El tesoro de un Duende

La desdicha de un Duende

Capítulo 9

Narrador: Jarom Bradley

Un castigo.

Una maldición que me ha llevado a la desesperación, el sufrimiento y la desdicha. 

Errante en el mundo de los humanos al que ya no pertenezco; exiliado por el de los duendes y los seres fantásticos y no admitido por el de los muertos al cual amaría ir para obtener descanso. 

En la soledad que me vuelve loco al ritmo de mis pensamientos y de los recuerdos que desgarran mi alma hasta dejarme en un oscuro abismo del cual creo no tener salida. 

Si pudiera devolver el tiempo jamás hubiese salvado al hada en apuros; maldigo con todas mis fuerzas ese día en el cual decidí meter mi nariz en asuntos que no me conciernen. ¡Qué idiota fui al pensar que conocer un hada me traería buena suerte y resultó ser una total maldición no solo para mí sino también para mi familia!

Ciento ochenta años han pasado desde que el castigo de Elina fue sobre mí y el peso de estos años ha dañado mi cordura, si es que algún día la tuve.

Recuerdo lo asustado que estaba cuando desperté en medio del bosque y desesperado corrí hacia mi casa en donde hallé a un padre preocupado y una madre en sus últimos días de vida. Pensé que por lo menos podría estar con mi familia pero me di cuenta de que ellos ya no podían verme u oírme por más que lo intentara. «¿Qué diablos me habían hecho?» —Me preguntaba una y otra vez. 

Resultó que a los duendes solo lo pueden ver las personas que crean en ellos y…, mis padres no creían en tales cosas. 

Mi madre cada día empeoraba, con un esposo que ya no sabía qué hacer por ella, y creyendo que su hijo que prometió volver los había abandonado, porque así decía una carta que les llegó que supuestamente yo les había enviado diciéndoles que lo sentía pero que ya estaba cansado de todo aquello y que ya era hora de hacer mi vida.

Fui a buscar a Elina pero la protección anti-duendes que cubre su casa no me permitía siquiera acercarme. Grité su nombre miles de veces en el bosque pero ella nunca apareció y la rabia me fue consumiendo por no tener respuestas de lo que me estaba pasando. Solo deseaba poder hablar con mis padres, solo eso; explicarles que su hijo estaba allí con ellos y que no sabía cómo pero iba a volver a la normalidad… Que no los abandoné.

Me tocó ver a mi madre agonizar hasta la muerte sin poder abrazarla o despedirme de ella; sin hacerle saber que su único hijo no los abandonó cuando más lo necesitaban. Ella murió creyendo que yo no fui capaz de seguir luchando por algo que ya no tenía esperanza y eso me partió el alma misma. ¿Saben lo horrible que se siente el dolor cuando no hay nadie que te dé un abrazo o te haga sentir acompañado? Pues, así me sentí yo: rodeado de gente que no me veía o escuchaba. Me sentía solo…, y es que era cierto, estaba solo.

Mi padre sintió un poco la soledad que yo tenía y se sumergió en el alcohol perdiendo casi todos sus bienes en ello. Para él estar borracho era su refugio pero se estaba engañando, el dolor seguía latente dentro de él y yo solo podía verlo sufrir sin poder ayudarlo. Murió meses después que mi madre y lo que más me desgarra el corazón es que todo fue mi culpa, a él le dolió la muerte de su esposa pero lo que más lo hizo sufrir fue no saber nada de su hijo… De su ingrato hijo que ni siquiera fue a enterrar a su madre. 

Y yo siempre estuve allí para ellos, nunca me aparté de su lado..., pero desgraciadamente no lo supieron. Lloré amargamente por todo. ¿Por qué me estaba pasando todo esto? A mí, un joven que solo tenía diecinueve años y que solo quería tener una vida normal en donde pudiera vivir tranquilamente con su familia. 

Hallándome solo en el mundo humano, decidí aferrarme a lo que me esperaba, busqué a los duendes ansiando que me ayudaran pero fui gravemente juzgado por el asesinato de dos de los duendes ancianos y por arruinar la oportunidad de vengarse de las hadas por el castigo que les dieron. 

Quisieron matarme pero no pudieron y hubiese preferido mil veces que eliminaran mi existencia que tener que seguir con este castigo. 

Yo mismo quise darle fin a mi sufrimiento y varias veces intenté suicidarme pero este encanto no me permite hacerlo y no es porque los duendes no mueran, la verdad es que el hierro o acero acaba con ellos así como yo acabé con los dos que habían raptado al hada. Como Elina colocó una excepción, solo cuando cumpla doscientos años llegaré a convertirme en un duende de verdad: mi cuerpo sufrirá una horrible transformación y seré como esos desagradables seres malignos. Hasta que no sufra la transformación me toca andar vagando solo hasta encontrar a alguien que pueda tomar mi tesoro.

Ciento ochenta años buscando a alguien a quien entregar mi tesoro para poder deshacerme de este castigo pero sin tener un buen resultado. 

Cada vez que hallaba a alguien que pudiera verme, como duende debía cumplirle un deseo y siempre les hacía desear encontrar mi tesoro, así que un arcoíris marcaba su curso hacia el bosque en donde la caja de monedas de oro de Elina (que ahora era mi tesoro), yacía escondida. Al principio pensé que sería muy fácil deshacerme de mi castigo pero cada vez que alguien tocaba la caja, una fuerza extraña se apoderaba de mí y ya no tenía dominio de mi cuerpo; no recordaba nada de lo que pasaba, solo veía el cuerpo de la persona tendido en el suelo con heridas profundas ensangrentadas hechas por garras... Por garras de duendes. No mucho tiempo después entendí que yo los había asesinado, sí, acabé con cada una de esas personas sin poder evitarlo. Este patrón se repetía una y otra vez cuando alguien tocaba el tesoro y era algo que no podía controlar y que no entendía.

Poco a poco me fui resignando y desistiendo de la idea de entregar mi tesoro porque aún cuando las personas eran buenas, terminaban asesinadas por mí. 

Con los años las personas han dejado de creer en las hadas y los duendes y eso me ha dado consuelo porque ahora muy pocos logran verme y no deseo tener que sacrificarlos aunque puede que uno de ellos me libere de este mal. No saben lo horrible que se siente saber que yo era un monstruo y que este encanto había acabado con mi humanidad. La única forma de evitar más muertes y de tener que lidiar con todos esos recuerdos de cada asesinato que me atormentaban día y noche, fue dejar de buscar a alguien que me ayudara a romper el encanto y mantenerme escondido.




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