una flecha. Y luego otra y otra. La oreja me ardió y toqué con los dedos la sangre que brotaba de un pequeño corte.
Miré al hombre, muerto. Muerto. Lo habían matado.
—¡Baker, cuidado! —gritó Layla cubriéndose con los brazos para protegerse. Apreté los dientes y sentí que algo me empujaba hacia adelante, que se clavaba en mi hombro, que encendía un ardor desconocido y me llenaba de fuego, de caos.
Layla ahogó un grito y la observé con los ojos abiertos en mi dirección. No fue necesario preguntar por qué, los túneles brillaban por el fuego que escurría de mis heridas y la cabeza comenzó a darme vueltas. Sentía un vacío extraño, un placer embriagador, algo que me corría por los brazos y quería liberarse mientras la segunda y la tercera flecha daban contra mi cuerpo.
Me volteé en busca del enemigo y entrecerre los ojos cuando lo vi moverse, cargar una flecha y disparar. Zumbó, oí el viento cortado, y luego una pequeña varilla se clavó en mi vientre. La miré con el corazón acelerado, furioso. Calor, ardor, fuego. Rojo. Y estallé, liberando la chispa que se revolvía nerviosa, que quería cobrar venganza. El túnel se volvió de fuego, calor. Era un arma llena de pólvora y yo un proyectil que se disparó hacia el muro de personas iluminadas que se apresuraron por cargar más flechas.
Gritaron al verme llegar, alzaron las manos como si pudiera protegerse del fuego y luego cayeron hacia los lados, chamuscados en sus uniformes marinos.
Me volteé hacia Layla agazapada detrás de uno de los marinos con protecciones y ahogué una mueca.
—Lo siento.
Se levantó apartando el cuerpo, fingió limpiarse la ropa para disimular los temblores de las manos y me gruño:
—Avisa cuando vuelvas a hacer eso.
Asentí y continuamos hasta el final, donde una mujer nos esperaba con aspecto molesto.
—¿Dónde están los marinos? —preguntó y nos miramos antes de señalar hacia atrás. Enfureció—. Quedan arrestados bajo la orden de la Marina…
Me reí y Layla le dio un puñetazo que la lanzó de culo al suelo.
—¿Dónde se llevaron a Tajo? —gruñó tomándola del cabello para alzar su rostro.
—El hijo de Noelia le pertenece al rey Tristan —respondió la mujer de la misma manera, y Layla la azotó contra la pared—. Golpéame cuando quieras, no llegaran a él.
—¿Qué quieres decir? —pregunté deteniendo a Layla cuando iba a golpearla, pero la mujer rió con los diente rojo por la sangre. Miré a Layla con el corazón apretado—. ¿Y si ya lo subieron al barco?
Negó.
—La tormenta…
La mujer rió.
—La tormenta no es nada comparado con el castigo que caerá sobre ustedes. El rey Tristan encontrará la entrada y pagaran por no obedecer…—Layla le dio un puñetazo y la mujer cayó inconsciente contra la pared.
—Debemos ir al muelle —dije y negó.
—Hay que continuar, debe haber una salida hacia el muelle al final.
—Si no la hay estamos perdiendo el tiempo.
—Si volvemos también —bufó ella y nos volvemos hacia ambos lados. George podría ayudarnos, decir si había una salida al final o deberíamos volver, indicarnos cuál era la ruta más rápida, pero por mucho que lo busquemos no había rastro de él y ya no teníamos tiempo.
—Volveré —dije. Me había esforzado por oír algo más allá del silencio, por buscar una salida al final o algún pasadizo. Quise sentir algún vestigio de viento, de frío, necesitaba algo que calme el fuego que me corría por las piernas por querer huir lo más rápido posible, pero allí no había nada y con cada segundo parecía que las paredes se cerraban más y más.
Layla me miró con desacuerdo, abrió la boca y se detuvo. Pensaba, movía la espada como un péndulo, apretaba los ojos y cada cientos tiempo murmuraba, hasta que al final asintió.
—Cubriremos más terreno así —concedió y se volteó hacia el pasillo—, si lo encuentras antes, prométeme que harás cualquier cosa por salvarlo.
Asentí pensando en la carta que no leí, en la petición de ir a rescatarlo, en lo idiota que me sentí luego, en la celda. Supongo que hablaba de eso, de mi orgullo, mi estupidez que a veces me cegaba. Di un paso atrás y me detuve a mirarla con el corazón apretado. Ella se habia volteado, caminaba con la espada a un lado, poderosa, vibrante, parecía la mujer más valiente que vi y eso me hizo estremecer. No me necesitaba, de eso estaba seguro, pero de pronto fui consciente de su crecimiento, de que la pequeña niña enamorada de Tajo, la que competía por su atención, la que una vez me confesó que él era de ella, se había convertido en una mujer. Y sonreí mientras me volteaba y corria, recordando la primera vez que la vi, cuando envolvió las piernas alrededor de él y lo beso frente a todos y el corazón me dolió tanto que no supe por qué, qué me sucedía, no supe que gracias a ella comprendí algo importante. En ese momento eramos niños, recordaba sus mejillas regordetas y sus ojos brillantes, era letal pero también era una ternura, una belleza delicada, dulce. Y todo aquello se perdió bajo la hermosura letal de sus ojos, de sus rasgos sensuales, definidos y sus movimientos suaves y gráciles.