El tesoro de un Duende

La llave del cofre

Capítulo 16

Narrador: Jarom Bradley

No me agrada en absoluto la idea de que otra persona pueda verme, y que esa persona se trate del hermanastro de Rachel. Quise mantener oculta mi identidad pero no resultó y aunque desconfío de él le he permitido a la roba manzanas que le cuente todo, porque ella está ilusionada con el hecho de que nos pueda ayudar.

Mientras Rachel le explicaba todo a su enamorado, no podía parar de pensar en Elina y en lo que había pasado en el mundo de los duendes. Era inevitable estar de mal humor después de aquello y el no poder desahogarme con Rachel me enfurecía más y el culpable era su tonto enamorado. 

Luego de que Adler se marchara, por fin pude sentirme cómodo nuevamente pero la roba manzanas parece estar enojada conmigo por el trato que le di a su enamorado. Es gracioso que delante de él se muestre tan infantil y conmigo parece una fiera; comienzo a pensar que solo a mí me trata de esa forma, pero sé que es su verdadera personalidad y no la de niñita sumisa que muestra a los otros. 

Su rostro sonriente cambia con la respuesta que le di y parece estar confundida. 

¿Qué estará pasando por esa loca cabecita? 

Después de unos segundos la observo acariciarse parte de su cabello que cae en su hombro derecho. 

—¿Yo…, yo te gusto? —Pregunta con voz temblorosa. 

Me quedo mirándola por un rato y luego exploto en carcajadas. 

Ella no entiende nada y lo demuestra con su rostro. 

Jadeando un poco me acomodo el mechón de cabello que se vino a mi frente. 

—Te preguntarás cuál es la razón por la que río tanto… —Ella asiente, desconcertada—. No tengo celos porque me gustas —mojo mis labios—, sino porque están enamorados. Yo solo me he enamorado una vez y es la causa por la que he sufrido durante ciento ochenta años. Tengo celos de ustedes porque a diferencia de mí, pueden enamorarse y vivir una vida feliz. 

Me alejo un poco de ella para mirar hacia la tumba de mi madre e inhalar el aire fresco.

—Ella deseaba que fuera feliz —continúo—. Que encontrara una buena mujer, me casara, tuviera muchos hijos y un lindo hogar donde pudiera crear los mejores momentos —suspiro—. Pero eso no se va a poder. Por eso me da celos verlos a ustedes con una vida feliz por delante… La que yo nunca he tenido y jamás tendré. 

Por unos minutos Rachel me observa detenidamente y con lástima. 

—Lo siento —murmura. 

Tomo una bocanada de aire mientras veo los árboles del bosque que se extienden delante de nosotros. Luego me doy la vuelta para quedar de frente a ella. 

—Odio ponerme sentimental. Esto es tu culpa, roba manzanas —bufé haciendo un mohín. 

Sus ojos bien abiertos en su cara de confusión me hacen soltar una risotada a la que ella responde con una sonrisa. 

—Me asusta tu comportamiento cambiante —ladea la cabeza. 

—Ya te acostumbrarás —le guiño un ojo y ella sonríe nuevamente. 

Mientras esperábamos al enamorado de Rachel, aproveché para contarle lo que me había pasado cuando me atraparon los duendes y todas las cosas que vi que estaban haciendo en aquel sótano. No pude evitar hablar con desprecio sobre Elina y cómo me suplicó que la ayudara, como si se le hubiera olvidado todo lo que me hizo. 

Rachel en silencio escuchó atentamente todo lo que dije y mostró mucho asombro cuando le dije lo que le habían hecho a Niebla y lo que luego le hacían a las hadas. 

—¿Entonces crees que están usando la sangre de las hadas para obtener más poder? —Indagó.

—Creo que sí, no encuentro una mejor explicación.

—Elina, ¿ella no era la hija de la reina de las hadas? 

Su pregunta me toma por sorpresa. Pensé que no recordaría toda aquella historia. 

—Sí, ¿por qué?

—¿Cómo es que la hija de la reina cayó en manos de los duendes? ¿Y por qué la reina no ha hecho nada para salvar a su hija? 

Sus preguntas me hacen analizar más a fondo la situación y tampoco consigo entender nada. Se me ocurre investigar qué está pasando con la reina de las hadas, saber por qué no ha buscado a su hija. Todo esto me está dando dolor de cabeza, no logro encontrar respuestas.

—Elina vivía con sus padres muy cerca de aquí —comento, mirando hacia la nada, pensando en la forma correcta de expresar la idea que se me ocurrió—, tal vez, tú podrías ir e investigar. 

—Estás loco si crees que me arriesgaré otra vez, ¿y si me atrapan? —Refutó, haciendo drama.

—¿Quién te va a atrapar? Los duendes me buscan a mí —proclamo, enarcando ambas cejas—. Pero está bien, puedes no hacerlo…

Cruza sus brazos y me mira directamente mientras levanta una ceja.

—Me da miedo, ¿está bien? —Su voz se apaga al final e inhala profundamente—. Pero si tú vas entonces yo te acompaño. 

—¿Crees que si yo pudiera ir te pediría que fueras? —Mi voz es áspera y me doy cuenta de que estoy siendo un poco desconsiderado, ella es solo una joven y no está acostumbrada a ponerse en peligro—. Disculpa, es solo que el no entender nada está acabando con mi paciencia. 

—¿Por qué no puedes ir a la casa de Elina? ¿Te trae malos recuerdos? —Indaga mostrando curiosidad. 

Su insinuación de que ir a la casa de Elina me trae malos recuerdos me hace responderle con una sonrisa de lado. 

—Hay recuerdos mucho peores con los cuales convivo a diario —mojo mis labios—. No seas ingenua. La razón verdadera es que la casa tiene un campo protector contra los duendes… Por mucho que quisiera, jamás podría entrar. 

—Entonces, ¿tu plan es que vaya sola a la casa de un hada que ahora está cautiva por los duendes? —Preguntó incrédula colocando ambas manos en su cintura. 

Hago una descarada afirmación con mi cabeza y ella me mira anonadada. 

—¿Te he dicho que a veces eres muy cínico? —Comentó. 

—No, pero sé que puedes llegar a pensar cosas peores de mí —musité brindándole una sonrisa. 




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