Llegué al medio día, quizás un poco más tarde. No sé si caí del cielo o qué, pero cuando abrí mis ojos estaba acostada de espalda en medio de un bosque sobre un frío y húmedo suelo. Esta vez no sentí deseos de vomitar, pero sentí mi cuerpo como si hubiera sido sometido a la vieja tortura del desmembramiento por caballos.
Me costó una enormidad levantarme, pero me fui forzada a hacerlo rápidamente porque comencé a sentir que se acercaban pisadas justo en la dirección en donde yo estaba tirada segundos antes. Me oculté detrás de un grueso árbol y observé con cautela para ver de qué se trataba.
Un hombre. Solo uno, pero de aspecto muy siniestro. Era muy alto. Más de 1.85 tal vez. Su contextura era gruesa, como si fuera puro músculo. De espalda ancha y un atuendo muy desgarbado, todo en color negro, aunque desteñido quizás por las muchas horas al sol. Era muy similar al mío, solo que el mío estaba en mejor estado y era de color azul y gris
Llevaba puesto una especie de kamishimo, compuesto de un hakama, unas sandalias que con suerte se mantenían sujetas a los pies encalcetinados solo por unas cuantas cuerdas y un haori amarrado con un cinto en las caderas del cual pendían dos armas, un wakizashi (sable corto) y un Bokken (espada de madera). En su espalda colgaba un bolso similar al que yo traía y sobre la cabeza llevaba un sombrero de paja un tanto destartalado que impedía ver su cara enmarcada descuidadamente por mechones de cabello negro que se habían soltado de su amarre.
Mi consciencia, pensamientos, mente, cerebro y cualquier otra parte pensante en mi organismo me gritaba como con un megáfono: ¡¡“ALÉJATE”!!, sin embargo, mi cuerpo y mis emociones traicioneras me susurraban “SÍGUELO”.
Estaba en un gran dilema. Podía quedarme ahí mismo donde estaba, escondida detrás del árbol y esperar a que apareciera Faith, si es que aparecía en ese mismo lugar, cosa que era bien improbable. Quizás incluso había llegado antes que yo y ya había tomado rumbo desconocido. O me arriesgaba e iba tras el misterioso hombre.
No sabría decir por qué, pero mis pasos solo fueron tras él.
Después de mantener una prudente distancia, lo seguí como los ratones tras el flautista de Hamelin, como si estuviera hipnotizada.
De pronto, apareció frente a nosotros una pequeña aldea y allí se detuvo para comer en una posada. Yo solo me escondí detrás de una enorme piedra y mientras él comía, de espaldas a mí, observé todos sus movimientos. Se notaba arisco, sin ganas de socializar con nadie. Ni siquiera con un perro que estaba sentado a su lado esperando a que cayera algún trozo de alimento para engullirlo.
Cuando terminó, caminó hasta una especie de tablero de madera, tipo de utilidad pública, y leyó lo que allí estaba escrito. Luego tomó un pincel que había ahí mismo y escribió algo. Caminó, hacia lo que creo era una especie de plaza y allí se sentó en el borde de un pequeño muro, bajo la sombra de un árbol, a esperar. Simplemente esperar, con sus ojos fijos en un punto inexistente del suelo, como si estuviera en alguna especie de trance.
Un pequeño hombre apareció al rato, leyó lo que estaba escrito y corrió hasta perderse entre las terrosas calles de la aldea.
Yo por mi parte no me moví de donde estaba. Moría de ganas de saber de qué se trataba todo aquello. Y la espera rindió sus frutos. A las cuantas horas, casi al ponerse el sol, apareció en el lugar un hombre, grande y ancho como un oso, altivo y mordaz, acompañado de otro montón de hombres, vociferando a voz en cuello que buscaba a aquel pobre diablo que había aceptado batirse a duelo con él, para darle sepultura antes de terminar el día.
El hombre de negro, que aún seguía de espaldas a mí, se levantó lentamente de donde estaba luego de haber hecho esperar al duelista por casi 15 minutos y se acercó a este ante la mirada impasible de los espectadores, que para ese momento iban aumentando en número en vista de la batalla personal que tendría lugar en breve.
_¡Maldito bastardo!, me has hecho esperar_ gritó el gran oso con furia. _Este día fue el último que tuviste la suerte de vivir. Espero que hayas sabido aprovecharlo…..Musashi_ dijo finalmente con desdén.
_ ¿Quién será el que me dé el dinero de la recompensa cuando te mate?_ le dijo el tal Musashi al gran oso para luego dejar el wakizashi que tenía en su cinto en el suelo junto a su “bolso”.
_¡Jajajajaj!, Bastardo arrogante. ¿Pretendes acabar conmigo usando una endeble espada de madera?_.
_ Te diré lo que voy a hacer. Voy a dejar que me ataques primero y después, con mi endeble espada de madera, te daré dos golpes. Uno para derribarte y otro para acabarte_.
_Tu exceso de confianza hoy te dará muerte_.
No podía creer lo que estaba mirando. Me comí las uñas hasta que me sangraron los dedos. Estaba a punto de presenciar un asesinato real por primera vez y en vivo y en directo. Sentía correr mi sangre por todo el cuerpo a gran velocidad.
Al parecer, ese tal Musashi era un Ronin, tal como dijo Aki; por lo tanto, lo que hiciera en el duelo definiría si lo seguía o me alejaba de él.
Tal y como él dijo, gran oso dio el primer golpe, que Musashi evitó hábilmente. Luego éste, blandió su Bokken sobre la cabeza de gran oso derribándolo en un instante para el gran asombro de este mismo y de todos aquellos que estaban presenciando el combate. A continuación, para dar cumplimiento a sus propias palabras, vendría el golpe final, que de no haber sido por un agudo grito, hubiera terminado en segundos con la vida del humillado hombre.