Rosa corrió hacia donde pensó que estaba la isla, es decir, en la misma dirección que el resto de los humanos. Atrás de ella, los Sumpai se reunían, convirtiéndose en una gran multitud. Pudo sentir el terror; eran una gran cantidad de hombres y mujeres altos y desconocidos, que los miraban con el ceño fruncido.
Tardó varias horas en volver al pueblo a pie, en el camino lamentó varias veces no haber guardado mejor su teléfono. El que si bien intento recuperar ya no servía, en la caída se había rasgado la bolsa llenándolo de agua, sin contar que la pantalla estaba completamente rota. Su abuela no estaba en ninguno de los lugares conocidos con ella, por lo tanto tampoco sabía nada de su hermanita. Golpeó las puertas de sus vecinos pidiendo saber algo, pero nadie estaba en casa. La alarma de tsunami se había activado, haciendo huir a todo el pueblo hacía los sectores más altos, y las personas con autos incluso salieron de la ciudad… la gente seguía aterrada cuando llegó al cerro, pero allí no estaba su abuela. A quien sí encontró fue a su padre, pero tampoco sabía nada de la anciana.
Pocos días después iniciaron las batallas; apenas llegaron los marinos a la orilla, llevaban armas de fuego y atacaron sin piedad. Fueron semanas en que humanos y Sumpai se enfrentaron. Eran más fuertes que los humanos… No solo físicamente, como los seres mitológicos que eran la magia estaba de su lado.
Rosa y su padre consiguieron pistas del camino de la abuela: podría estar camino a Villarrica, donde vivían sus otros hijos, o quizás en Coyahique buscando a su hermano menor para resguardarse. Por eso, el adulto decidió que tomaran caminos diferentes para encontrar a las dos. Él iría a Coyahique. Decidió esto porque pensó que su hija estaría mejor mientras más se alejara de la zona y los seres marinos. Pero, estaba equivocado… los Sumpai eran muchos y rápidamente se dividieron para conquistar desde el litoral. Hacerse con el sur de Chile fue lo primero, y por eso, Rosa estuvo en menos de un mes rodeada por ellos.
Se refugió en casas abandonadas con otros humanos mientras intentaba avanzar hasta Villarrica, y cuando llegó tuvo que buscar un nuevo lugar en el cual esconderse. Llevaba dos meses sin ver a su familia, y apenas teniendo lo suficiente para sobrevivir. Aquello se notaba en su rostro empolvado, ropajes sucios y cuerpo cansado. Cuando estuvo a punto de ser capturada por unos Sumpai, un adulto de voz gruesa intervino ayudándola a huir, entonces le informó que Osorno seguía siendo de los humanos, y allí estarían a salvo. Estando allí, los militares le proveyeron de alimento y abrigo; sentirse limpia fue como una experiencia nueva de satisfacción. Y aunque no encontró a la Güeli ni a su hermana, pudo saber que su padre seguía con vida y que la mujer se encontraba cerca.
Había tomado camino a Villarica buscando a su familia, así que, de querer encontrar a su hermana, tendría que adentrarse en la ciudad.
Aunque estaba feliz de saber que iba por buen camino, el riesgo que representaba la tenía asustada, y tras llegar a la casa de sus parientes y encontrarla habitada por seres marinos, entendió que la única forma de acercarse a su hermana sería dejar que la capturen…
Ella misma se entregó, acercándose a un viejo edificio en que tenían viviendo a una gran comunidad de humanos. Los Sumpai no preguntaron mucho, solo le ordenaron ingresar y le entregaron ropa básica mientras le dictaban las reglas del lugar.
Durante las pocas horas de libertad que les daban por día, Rosa consiguió tener muy poca información; solo supo de un sector en que tenían niños y así fue como, tras varios intentos fallidos, consiguió dar con un grupo de pequeños que jugaba en una plaza. Fue como un sueño, al fin se encontraba con su hermana pequeña. Al primer contacto, corrieron para abrazarse mutuamente.
—La abuela dijo que papá vendría a buscarme, ¿dónde está? —Insistió la pequeña, con sus ojos llorosos.
—Él… él está buscando a la abuela, sí. Me pidió que yo te recogiera. Mira, cuando te diga, correrás conmigo, ¿sí?
—Pero, dijeron que no debemos alejarnos. Después nos darán de comer.
—Mírame. Si les hacemos caso, van a separarnos. Debes venir conmigo.
Entonces, ambas corrieron apenas tuvieron la oportunidad, alejándose de los marinos que vigilaban a los niños y se acercaron al límite de la provincia. Rosa intentaba llegar de vuelta a Osorno, pero escabullirse y correr con una niña pequeña no es lo mismo que hacerlo sola.
En menos de una semana, terminó encerrada con su hermana en un campamento para humanos, y fingiendo ser madre de Carol consiguió que no las separaran. Estar ahí no era tan malo como pensaban antes; la verdad es que no les faltaba más que comodidades. Aunque, el campamento estaba en un edificio en construcción, se veía que sería un lugar bastante firme y lindo. Los dormitorios estaban tras unas grandes puertas de madera, eran redondas y tan pesadas que solo los Sumpai conseguían abrirlas con facilidad. Tal vez era algo de magia, pues no parecían ser tan fornidos realmente. Una parte de Rosa comenzaba a preguntarse si lo mejor sería esperar a que su padre las encontrara… porque un nuevo intento de escape podría llevarlas a morir.
Se hubiera sorprendido mucho de saber que su padre, en ese momento, estaba trabajando para los marinos. Se infiltró como espía, y terminó siendo su amigo. Encontró que para cambiar su destino y dar con sus hijas sería mejor conocer bien al enemigo… así es como, sin esperárselo, consiguió al mejor de los aliados. Se acercó a él sin saber quién era, diciendo la verdad. Tenía información sobre la humana que estaban buscando… una jovencita llamada Rosa.
Editado: 01.10.2023