Trastabillé sin poder detenerme, ni salir, ni mirar nada que no sea la figura frente a mí y golpeé la pared. O más bien, la pared me detuvo. No sabría decirlo, solo sé que de repente la distancia que podía poner terminó y Tajo continuó avanzando con las cadenas rodeando sus brazos.
—¡Cuidado! —gritó Eric y yo solo pude mirar a la persona que tenía enfrente y tragar saliva creyendo que el golpe vendría de él, de sus manos alzadas, de los grilletes con muñecas. Pero no vi sus pies, las cadenas que lo rodeaban y la manera en que con un giro azotó el metal sobre mi costado como si fuera un fino cordón. Solté una mueca de dolor, sosteniendo el golpe con la mano, y volví a oír el grito—. ¡Apártate de ahí!
Giré hacia un costado cuando Tajo azotó la cadena contra la pared donde había estado mi cabeza y apreté los dientes por el esfuerzo de moverme rápido.
—¡Tajo! —grité cuando tuve que volver a girar y esta vez fue su puño el que me golpeó. Detuve el primero, el segundo y… No vi la mano que se acercaba como garra a mi cuello. Me sujetó con fuerza, apretando los dedos, las uñas, e intenté tomarlo por las muñecas cuando el aire comenzó a faltarme—. ¡Tajo, soy yo!
—¡No te oye! —gritó Eric desde la seguridad puerta. No lo había visto entrar luego de salir disparado y al aparecer Tajo no llegaba allí. Me sacudí, no iba a golpearlo, no quería lastimarlo estando tan vulnerable, pero el aire escapaba de mi cuerpo y el agarrare sobre mi cuello se presionaba como si el objetivo fueran mis huesos—. ¡Baker, liberate!
—¡No ves que no puedo! —gemí tomando el bloque de metal con ambas manos. Tiré de él hacia adelante, hacia atrás, lo sacudí para que pierda la estabilidad y eso lo hizo enfurecer porque me tomó el cuello con ambas manos y siguió apretando, ahorcándome.
La visión se me oscureció de a poco, no podía respirar, no podía moverme.
Volví a intentarlo, tomé el bloque con menos fuerza, lo golpeé, lo aparte, lo sacudí, pero no me soltó y el tiempo cada vez era menos.
Ya no oía, no podía sentir nada. Y mi corazón…
Algo apareció por el costado y nos empujó con fuerza. Tajo me soltó. Cayó. Y yo caí de rodillas tomando una bocanada de aire profunda, sujetándome el cuello, mirando como Eric intentaba apartarse de él con desesperación, gimiendo, arañando el suelo para alejarse mientras Tajo lo sujetaba de la pierna para atraerlo.
Lo sujetó con firmeza. El sonido de las caderas era escalofriante, los gritos, la desesperación de Eric cuando Tajo se sentó sobre su pecho y presionó los pulgares sobre sus ojos.
Me levanté para ayudarlo. El dolor de mi cuello era ardiente, mi respiración era rasposa. Di un paso y Tajo alzó la cabeza en mi dirección. Tomó la cadena de su pierna, la giró y azotó mi hombro.
Eric luchó, empujó el bloque de su cabeza, quiso patearlo, lo tomó de la camisa con los puños y al sacudirla la tela cedió hasta ser jirones sobre un cuerpo semidesnudo.
—No puede ser —soltó asombrado, sin moverse, y Tajo volvió a atacar.
Me avancé sobre él para tumbarlo y giramos juntos, enredándonos en las cadenas.
—¡Baker, cuidado! —volvió a gritar y al instante Tajo tomó un conjunto de cadenas y aprisionó mi pierna. Me atrajó sin detenerse, azotando las cadenas libres contra mis costados, y grité molesto, inclinándome a pesar de los golpes para liberarme.
Me aparté hacia la pared junto a Eric.
—¿Cómo puede atacarme si no puede verme ni oírme? —pregunté frustrado e intentando calmar mi corazón, viendo como volvía a ponerse en pie respirando con dificultad.
—¿Nunca estuviste en sus estúpidos entrenamientos? —bufó Eric moviéndose en círculos alrededor de Tajo—. Esos piratas le enseñaron a pelear sin ver ni oír, solo guiándose por sus instintos. Lo convirtieron en un monstruo.
Tajo giró la cabeza hacia él y contuve la respiración observando cómo se movía, cómo giraba la cabeza, cómo usaba las cadenas en el suelo para saber dónde estábamos.
—Genial —dije fascinado, porque para mí no era un monstruo, para mí era el mejor peleador que jamás conocí, fuerte, rápido, capaz de pelear sin mirar ni oír, encadenado. Oh dioses, si hubiese podido lanzarme sobre él en ese momento lo hubiera hecho porque mi interior se llenó de calor y quise sonreír, gritar, saltar.
Era Tajo, mi Tajo. El Tajo del que me había enamorado.
—No es genial, ¡nos va a matar! —bufó Eric corriendo hacia la puerta porque Tajo lo había percibido y lo seguía con la cabeza. Alzó la cadena y la azotó sobre sus piernas un momento antes de que pudiera llegar a la puerta—. ¡Ay, mierda!
Eric se arrastró hacia la puerta y se detuvo a mirarnos con el pecho agitado y los ojos rojos. Estaba molesto y por la manera en que sujetaba su pierna parecía incapacitado.
—Lo hace a propósito —murmuró mirando la piel amoratada, y luego volvió a fijarse en Tajo—. Sabía que iría a la puerta, me golpeó para que corra más rápido.
Sonreí y asentí. Yo también lo había visto. Se estaba divirtiendo.
Era genial.
Y de repente giró el bloque de metal en mi dirección.
Sostenía entre las manos la cadena.
Apreté los dientes y me preparé. Él creía que estaba torturando marinos, no lo podía culpar, pero demonios, el metal dolía más que los puños.
Lo levantó para girarlo en los puños y avanzó.
—¿Baker, que es eso? —preguntó Eric y casi lo miró, casi me distraigo.
Era lo que él quería, tomarme desprevenido. Su instinto lo hacía peligroso, calculador.
—¿Qué? —pregunté sin perderlo de vista. Alzó el brazo, creí que me azotaria el hombro, pero al intentar esquivarlo no vi su otra mano moviéndose por debajo más rápido. Y entonces me golpeó los tobillos.
—¡Cuidado!
—¡Ya sé! —grité desde él suelo y me aparté poniendo espacio entre ambos.
—¡Mira su pecho, cerca del hombro! —gritó Eric—. ¡Hay algo!
Apreté los ojos para ver entre la penumbra. Podría prender fuego, podría iluminar todo, pero algo me decía que no era correcto hacerlo allí, con él cerca.