El tesoro al final del mundo

Capítulo 78

—Baker, podrías pasarme los libros que Eric dejó.

Dejé las cartas a un lado y me levanté. No eran horarios para leer, ni siquiera sabía que decían las cartas por lo pesado que sentía los párpados y más de una vez la cabeza se me cayó hacia adelante, pero como Tajo se negaba a dormir nos turnábamos para cuidarlo.

—¿Dónde están? —pregunté arrastrando los pies hacia donde su dedo señalaba intentando hacer el menor ruido posible. Era imposible, tantos libros acumulados en pilas… cayeron dos torres y apenas logré sostener la tercera cuando oí la voz de Layla.

—Deberías descansar —dijo Layla recostada a su lado. Me tomé mi tiempo para buscar, no sabía cual de los cientos de libros era el que él quería, pero tampoco me esforzaba. Ella tenía razón, tenía que descansar.

—Estoy aburrido —dijo él sin dejar de señalar—, quiero algo para hacer.

—Descansar también es hacer algo —dije riendo y tomando los que reconocí debajo de la libreta con la pluma. Se los entregué a su cara malhumorada y me senté en el sillón.

—Descansaré cuando resuelva esto —bufó abriendo el primero encima de las piernas. Lo dejó a un lado y tomó la pequeña libreta para sacar la pluma roja de en medio. Se veía mejor que la última vez, lisa, renovada, como si hubiera revivido. Y a pesar de eso contuve la respiración por la idea de que podría tocarla, podía tomarla en ese momento, podría cumplir la promesa, ponerlos a salvo de mí…

Pero él la tomó con suavidad y seguridad, como si ya supiera lo que era, cómo usarla, la manera en que cada trazo se sentía como una caricia, un soplido de alivio, y, dándose un momento para leer lo último que escribió en la libreta, y la apoyó sobre el papel.

Sonreí aliviado, mirando la tinta, el rojo...

—¿Qué es esto? —preguntó Layla inclinándose hacia lo que él acababa de escribir.

—La traducción de un mapa —respondió trazando líneas que no tenían sentido para mí. Ya hacía un tiempo que no intentaba entender lo que escribía. Él sabía más que yo, a veces lo veía escribir en otras lenguas, como en el barco, como en los diarios que llevaba siempre consigo o en los libros que leía cada vez que caía la noche.

—¿Eso es lo que hablaron con Samuel? —pregunté absortó con las líneas, y él negó.

—No, con él hablé de otra cosa.

—¿Qué es “El sol naciente”?—preguntó Layla de repente, enderezandose mientras se frotaba los ojos, y él volvió a sacudir la cabeza apretando los labios.

—No es nada.

—Es el barco de Tristán —respondí con seriedad y él alzó la cabeza asombrado. Encogí los hombros molesto con su evasiva y luego lo enterré en el interior sabiendo lo que podría significar—. Me lo dijo Eric.

—¿Por qué quieres ir allí? —preguntó Layla con voz rasposa y él se volteó hacia ella tomándose un momento para mirarla antes de responder con voz dura, baja.

—Mi padre está allí.

—No lo sabes —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Samuel te dijo que no está confirmado.

Tajo apretó los labios.

—Odio estar de acuerdo con el marino —dije—, pero Eric dijo lo mismo. No es seguro que tú padre esté allí.

—Tristan me dijo que sí —bufó Tajo mirándome con la misma expresión que a Layla. Y le sostuve la mirada porque sabía lo que podría significar, sabía que él necesitaba que le creyera.

—Tristan quería tenerte allí, Tajo. No puedes lanzarte a la pelea por un rumor —dijo Layla y él arrancó la mirada de la mía para volver a enfocarse en el libro sobre sus piernas.

—No es un rumor, yo lo sé —gruñó y apretó la punta de la pluma sobre el papel, haciendo que la tinta se desparrame y forme una mancha en medio. La alejó, bufó una maldición y continuó con la mano tensa—. Iré allí sin importar qué me digan tú, tú o Samuel…

—Iremos contigo —dije con suavidad y él tragó duro y gruñó sin levantar la mirada del libro.

—No se los estoy pidiendo…

—No —interrumpió Layla con una sonrisa cómplice—, pero igual lo haremos.

Tajo guardó silencio con la cabeza baja y la mano quieta, a centímetros del papel. Estaba tensó y por mucho que intente no podía disimularlo. Pero no insistimos. Me recosté en el sillón tomando sus cartas, aquellas pequeñas partes de él que me entretenía conociendo, y las apreté aunque no tuviera energía para leerlas.

—¿Para qué es la transcripción? —preguntó Layla al cabo de un momento, abrí los ojos cayendo en cuenta que me había dormido mientras él volvía a la calma y escribía.

Lo miré moverse para responder, tomar valor, respirar profundo.

—Tristan me dijo que me daría a mi padre si le enseñaba la entrada al final del mundo.

—¿Cómo? —pregunté, y él movió la cabeza un poco, lo suficiente para negar.

—Mi madre logró saber dónde ir, pero no la manera de entrar. Ella no quiso darle esa información y huyó. —Levantó la pluma del papel—. Yo debo decirle la manera de entrar para que libere a mi padre, y debo entregársela en la isla Yoko.

Sentí algo extraño, incómodo. Oí la voz de la mujer en mi cabeza, vi a mi padre señalar en el mapa la mancha, vi a los tripulantes entre la niebla espesa, gritando y desapareciendo. La isla Yoko no era una desafío para cualquiera, mi padre perdió navegante allí y no fue fácil salir. No quería que Tajo fuera allí. La chispa saltó en mi interior y él me miró de manera extraña, como si supiera qué sucedía, como si presintiera que dentro mío nacía una inseguridad que nunca tuvo lugar hasta que oí a la mujer.

—¿Por qué la isla Yoko? —pregunté fingiendo normalidad.

—Porque allí está la entrada al fin del mundo —respondió apretando la pluma, los labios y volviendo al libro con el ceño fruncido.

—¿No es allí donde hacen “El festín del venado”? —preguntó Layla en mi dirección y yo negué.

—Son rumores.

Tajo levantó la cabeza.

—¿Qué es “El festín del venado”?

—Hace años corrió un rumor de que un grupo de aristócratas que dicen ser “Las siete estrellas” compraban humanos y los liberaban en la isla para jugar a cazarlos —dije encogiendo los hombros—. Decían que la localización de las islas cambiaba pero nunca conocí a nadie que haya visto aquello, y mi padre siempre dijo que no era real.



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En el texto hay: boylove, friends to lovers, enemis to lovers

Editado: 17.09.2025

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