El tesoro de un Duende

Salvado por Rachel

Capítulo 11

Narrador: Jarom Bradley

La loca roba manzanas me ha descubierto; después de veintiséis años sin hablar con un humano por estar escondido para que nadie pudiera verme otra vez, y ahora ella no solo me ha visto sino que sabe quién soy.

Nunca imaginé que Gabriel le iba a hablar a su hija sobre mí, pensé que me odiaba por lo que hice, sin embargo, le habló a su hija de mí aunque eso implicaba que no volvería a verme, ¿acaso quería que ella algún día me viera? 

No sé cuál era la razón de Gabriel, pero esta situación no me agrada, esta joven me descubrió y ahora debo cumplirle su deseo. ¿Y si Gabriel le habló de mi tesoro? No, no creo que quiera que su hija lo encuentre con el riesgo que correría, aunque viéndola me parece una chica buena, podría ser mi última oportunidad. 

¿Por qué ahora? Justo cuando solo faltan unos meses para transformarme completamente en un duende. No me gustaría tener que quitarle la vida a otra persona inocente, pero siendo sincero, no quisiera desperdiciar esta oportunidad que tengo delante de mí, de igual forma ya he asesinado a muchas personas y ella probablemente sea la última si no consigue librarme de este encanto. 

La veo caerse y dar un grito, al parecer se enterró algo en el pie. Camino hacia ella y la tomo por el brazo, ella enseguida me mira y la levanto de golpe sin nada de amabilidad. 

—¡Ay! ¿Qué haces? ¿No ves que estoy herida? —Exclamó enojada. 

Me pongo en cuclillas y levanto su pie con mis manos, ella se sostiene de mis hombros para no caerse. Saco una pequeña espina de su talón y deja escapar un chillido. Me pongo de pie delante de ella y le muestro la espina. 

—Es solo una pequeña espina, no te vas a morir por eso —mascullé con el ceño fruncido—. No seas tan dramática. 

—¿Dramática? —preguntó como si no creyera lo que acababa de decirle—. ¿Acaso no ves que tengo los pies lastimados por venir corriendo detrás de ti? 

—Yo no te pedí que vinieras detrás de mí —comenté ladeando la cabeza. 

—Eres un estúpido duende —murmuró y luego tapó su boca con las manos.

—¿Qué dijiste? —La miro con mi ceja izquierda en alto. 

—Nada, nada… —curvó sus labios en una sonrisa nerviosa.

Nos observamos por un momento y en sus ojos noto que implora que la ayude. 

—¿No estarás esperando que te lleve en mis brazos hasta la casa o sí? —Pregunto cruzando mis brazos sobre mi abdomen.

—Claro que no —vociferó. Coloca su mano derecha en su cadera —no necesito tu ayuda.

Se da la vuelta y comienza a caminar hacia la casa. Sus pasos son muy lentos y casi no puede afincar el pie en donde se enterró la espina. Sus pies están muy lastimados pero eso no es mi problema, yo me voy. 

Doy unos pasos hacia el bosque pero volteo a verla y algo dentro de mí me hace sentir mal por no ayudarla. 

¿Qué demonios me pasa? Soy un duende, debo ser egoísta y no me debe importar el sufrimiento de los demás. 

Sigo caminando hacia el bosque pero el remordimiento no me deja avanzar así que decido ayudarla. Camino detrás de ella y la cargo en mis brazos. 

—¿Qué rayos estás haciendo? —Murmura intentando zafarse.

—Solo cállate.

—Bájame, yo puedo sola —pelea y la aprieto con más fuerza. 

—Si no te callas te juro que me regreso y te dejo en el mismo lugar donde comenzaste —la amenazo mirando hacia adelante.

Siento cómo se relaja y no dice nada más durante el trayecto. 

Debo estar loco para estar ayudando a esta niña dramática. ¿Por qué no simplemente me fui? Eso habrían hecho los otros duendes. 

Llegamos a la casa y la coloco en el porche sin ser delicado. 

—Con cuidado —reclama mirándome. 

Me doy la vuelta y me dirijo hacia el bosque. 

—Gracias —balbucea suavemente detrás de mí. 

Levanto la mano sin voltear y sin detenerme como un gesto de que no hay problema y de que no me importa.

Desaparezco en la obscuridad del bosque.

 


Cuando llamaba a Elina, aunque estuviera lejos podía escucharme, como duende también tenemos esa sensibilidad con nuestros nombres, con la diferencia de que las hadas pueden decidir si acuden o no, en cambio si una persona dice nuestro nombre entonces acudimos al lugar como si fuese una orden, no podemos elegir. Y bueno, a mí se me ocurrió la maravillosa idea de decirle mi nombre a la joven dramática, sin contar que ella ahora tiene el poder de invocarme a cualquier hora y en cualquier lugar, solo basta con mencionar mi nombre y yo aparezco allí. Por eso desde hace siglos los duendes han optado por nunca revelar sus nombres, sin embargo, yo sigo sin poder guardarlo en secreto y me toca ser esclavo de un humano hasta que cumpla su miserable deseo. 

No me di cuenta del mal que me había causado hasta que la roba manzanas dijo mi nombre y tuve que acudir enseguida, sin poder negarme. 

Ella está recolectando manzanas y parece no darse cuenta de mi presencia.

—¿Para qué me llamaste? —Pregunto de mal humor.

—¡Qué rayos! —Exclamó dando un salto por el susto—. Me asustaste, ¿no te dije que dejaras tus bromas? —Me mira frunciendo el ceño. 

—Te oí llamarme, por eso vine —cruzo mis brazos sobre mi abdomen. 

—No, no te llamé —colocó la cesta de manzanas en el piso y me recuerda que debo reclamarle por estar robando mis manzanas. 

—Oh sí, sí me llamaste —afirmé con seriedad—. ¿Y por qué te robas mis manzanas? —Señalo la cesta. 

—¿Qué? —Inquirió levantando su ceja derecha—. ¿Tus manzanas? 

—Sí, esas son mis manzanas y tú eres una roba manzanas —declaro irritado.

—Para tu información estas manzanas ahora son mías —ladeó su cabeza—, están en nuestro terreno. 

—¿Su terreno? —No puedo creerme esto, esta tonta dice que mis terrenos son de ella. Niego con mi cabeza—. Estos terrenos me pertenecen así que esas manzanas también y tú me las estás robando.




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