El aroma ácido del vómito y la orina me hizo arrugar la nariz. Apreté los labios para no toser. Ese lugar era horrible, pero según Ye Joon era el mejor luego de que un extraño incidente provocó un incendió en la taberna más popular. El marino tosió a mi lado y se cubrió la nariz y la boca conteniendo las arcadas. Balbuceó algo, no logré comprender qué, se volteó y vómito.
Hice todo mi esfuerzo por no imitarlo.
El lugar no era como el anterior, era más parecido a una mansión abandonada al borde de un acantilado. No estaba oculta y tampoco tenía intención de prohibir personas desconocidas, más bien parecía el tipo de lugar al que nadie en su sano juicio iría. Ni siquiera mi padre. Ni siquiera el diablo.
Por lo que Je Yoon dijo, era la casa de un aristócrata famoso que, por las tormentas y las condiciones del acantilado, decidió abandonarla por miedo a un derrumbe. Poco después, los desocupados se hicieron cargo y abrieron un famoso burdel que a la vez funcionaba como club de peleas y casa de apuestas. Y si, olía a eso y a mucho más. Como pescado muerto, sangre, basura, orina, mierda y más cosas asquerosas que vinieron a mí como una bofetada.
—¿El bardo está en este lugar? —preguntó el marino enderezandose con el rostro pálido. Ye Joon encogió los hombros y alzó la servilleta.
—Aquí dice eso. —Me la devolvió y sonrió—. El lugar se llama “Falda de monja”, es conocido por engañar inocentes.
—¿Por qué se llama Falda de Monja? —preguntó el marino.
—Porque nadie se atrevería a revisar lo que hay dentro.
—¿Y creíste que la marina podría tender una trampa aquí? —bufó Samuel cubriéndose la nariz y la boca con asco.
—Hace mucho no vengo —respondió Ye Joon—, estos lugares pueden cambiar de la noche a la mañana…
Asentí, era cierto. Los lugares así siempre estaban en peligro por sus actividades delictivas, aunque nunca cerraban. Se mantenían en los márgenes, semi ocultos, usando a aquellos que por un poco de dinero podían ignorar lo que sucedía, y continuaban. Una vez oí a Brighton decir que era como un pasaje al infierno, por lo bueno, lo placentero, lo terrenal, o por lo malo.
Nos acercamos a los escalones de la entrada. La vieja mansión aristocrática quedó atrás hace mucho, las rejas y torres es que servían como límites estaban destruida casi en su totalidad y la fuente frente a los escalones, rodeada por un pequeño jardín, el basurero de algunos tontos que pensaron que era divertido. De los cuatro pilares que sostenían el techo, solo quedaban dos en pie y ninguna ventana se encontraba entera. El moho y el salitre hicieron lo suyo con las paredes y al tocar el suelo de mármol vi grietas, rayones, manchas de fluidos que era mejor no saber qué era.
Caminamos hacia la enorme puerta de madera negra con tablones clavados, agujeros de bala y una diminuta ranura, y Ye Joon golpeó tres veces.
La ranura se abrió. Dos ojos negros se asomaron con desconfianza.
—¿Quién? —dijo una voz grave del otro lado.
—Venimos a buscar a alguien —dijo mi amigo y el hombre gruñó.
—Aquí no hay nadie, vete. —La ranura se cerró.
—Oh, genial —bufó el marino rodando los ojos y Ye Joon sonrió y volvió a golpear.
—Oí que hoy es noche de apuestas.
La ranura se abrió y el hombre nos miró.
—¿Por qué debería creer que ustedes tienen dinero? —preguntó con una ceja alzada.
—Yo no lo tengo —dijo Ye Joon alzando las manos con inocencia. Dio un paso atrás y me tomó de los hombros—. Pero mi amigo es el gran Baker Lain, hijo del emperador pirata más grande que jamás navegó los mares. —Se inclinó fingiendo cubrirse la boca—. Su cabeza vale más de lo que todos en este lugar pueden tener…
Los ojos oscuros se clavaron en mí.
—Eres un Lain, ¿eh? —Asentí inflando el pecho, orgulloso del nombre de mi padre, y sus ojos se suavizaron—. Lamento lo de tu padre. Era un gran hombre.
Solté una mueca, incómodo.
—Gracias.
—¿A quién buscan? —preguntó.
—Seamus Pichet.
El hombre tomó una respiración profunda, se apartó, cerró la ranura y al instante se oyó un fuerte rechinido. Un golpe, dos y la puerta se abrió lentamente, dejando salir una nube de humo blanco y olor a tabaco que me hizo arrugar la nariz.
Ye Joon fue el primero en entrar.
—Está en el fondo —dijo una voz cercana, gruesa y rasposa—, si tienen suerte aún está lúcido. —El hombre de la puerta la sujetaba abierta para que entremos y nos miraba con indiferencia. Era alto, tan grande como la puerta y con el cabello negro y graciento. Intimidante. Esperó que el manino entrara último, cerró la puerta con una enorme madera en medio y se sentó en un banco junto a esta.
—Por aquí —dijo Ye Joon y lo seguimos por una de las tres aberturas que había en la entrada.
El recibidor conservaba algo de sus mejores tiempos. El techo era algo, había un candelabro con luces que no funcionaban, pisos oscuros, paredes blancas con fluidos y macetas que seguramente tuvieron plantas. Estaba abandonado, pero se lograba ver una casa en aquel lugar.
Detrás de la puerta había una enorme habitación que supuse que era el salón. En medio habían colocado una mesa circular con un agujero en medio desde donde una joven atendía con una sonrisa a los hombres que se acercaban con los vasos vacíos. Tenía botellas y cosas colgando del techo como si fueran un extraño candelabro de chatarras, y a su espalda podía ver cajones con botellas llenas. Esa debía ser la parte de la taberna. Había música, personas bailando, mesas, sillas, había mujeres insinuantes sobre el regazo de algunos hombres y pobres diablos que dormían donde cayeron rendidos.
Olía asqueroso y el humo se concentraba en el aire.
Ye Joon cruzó hacia la muchacha, se inclinó para decirle algo y ella le señaló una de las esquinas del lugar sin dejar de sonreír y atender. Caminamos hacia allí y pasamos por una puerta a la siguiente habitación, una especie de descanso donde había hombres y mujeres en situaciones íntimas. Allí hacía demasiado calor y solo basto una mirada para saber que el marino estaba ruborizado y era incapaz de levantar la cabeza. Me reí.