El Tiempo Decide

El Tiempo Decide

Olvidarla es imposible. Cada rastro de su persona vive en este pequeño departamento que compartimos algunos días de la semana; mi propio departamento de tres ambientes que luego de cinco meses se convirtió en nuestro. No se trata solo de la foto que nos tomamos juntos, descansando en el estante junto al televisor dentro de un marco blanco, sino de los recuerdos. Cada risa, caricia y conversación que compartimos en los rincones de este lugar me hacían daño.

Mudarme tampoco es una opción. Carezco del dinero. Y mis amigos me prometieron que sería una locura comprar otro departamento solo porque había terminado con una relación de cinco meses. Sin embargo, ellos desconocen lo que yo viví. Ellos desconocen los errores que llevaron a este desenlace.

No la culpo por haberse ido. Yo también hubiera hecho lo mismo. Sin embargo, le pedí muchas veces que me escuchara, que me perdonara y que me diera una segunda oportunidad. Le rogué noches enteras por mensajes que me atendiera, hasta que me bloqueó. Bloqueó tanto virtualmente como en la vida real.

Muchas veces me planteé buscarla en el trabajo o su casa, pero sabía que no querría verme. Pronto, se convirtió en una persona que jamás había conocido y no podía olvidar. ¿Y cómo puedo seguir adelante cuando su fantasma aún ronda por las noches?

La única opción es que nuestros caminos nunca se crucen.

Ella visitó por primera vez el café que yo frecuentaba. Había sido una casualidad que la hubiera conocido, dado que estaba de visita el fin de semana para ayudar a sus padres en una mudanza. Ella vivía a dos horas, y sus padres se mudarían a una zona más cercana a su hija. Por ende, el hecho de que yo estuviera ese sábado a las cuatro de la tarde trabajando con mi computadora y que ella hubiera ingresado en busca de la contraseña del WiFi que yo poseía, fue pura casualidad. Aunque me gusta creer que pequeñas pistas nos habían llevado hasta este momento.

Si yo no hubiera estado en ese café, si uno de mis amigos me hubiera llamado por alguna urgencia, si ella hubiera conseguido la contraseña de WiFi de alguna otra manera, entonces hubiéramos seguido caminos distintos y jamás hubiéramos sufrido de la manera que lo hicimos.

Cuando me encuentro de pie frente a ese mismo café y me veo a través del vidrio, encorvado sobre la computadora, supe que había llegado a tiempo. Observo cómo me sentaba derecho, porque el dolor en la nuca me estaba afectando, y tomaba un sorbo del café.

Ella todavía no estaba.

Espero bajo el rayo del sol que su silueta aparezca por la esquina y, cuando lo hace, mis piernas encaran hacia ella, pero me detengo. No me conoce, y yo a ella tampoco. No es la persona que me llamaba a las siete de la noche de lunes a viernes para avisarme que había salido del trabajo y estaba por tomarse el colectivo. Es una desconocida, y así debía quedarse.

Toma asiento en una de las mesas de afuera y saca su computadora sobre la mesa. No la abre, espera a que el mozo se acerque para tomar su orden.

Aprovecho el momento para tomar mi celular, aún tengo de fondo de pantalla una foto nuestra cuando viajamos al Sur. Nuestras primeras vacaciones juntos. Había sido un fin de semana de improviso; apenas habíamos conseguido un hostal donde quedarnos. Ninguno de los dos se había quedado nunca en uno. No teníamos itinerario, ni el dinero suficiente para darnos lujos. Pero había sido un viaje increíble.

Como el celular lo tengo conectado con la computadora, agendo una reunión de trabajo para dentro de dos minutos. La notificación me llegará a la computadora y, entre la confusión, no tendré más opción que irme. Nuestras miradas siquiera se cruzarán cuando salga.

Ella prende la computadora cuando el mozo ingresa al local. Es el momento en que se da cuenta que no tiene la contraseña del WiFi, y el momento en el que me cae la notificación de la reunión. Miro confundido la pantalla, preguntándome por qué tengo pactada una reunión un sábado a la tarde. A veces, en la compañía debíamos reunirnos los fines de semana por Zoom, pero eran escasas las oportunidades. Por eso las recordaba sin necesidad de agendarlas.

Me pongo de pie al mismo tiempo que ella, guardo la computadora en la mochila con prisa. La reunión será en unos minutos. Ella toma el picaporte de la puerta para empujarla y yo, le abro del otro lado, sin mirarla, salgo y me encamino a casa.

Miro mi celular, el fondo de pantalla de las vacaciones en el Sur permanece, pero esta vez, me encuentro solo.

La foto en el marco de mi departamento, donde estamos festejando mi cumpleaños, lucirá igual.

Regreso a mi departamento en el presente, ingreso por la puerta listo para enfrentar una nueva vida, aunque aún los recuerdos en mi mente permanecen intactos y me pregunto cuánto tardaré en olvidarla.

Me acerco al estante junto al televisor donde mantengo la foto y noto, entonces, que ella aún está ahí. Sonriente a mi lado. Mirando la cámara, abrazándome por la cintura. Tomo mi celular para cerciorarme que no perdí la cabeza y, en efecto, la foto en la que segundos atrás estaba solo, ahora luzco sonriente junto a ella.

Busco en mi memoria y encuentro que mientras me iba del café llamé a uno de mis compañeros para avisarle que llegaría unos minutos tarde. Me preguntó a qué me refería. Le expliqué sobre la reunión y me dijo que él no sabía nada; que debía ser una confusión. Apenas había llegado a la esquina del café cuando me di la vuelta para volver.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.