El tesoro al final del mundo

Capítulo 70

Tomé al soldado del cuello, lo empujé hacia la pared y apreté los dientes al sentir cómo el golpe me sacudía el brazo. Alzó la mano, me sujetó para que no vuelva a hacerlo y repetí el golpe. Una vez, dos y cayó.

Estábamos cerca de los camarotes de almirantes. Llegamos a la conclusión de que el plano del navío era el mismo que el barco en que habíamos viajado, los mismos pasillos, la misma cocina, los mismos camarotes. Y considerando que la habitación donde dormía Tajo tenía la placa de capitán, supusimos que ahí estaba Tristan. Pero avanzar estaba siendo más difícil de lo que pensábamos, los soldados nos esperaban con espadas y gritos, algunos temblaban, otros gruñian furiosos, pero ninguno era un verdadero obstáculo y en cierto momento tuve ganas de escribir otra respuesta.

Querido Tajo:
Tenías razón, estos soldados son unos inútiles en combate, yo también rompí algunas narices, y brazos, algunas piernas también, y Layla castró a al menos cinco. Son una vergüenza. Crees que con los dientes que obtuvimos podremos hacer collares, te haré uno bonito, quizás pueda hacer brazaletes también. Espero que te guste.

Tu amigo, Baker.

No. No era correcto que diga “tu amigo”. Cuando lo pensaba recordaba el “tuya”. Yo también quería ponerle “tuyo”. Aunque pensarlo hacía que la chispa encienda. “Tuyo” no podía ser otra cosa que mi corazón en su posesión, cuando lo recupere ya no sería “suyo”. ¿No?

Pateé a otro soldado y le robe la espada. No quería apropiarme de algo de la Marina, no me interesaba que tan superior pudiera sentirme, era humillante pelear con algo de la Marina.

Me volteé para detener un golpe que venía desde arriba con el filo, giré la espada y se la arrebate a otro soldado. Él me miró furioso, era pequeño, rubio y con los ojos demasiado grandes. Parecía un niño. El uniforme le quedaba grande y por la manera en que sus orejas se tornaron coloradas supe que era un novato.

Otro novato.

Me reí.

Que ironías tan crueles.

Querido Tajo…

—¿De qué te ríes, pirata? —gruñó con voz furiosa, girando el puño para golpearme en el mentón. Y yo solo lo miré, asombrado y divertido, el golpe apenas fue un roce porque su pie resbaló. Tropezó hacia adelante y cayó sobre mí.

Lo sostuve con una ceja alzada, mirando sus mejillas rojas, sus ojos enormes e irritados.

—¿Quieres un momento? —pregunté con voz baja y él se apartó de un salto, lanzando otro puñetazo a mi rostro. Pero me aparté con una risa, entretenido—. Eres algo tierno…

—¡Callate! —Quisó tirar otro puñetazo, golpeó la pared y se apartó apretando los dientes por el dolor. Me miró furioso y con los ojos brillantes, y gruñó, pero yo solo me reí.

—Pon el pulgar fuera de la mano —aconsejé luego de ver cómo se rompía el pulgar. Me miró más furioso e incapaz de moverse por el dolor, pero yo solo me encogí los hombros—. Es mejor que practiques, las roturas de dedos son lo peor. —Me acerqué con voz grave, altanero—. ¿Quieres que te revise?

Sus ojos se agrandaron cuando lo toqué y se apartó.

—¡Alejate, tu…!

Alcé una ceja e incliné la cabeza con curiosidad cuando apretó los labios.

—¿Tú qué? —pregunté con encanto y él parpadeó más ruborizado, más furioso.

—¡Baker, deja de jugar! —gritó Layla detrás, lidiando con dos soldados.

Me reí y miré al niño molesto, ruborizado.

—Lo siento, debo irme. Si me permites…

—¡No, no te dejaré pasar! —gritó alzando ambas manos, una de ellas morada. Me acerqué con pasos lentos, pausados, tomándome un momento para divertirme con su mirada asombrada y sus mejillas enrojecidas. Nunca ignoré el atractivo de mi aspecto, en ciertas ocasiones logre obtener beneficios o castigos por ello. Brighton decia que era arrogante y oí a Leon, uno de los espadachines del barco de mi padre, decir que si le interesaba a Tajo era por mi aspecto, no por mi falta de astucia. Aunque nunca me lo tome en serio, no con él, no con quienes me importaban. Y quienes no, eran un simple juego. Como la mujer del mercado o aquel soldado, que apretó los labios alzando la mirada mientras me acercaba y quedó paralizado cuando me detuve a un palmo de su rostro, sonriendo.

—¿Me harás hacer algo que no quiero?

Parpadeó.

—¿Qué no quie…? —Otro marino lo empujó y cayó de nuevo sobre mí. Se apartó ruborizado, asombrado, pidió disculpas, parpadeo y enfureció, pero no me atacó. Apartó la mirada, se alejó y corrió lejos.

Me reí.

Querido Tajo, desearía que hayas visto mi arma secreta al menos una vez…

—¡Baker, deja de jugar, debemos irnos!

Rodé los ojos y miré a los soldados inconscientes a su alrededor.

—Tienes todo controlado —bufé pasando por encima de varios cuerpos.

—Eres consciente de que…

—¡Alto! —gritó alguien y alzamos la cabeza hacia una soldado con un arma larga apuntando a Layla. Se veía agitada, enojada pero no vacilaba. El dedo en el gatillo, los pies firmes. Abrió la boca para gritarnos de nuevo y algo en mi interior se apretó al comprender que Layla estaba delante.

Avancé un paso con la chispa en la punta de los dedos, preparado para hacer cualquier cosa para salvarla y vi el dedo moverse en el gatillo. La mirada furiosa, determinada. Vi los mechones de su rostro y la mano que apareció detrás con una botella y la golpeó con fuerza.

Ella dio un paso atrás bajando el arma, se tocó la cabeza y giró hacia la persona detrás aún con la botella, asombrado.

—¿Qué demonios crees que hacer? —gruñó la soldado y Eric palideció con la botella alzada.

—Eh… —soltó y nos miró pidiendo ayuda.

Di un paso al frente y la soldado volvió a apuntarnos.

—¡Alto!

Eric la golpeó de nuevo y ella se tambaleó. Se volteó para apuntarle gritando por explicaciones y él solo balbuceó. Nos miró y por un momento tuve la impresión de que diría algo. La mujer volvió a gritar que suelte la botella y él se estremeció dejándola caer.



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En el texto hay: boylove, friends to lovers, enemis to lovers

Editado: 10.06.2025

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