El tiempo en mi mano

CAPÍTULO 1

Enero de 2017

Si hubiera sabido que mi primer viaje a Japón, iba a ser por un motivo tan doloroso, hubiera preferido nunca haber deseado viajar allá.

Estoy a punto de partir después de que Charity y yo juntáramos el dinero suficiente para comprar el boleto de avión que me llevará para retirar los efectos personales de nuestra querida hermana Faith. Hace un año que ya no está entre nosotras y recién ahora puedo ir a buscar sus cosas.

Me provoca mucho dolor y desconsuelo saber que encontró su fin en ese país que amaba con todo su corazón al igual que el resto de nosotras.

Aunque su mayor sueño era haber estudiado astronomía, nuestra situación económica no se lo permitió. Sin embargo, otro de sus mayores sueños fue estudiar medicina tradicional japonesa. Desde muy joven ahorró cada centavo que ganó para un día salir del lado de nuestra infame tía Evangeline. Gracias a su esfuerzo y perseverancia pudo hacerlo.

Al menos una de nosotras lo logró.

Eso era lo que pensábamos en ese entonces.

Éramos tres hermanas. En realidad…… trillizas. La mayor, Faith, luego vengo yo, Grace y la más pequeña, Charity.

Nuestra madre, Prudence Landon, murió al darnos a luz por complicaciones en el parto y a raíz de esa pérdida mi padre, Stephen, quedó devastado. De repente se vio solo a cargo de tres bebés sin saber cómo afrontar el desafío de la paternidad. Todos sus sueños de una familia feliz se vieron truncados con la ausencia de su mujer. Lo único que lograba mermar un poco su dolor y lo hacía olvidarse de su entorno y preocupaciones, era el alcohol. Fue este último el causante de su muerte siendo apenas nosotras unas niñas.

Ese día, recuerdo muy bien, después de beberse todo el alcohol que había en casa, tomó su carro en un estado absoluto de intemperancia para ir a comprar más y seguir alcoholizándose. En el camino se le atravesó un animal, perdió el control del vehículo y se estrelló a gran velocidad contra un árbol, perdiendo la vida instantáneamente.

La niñera que cuidaba de nosotras supo del accidente de  papá por las noticias locales e hizo las gestiones, junto a la policía y servicios infantiles, para buscar a nuestra tía Evangeline, hermana de nuestro padre, una mujer de la cual él se había alejado porque nunca aprobó su matrimonio con mamá, ya que ella tenía ascendencia japonesa por parte de su abuelo.

Ella no solo se hizo cargo de mala gana de nosotras, sino que también de la herencia que por derecho nos correspondía. Nunca supimos cómo lo consiguió, pero lo cierto era, que hizo mal uso de ese dinero y a nosotras nos trató como si fuéramos sus criadas. Faith, como la mayor de las tres, era la que más malos tratos recibía, sobre todo cuando nos defendía. No fueron pocas las veces en que tía Evangeline la golpeó solo por darse el gusto.

Su meta se hizo clara en ese entonces. Debía ganar dinero para sacarnos de ese lugar. Para ello, siendo aún muy niña, comenzó a trabajar. Como era la más estudiosa de las tres, les ofrecía a sus compañeros de clases hacer por ellos las tareas y trabajos a cambio de dinero. La pobre apenas dormía por las noches ya que se quedaba hasta altas horas de la madrugada haciendo tareas ajenas. A veces nosotras la ayudábamos, pero era ella la que siempre se llevaba la carga más pesada.

Yo en cambio, creí que la mejor forma de ayudar al fin común era haciéndome más fuerte. No permitiría que tía Evangeline le pusiera la mano encima a ninguna de nosotras nunca más. Logré que nuestro profesor de educación Física me enseñara artes marciales, específicamente el Kendo, disciplina del cual él era profesor en sus ratos libres, a cambio de hacerme cargo de ordenar el desastre que quedaba en el gimnasio después de cada clase. Aprovechaba los recreos para aprender y practicar. Fueron años en que él pasó de ser un simple profesor, a ser mi mentor, incluso, cuando lograba escaparme de casa, me llevaba consigo a practicar senderismo a lugares tranquilos en donde podía meditar y encontrar al menos un poco de la paz que tan esquiva era en nuestras vidas.

Charity por su parte, quiso aportar su granito de arena haciéndose cargo de las comidas. Pasaba horas en internet buscando recetas que luego preparaba en casa. Y cuando teníamos la fortuna de que tía Evangeline saliera con sus amigas por todo el día, Charity cocinaba comidas japonesas, que era su fascinación. Siempre nos contaba que su sueño era ser propietaria de un restaurante de comida japonesa tradicional y en lo posible se dedicaría a buscar aquellas recetas olvidadas por los siglos para deleite de quien quisiera probarlas.

 

Cuando cumplimos 18, Faith abrió una cuenta en el banco y depositó en ella todo lo que había ahorrado durante al menos 10 años en varias alcancías que mantenía ocultas debajo de una de las tablas del piso de nuestro cuarto, descubriendo que la suma le alcanzaba para viajar a Japón a estudiar herbolaria, pagarse sus estudios y vivir allá hasta encontrar un trabajo que le permitiera ganar lo suficiente para que nosotras también pudiéramos salir del lado de tía Evangeline y lográramos reunirnos nuevamente para comenzar una nueva vida las tres juntas.

El día que al fin escapó del yugo de nuestra tía, fue el más feliz para Faith, pero el más triste para Charity y para mí. Se iba de nuestro lado la hermana que había desempeñado un papel de madre y protectora para nosotras.

Cuando tía Evangeline leyó la nota que dejó, creímos que se volvería loca de la ira y poco faltó para que así fuera. Nos obligó a buscar empleo ya que habíamos terminado nuestros estudios. Sabíamos de sobra que no podríamos estudiar ninguna carrera ya que ella nos lo había advertido desde siempre. Es más, ni siquiera nos dio la oportunidad de costear nuestra propia educación ya que amenazó con botarnos a la calle si no le entregábamos lo que ganábamos en nuestros empleos.




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