El tesoro de un Duende

Epílogo

Epílogo

Narrador: Jarom Bradley

Mi vida no ha sido sencilla, siempre nos tocó trabajar nuestras tierras para poder vivir. Mi padre y yo hemos estado trabajando arduamente para la cosecha que se aproxima, tendremos mucho éxito con ella y por fin lograremos agrandar la casa e invertir más en nuestras tierras para obtener más ganancia. 

Mis padres desean verme feliz y han hecho todo lo posible por lograrlo, pero aunque todo marcha bien, no dejo de sentir que algo me falta; simplemente una mañana desperté sintiendo este vacío inexplicable y un dolor en mi corazón como si hubiese perdido a un ser querido. 

Cada día voy al bosque a tomar una siesta, es algo que hago desde niño a pesar de que para mi padre es "perder el tiempo", me lo permite para que despeje mi mente del trabajo y los quehaceres diarios. 

—Iré al bosque —le informo a mi padre después de almorzar. 

—Mujer, ¿qué haremos con este hijo ilusionado con las hadas? —le pregunta a mi madre. 

—Déjalo creer en ellas, no tiene nada de malo. Tal vez, nos sorprenda y se case con un hada —musita mi madre, curvando sus labios en una sonrisa burlona.

—Ríanse —pronuncio entrecerrando mis ojos—. Ya verán que sí son reales. 

Ellos se ríen.

Me adentro en el bosque, al pie de un árbol me siento e inhalo el aire fresco. 

Después de unas horas regreso a casa sin haber tenido algún descubrimiento extraordinario o algo fuera de lo común.

Los días siguen pasando y como siempre sigo yendo al bosque a esperar… Esperar algo que llenará mi vacío. Sigo sin entenderlo, es como si una fuerza dentro de mí me indicara que debo esperar a alguien. 

Logramos tener nuestra cosecha, todo salió de maravilla. Con nuestras ganancias invertimos en la producción de maíz y compramos vacas y muchas gallinas, nunca habíamos tenido una época tan abundante como esta y mis padres estaban muy felices, ya que pudimos empezar a agrandar nuestra casa. Empero, yo no lograba sentirme feliz porque había algo que necesitaba, algo que sentía que me hacía falta y que no sabía qué era. 

Durante tres años seguimos trabajando en nuestras tierras y prosperamos aún más, ya contábamos con la ayuda de más jornaleros y nuestra casa por fin era como la que habíamos soñado. En ese tiempo que pasó, no dejé de asistir al bosque, y me sentaba al pie de un árbol a esperar, simplemente hacía eso, esperar. 

Mis amigos en el pueblo me presentaron a ciertas jóvenes, con el deseo de que las cortejara, pero aun cuando eran hermosas y carismáticas, sentía que mi corazón ya estaba ocupado por alguien. En cierta oportunidad le comenté eso a mi madre, ella se mostró comprensiva y me dijo que tal vez estaba destinado a amar a alguien en particular que tarde o temprano llegaría a mi vida. 

He planeado ir al bosque un poco más tarde de lo habitual, debido a que mi padre necesitaba que llevara el maíz a unos mercaderes del pueblo. 

Al regresar me dirijo inmediatamente al bosque, dando grandes pasos sobre las hojas caídas, con la mirada fija en el suelo para evitar tropezar, ya me ha pasado muchas veces, así que trato de ser muy cuidadoso. Me siento recostado al tronco del gran árbol que acostumbro a usar desde hace un año, descubrí que es más cómodo que muchos otros. Entrelazo mis manos detrás de mi cabeza y cierro mis ojos, suspiro profundamente dejando que todo mi cuerpo se relaje. 

Un ruido me hace abrir los ojos; estoy alerta, pues en estos bosques a veces hay osos hambrientos. No escucho nada; me recuesto nuevamente y cierro los ojos. 

Escucho un quejido, me levanto rápidamente, coloco mi mano sobre mi pequeña espada y volteo buscando algún movimiento. 

—¡Ayuda! —Exclama una voz femenina.

Camino dando pasos rápidos en dirección al lugar de donde provino el llamado. Muevo un par de arbustos y diviso a una joven sentada en el suelo dándome la espalda, aprieta su pie izquierdo. 

—¿Estás herida? —Pronuncio con voz tenue—. Déjame ayudarte.

Me acerco hacia ella quedando de frente, sus ojos se posan en los míos y mi corazón da un vuelco. Mis ojos se cristalizan y obedeciendo un loco impulso le doy un fuerte abrazo. La joven se queda paralizada, pero luego siento sus cálidas manos en mi espalda.

Nuevamente la miro a la cara y ella sonríe. 

—Vaya, eso fue extraño, ni siquiera te conozco —levanta una ceja—. Sin embargo, siento que…

—¿Que me conoces? —Indago.

La joven hace una leve afirmación con su cabeza.

—Sí —su voz es temerosa.

—Yo… Yo siento lo mismo. Desde hace mucho estuve esperando a alguien y ahora que te tengo delante de mí sé que eres tú… Eres tú a quien esperaba.

Quizás parece que estoy loco, siento que conozco a esta chica, siento que mi corazón rebosa de alegría al verla y que el vacío que tenía se llenó. Puede que mi madre tenga razón y estaba destinado a amar a esta joven, sí, amarla, porque ese es el sentimiento que tengo en este momento. 

—Me llamo Jarom —le extiendo mi mano sin dejar de mirar sus tiernos ojos. 

—Yo soy Rachel —sonríe.

—¿Rachel? 

—Sí, ¿por qué? —Pregunta, confundida.

—No, por nada —niego con mi cabeza—. Es un hermoso nombre, tan hermoso como tú. 

Sus mejillas se ruborizan y no puedo evitar sonreír ante maravilloso espectáculo. 

Observo su pie herido, está sangrando, una gran espina atravesó su calzado. Retiro la espina de su pie y con su permiso la cargo sobre mis brazos para llevarla hasta la casa y así podamos curarle la herida.

 

Dentro de mí tenía la certeza de que ella sería la mujer que amaría el resto de mi vida y así fue. 

Rachel y yo nos casamos pocos meses después de nuestro encuentro; hemos sido muy felices criando a nuestros tres hijos y esperando con ansias el que viene en camino. Ambos sentíamos que nos conocíamos desde antes, y tal vez es así, porque no podemos explicar que antes de nuestro primer encuentro ya nos esperábamos y nos amábamos. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.