El tesoro de un Duende

Sueños y Desgracias

Capítulo 3

Narrador: Jarom Bradley

Han pasado tres días desde que conocí a Elina, un hada de los bosques, y aquel sentimiento que me invadió aun lo conservo inerte en mi interior. Pasé mucho tiempo en el bosque ese día y mi padre se enteró porque cuando regresé con una gran sonrisa de oreja a oreja, él me esperaba con una cara larga, mirada enfurecida y su entrecejo fruncido marcando más las arrugas de su frente.

Su enojo era tan grande que apenas me acerqué a él, me dio un golpe en la mejilla arrancándome aquella sonrisa de la cara. Aunque no pude sonreír más durante el día por el dolor que me causaba y también para no ganarme otro golpe, la felicidad que tenía por dentro seguía fluyendo cual cascada en tiempo de lluvia. La verdad, merecía aquel golpe, debí suponer que mi padre no iba a estar contento de que lo haya dejado solo con los jornaleros y aún peor: dejarlo solo con mi madre que está muy enferma y requiere de mucho cuidado.

Mi madre enfermó hace dos meses, según el médico de Pensilvania ella debe ser tratada cuanto antes por un médico en Iowa, que está como a cuatro días en un carruaje tirado por tres caballos. Nuestro problema no es llevarla hasta allá, sino que el tratamiento que requiere es poco común y muy costoso y para unos campesinos como nosotros está muy lejos de ser adquirido. Si tan solo lográramos conseguir una buena cosecha esta temporada podríamos obtener un poco más de la mitad del costo del tratamiento y sin importar venderíamos ciertos inmuebles y nuestros animales para completar el dinero. Mi padre y yo trabajamos muy duro cada día para que la cosecha sea un éxito, pero es tan agotador por solo contar con la ayuda de dos jornaleros cuando en realidad necesitamos como doce; la idea es no contar con tanta mano de obra para no tener que gastar mucho dinero sin importar lo mucho que tenemos que trabajar.

Para mí, mi madre es lo más importante que tengo y el simple hecho de pensar que morirá si no lo logramos me tortura el alma y el dolor en mi corazón se hace presente, y sé que para mi padre perderla sería un golpe muy duro, para él mi madre y yo somos lo único que tiene y nos ama con toda su vida; por eso es normal que me haya golpeado, se supone que debo estar trabajando y a cada hora debo ir a verificar a mi madre y atenderla; pero soy joven, me cuesta mucho el trabajo que estoy haciendo porque nunca había hecho el trabajo de tres personas a la vez y aparte atender en lo que puedo a mi madre.

Siempre que mi padre va al pueblo por algunas cosas o cuando toma su siesta, es cuando aprovecho de entrar al bosque, es el único tiempo que tengo para descansar y despejar mi mente de todo lo que me aflige día tras día, y bueno, con la esperanza de encontrar un hada en el rato que pasaba en el bosque. Ver a Elina no solo llenó ese deseo que tengo desde pequeño, sino que aumentó mis esperanzas, no me pasan cosas buenas muy seguido y el hecho de haberla visto es símbolo de buena suerte y por eso estoy feliz; ¡seguro las cosas van a cambiar para bien y por fin podré disfrutar mi juventud!

En estos tres días me ha tocado trabajar más duro como castigo por desobedecer las órdenes de mi padre y pese al agotamiento que tengo por fuera no detiene la alegría que está en mi interior, "perder el tiempo en el bosque" como dice él, me permitió ver algo extraordinario y estoy deseando cada día poder tener la oportunidad de entrar al bosque nuevamente, pero no sería buena idea, además, los jornaleros me espían por órdenes de mi padre.

Hoy el clima no ha sido el mejor y solo deseo que el sol termine de ocultarse para ir hasta la casa y tirarme sobre mi colcha a descansar; ya faltan unas semanas para empezar a recolectar las manzanas y estamos seguros de que podremos llevar a mi madre hasta Iowa y que allá la van a curar.

Por fin el sol se metió, lo que nos dice que el día de trabajo terminó y ahora podremos descansar. Camino lentamente a dejar las herramientas en la bodega, estiro mis brazos y me inclino de un lado a otro para estirar mi espalda que está doliendo a causa de la posición en que estuve gran parte del día. Mis ojos se cristalizan al dejar escapar un bostezo y mi padre me da dos ligeras palmadas en la espalda para felicitarme por la buena labor del día. Me voy directo a mi habitación y enciendo las velas de una lámpara para iluminar mi habitación y poder despojarme de esta ropa, tendría darme una ducha, no obstante, el cansancio es mayor y me acuesto en mi colcha mirando el techo, pensando en tonterías y sobre todo recordando a Elina. Al cabo de unos minutos me quedo dormido.

Me despierto alarmado por los gritos de angustia de mi padre quien me llama desde su habitación, corro a ciegas y tropiezo un par de veces hasta llegar a la habitación de mis padres, él está de rodillas apretando la mano de mi madre y llorando, mi temor se hace presente pensando lo peor y mis ojos se llenan de lágrimas instantáneamente.

—¡Está ardiendo en fiebre! —Exclama mirándome en la penumbra de la habitación.

—Debemos traer al médico —musito acercándome a ellos.

—Está oscuro, debemos esperar que amanezca para que puedas ir a buscarlo, pero me temo —su voz se quebranta en gran manera y no puede finalizar la oración.

—No lo digas —le ruego—. Ella va a estar bien.

Observo lo pálida y débil que se ve el cuerpo de mi madre y no consigo retener las lágrimas.

—Intentemos mantenerla con vida —sugiero mientras limpio mis ojos con el antebrazo.

Mi padre asiente con su cabeza y continúa cambiando un pedazo de tela mojada que le había colocado en la frente; yo me encargo de preparar un brebaje para ayudar a que la fiebre baje.

Apenas comienza a amanecer y es suficiente la espera para mí, preparo mi caballo, lo monto y me dirijo al pueblo en la búsqueda del médico, voy con el corazón acelerado y con los nervios de punta. El frío congela mis manos que tiran de las cuerdas que sujetan al caballo y apenas en el alba puedo distinguir el camino. ¡Necesito llegar rápido y traer al médico, no puedo permitir que mi madre muera!




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