El Tesoro Del Diablo

Parte V

El sol se ocultaba tras oscuras nubes de tormenta aquella mañana de diciembre en el olvidado San Antonio. El viento comenzaba a soplar con mayor intensidad y las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer sobre las polvorientas calles del pueblo. Joaquín Heras regresaba desde la plantación, había llegado temprano y el capataz le había informado que por la alerta de tormenta ese día no trabajarían. Si bien era una buena noticia ya que su cansado cuerpo necesitaba un descanso, también significaba un día menos de paga.

Mientras corría intentando evitar que la lluvia lo alcanzase, observa hacia la vieja casa de su amigo Pedro. Era inútil seguir corriendo, la tormenta se había desatado con toda su furia, pequeñas piedras de hielo comenzaron a caer con gran fuerza. A Joaquín no le quedó más alternativa que refugiarse en la abandonada y deteriorada casa de los Aguirre.

La casa lucía espantosa. Sus paredes de madera totalmente podridas de una coloración gris que la hacían ver como un lugar triste y desolado. Los niños del pueblo comenzaron a contar historias, tildando a la vieja y precaria casa como un lugar embrujado, donde, si pasabas frente a ella en las solitarias noches de luna llena, podías escuchar lamentos provenientes desde el más allá.

―Son solo tonterías. Es la casa de Pedro. No esta embrujada. ―Se dijo a sí mismo cuando un escalofrío recorrió su espalda cuando vino a su mente la idea de resguardarse en aquel lugar hasta que pasase la tormenta.

Joaquín, no tuvo que forzar la entrada, la puerta ya estaba abierta. La casa parecía estarlo esperando, deseosa de que, por fin, luego de diez largos años, alguien anduviera dentro de sus destartaladas paredes.

La tormenta aumentó su intensidad. La lluvia y el granizo golpeaban con fuerza sobre el techo de chapa. El agua se filtraba por grandes goteras formando charcos en el piso cubierto de polvo.

Joaquín limpió el polvo de una vieja silla y se sentó junto a la ventana mirando como la tormenta se abatía con intensidad sobre el pequeño poblado. Pronto por los cordones de las calles comenzaron a correr intensos torrentes de agua amarronada. El agua se arremolinaba sobre las escasas alcantarillas formando una espesa espuma blanca. Pronto los desagües se vieron desbordados y el agua cubrió por completo los caminos. Habían pasado demasiados años desde que una tormenta igual azotó la región.

Mientras observaba como las calles se anegaban rápidamente y pequeñas esferas de hielo blanco caían desde lo alto y se acumulaban en el verde césped de las casas, Joaquín no se percató de la sombra que se movía tras él, en la oscuridad de la casa abandonada.

Enorme fue el susto cuando sintió una mano apoyarse sobre su hombro. Espantado cae de la silla y mira perplejo aquel extraño hombre que estaba junto a él.

― ¿Quién eres tú? ―Gritó horrorizado.

Frente a él, estaba un hombre de aspecto terrible. Muy delgado. Con su rostro sucio y una espesa y larga barba que parecía no haberse lavado en meses.

―Responde! ¡¿Quién eres tú?! ―Volvió a gritar.

Aquel hombre lo miraba con ojos perdidos, como si su mente estuviera en algún lejano sitio, lejos de aquella abandonada casa.

―Soy yo. Soy Pedro. ―Respondió repentinamente.

Joaquín lo miró sorprendido. Tardó unos momentos, pero luego al mirarlo detenidamente, pudo darse cuenta que ese hombre sucio, vestido con harapientas prendas y con un pestilente olor a alcohol era su viejo amigo.

―Pedro? ¿Qué demonios ha pasado contigo mi amigo? ―Le preguntó con la voz llena de una enorme lástima.

Pedro se sentó en el suelo junto a él. Sus ojos llenos de una gran pena comenzaron a cubrirse de lágrimas.

―Amigo. He hecho algo terrible. Maldigo el día que hablé con ese viejo en la plantación. Mi vida se ha destruido por completo. Ya no tengo paz, solo tengo sufrimiento.

―No entiendo. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde fuiste tantos años?

―Me fui por esa maldita cosa. ―Dijo señalando un gran bolso negro arrojado sobre el piso en el extremo de la habitación.

―Que es eso? ―Preguntó Joaquín mientras se levantaba y se dirigía hacia el bolso. Cuando lo abrió quedó perplejo. Su rostro fue iluminado por un intenso brillo dorado. Aquel bolso estaba lleno de resplandeciente oro. ―Jamás en mi vida he visto algo así.

―Eso mi amigo. Solo me ha traído desgracias.

―Esto es el tesoro del que nos habló el señor Gutiérrez. Entonces tú fuiste a buscarlo y lo has encontrado.

―Si. Aquella noche fui. Atravesé la espesura de la selva. No escuché las advertencias. Era como si ese maldito oro me estuviera llamando. No sabes cómo me arrepiento de haberlo hecho.

Joaquín vuelve a cerrar el bolso y vuelve a sentarse junto a su amigo.

―Cuéntame. ¿Qué te ha sucedido?

―Ese oro. ―Hace una pausa mientras se seca las lágrimas que comenzaban a deslizarse sobre su rostro. ―Ese oro te da una gran riqueza, pero a un precio demasiado alto. Cuando lo encontré, no creí que nada malo pudiera pasar. Lleve a mi madre a la ciudad, nos compramos una gran casa. Le di la vida que ella nunca pudo tener. Su enfermedad había mejorado. Conocí a una hermosa mujer Anna. Me casé. Ella se embarazó. Todo era perfecto. Perfecto, más allá de todo lo que pudiera haber soñado. Hasta aquella noche que lo escuché.



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En el texto hay: demonios, terror, demonios y muerte

Editado: 16.05.2020

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