Hacía muchos años, una guerra inició entre ambas razas. Los bípedos se enamoraron de nuestras voces y los valiosos tesoros marinos que guardamos. Por esto, comenzó una guerra que duró décadas, hasta que el líder Liw Ko decidió que iniciáramos una vida nueva en un sector más frío y en paz, lejos de ellos… Pero, ir a la superficie aún es de cuidado, mientras su obstinación y avaricia siga en sus corazones.
He oído esa historia muchas veces. Cada cierto tiempo el viejo Dipsi la cuenta a los más jóvenes y, aunque no soy joven, me han obligado a escucharlo una vez más. Seguro temían por mis escapadas, pues, aunque en mi casa de rocas y coral se estaba muy bien, yo prefería nadar con delfines o ballenas y explorar el extenso Océano. Alguna vez intenté ir al sector Antártico, pero fui rápidamente desmotivado por el frío que hacía allí. Quizás descubrieron que rompí las reglas hace tiempo, cuando siguiendo a un delfín llegué hasta la playa, donde una jovencita de cabello castaño nadaba sola. Sus facciones tan exóticas llamaron mi atención, no pude dejar de mirarla. Por su parte, supongo que ella no estaba enterada de la guerra entre nuestras razas, al menos en ese entonces, porque no dudó en invitarme a conversar junto a las rocas. Era una niña interesante, pero conversar era peligroso y, cuando se acercó alguien más, hui sin intención de volver.
Me encontraba sumido en mis pensamientos cuando Dipsi subió la voz, dando un final nuevo a la historia: “Estos seres han bajado a nuestros terrenos, se dice que buscan la Piedra del Mar para destruirnos a todos. Lo que no saben es que, también podrían destruir sus tierras con eso. Ya que el mar podría secarse en sus manos.”
—¿Qué? —No pude evitar alzar la voz. Eso no me lo esperaba.
Los más jóvenes lo rodearon y llenaron de preguntas, yo lo miraba sorprendido cuando llegó Aluhe a buscarme. Estaba atrasado para la reunión con el líder.
No podía ser una coincidencia que justo ahora fueran a enseñarme el poder de la Piedra del Mar.
Crucé los páramos del Océano Pacífico, siguiendo pensativo la estela de burbujas que dejaba por delante mi amigo, cuando llegamos al límite de la vieja ciudad. Vi al líder con los brazos abiertos y una sonrisa, que se difuminó cuando pregunté sobre la invasión.
—Es verdad, Quillen, está pasando.
*****
En una de las islas del sur de Chile, el alcalde se había presentado a hacer una declaración oficial en la plaza central. El pueblo, como en varias ciudades vecinas, estaba asustado y temeroso, pero el hombre, en su mejor tenida, se paró frente al podio e informó que no debían preocuparse; que su gente trabajaba incansable hace semanas para solucionar el problema de la escasez de agua, y estarían bien; que aún había suficiente para todos. Rosa se alejó de la multitud, pensativa. La realidad actual solo confirmaba que los cuentos y leyendas sobre los Sumpai eran falsos, o resguardarían los mares y lagos, haciéndolos que sean extensos. Pensar así solo la ponía triste, puesto que, en sus recuerdos, estaba la imagen de un Sumpai de hermosos rizos dorados y, si eran falsos, no era más que un sueño muy vívido de su niñez.
Antes de seguir su camino, pasó a la biblioteca de la ciudad para saludar a su abuela que ahí trabajaba desde hacía muchos años. Le contó lo que decía el alcalde y recibió el almuerzo que le guardaba en una lonchera.
—¿Hoy también trabajas? —Le preguntó la mujer, amablemente.
—Sí, Güeli, papá irá por Carol. Yo me juntaré después con unos amigos.
—Diviértete esta noche, te lo mereces. —Sonrió, antes de recibir el libro que le devolvía su nieta—. Supongo que te llevarás otro.
Rosa recorrió los estantes y sacó nuevamente un libro de leyendas; aquel que le gustaba tanto y hablaba sobre los Sumpai que habitaban el sur de Chile. Era viejo, y cada cierto tiempo lo volvía a sacar de su estante.
Entonces, se despidió y siguió camino a su trabajo de medio tiempo. La otra, mitad del tiempo cuidaba a su hermana pequeña. Pasaba las siguientes horas esperando algún cliente en el bazar de ropa, mientras tanto, se dedicaba a leer y ahora releía uno de sus clásicos preferidos, lo recordó al escuchar al alcalde. Buscaban la solución para la sequía mundial, y en ese libro hablaban de una piedra mágica protegida por los Sumpai; un tesoro que podía inundar la tierra de agua; uno de los tesoros más poderosos y valiosos que existían.
«Si las leyendas fueran ciertas, ellos podrían salvar las aguas con él…»
Al caer la tarde, Rosa no llegó con sus amigos, había decidido que tenía edad para averiguar si su encuentro con ese ser marino había sido real o un sueño nada más. Se dirigió al muelle, donde habló con el viejo Petarco y le pidió uno de sus botes. Cruzando las olas siguió camino a la isla que anhelaba visitar; la que dio origen a un sinfín de leyendas que había oído desde su más tierna infancia.
Las olas eran más poderosas mientras más cerca estaba de llegar; casi como si las aguas quisieran impedirle acercarse a la playa. Cuando al fin llegó a una orilla, arrastró el bote hasta llegar junto a un árbol, donde pudo dejarlo amarrado. Aunque no se sintió segura del nudo que hizo, no le dio mucha importancia. Caminó buscando la formación de rocas que se mencionaban en la leyenda y, al mismo tiempo, pensaba en su padre; seguro le diría que hacía una estupidez, pues él, si no había visto algo, no creía en ello.
Editado: 01.10.2023