Fueron semanas bastante emocionantes para mí. Generalmente nuestra rutina era la misma. Al amanecer Musashi me levantaba para entrenar junto con él. Unas cuantas horas nos dedicábamos a hacer ejercicio corriendo por senderos improvisados, subiendo y bajando colinas escarpadas, levantando pesadas piedras que hacían de pesas y otras cosas más. Luego se dedicaba a enseñarme a usar las armas que traía consigo, el Bokken y el wakizashi. Con el bokken no fue tan difícil porque tenía la base que mi “sensei” me había enseñado del Kendo, pero con el Wakizashi fue distinto. Era un sable y el que tenía en mis manos había causado muchas muertes. Aún podían verse vestigios de sangre seca cerca de la empuñadura. Fue difícil al principio tan solo tomarlo, pero de a poco fui aprendiendo. No digamos que llegué al nivel de Musashi, porque creo que nadie podría igualársele, pero al menos sabía que podría defenderme si me atacaban. Yo no buscaba matar a nadie, solo aspiraba a mantenerme segura mientras seguía mi búsqueda de Faith.
Nunca olvidaré las cosas que Musashi me enseñó. Me decía: “Lo principal para los principiantes es practicar la ciencia de empuñar los sables, el largo en una mano y el corto en la otra. Cuando la vida de uno está en peligro, se desea utilizar todas las armas de que disponemos. Ningún guerrero querrá morir teniendo sus sables enfundados; sin embargo, cuando se sostiene algo en cada mano, es difícil esgrimir con la misma libertad la izquierda y la derecha; mi objetivo es que te acostumbres a manejar el sable con una mano. Con armas largas como la lanza, no existe ninguna elección, porque necesitas ambas manos para blandirla, pero el sable largo y el corto son armas que pueden ser manejadas con una mano, y eso es una gigantesca ventaja a la hora del duelo”. Fue ese estilo lo que lo hacía distinto a todos los demás. Un gigante entre gigantes.
Al avanzar las horas nos acercábamos a alguna aldea a buscar comida. Tuve que aprender a saciarme con solo una comida al día. Afortunadamente ésta solía ser abundante. A veces, si Musashi ganaba bien, podíamos darnos el lujo de comer por la noche o comprar algo de pan o fruta para el resto del día.
Recorrimos muchas provincias buscando nuevos desafíos para Musashi. Encontramos también, maestros de artes marciales de varias escuelas, en las cuales aprendió distintas técnicas de pelea así como el uso de otras armas. En la escuela de Kanemaki Jisai por ejemplo, perfeccionó el uso de la espada. Con el gran Sekishusai Muneyoshi aprendió el estilo de la espada Shikage. Y el gran maestro In’ei le enseñó a manejarse con la lanza. Sin duda era un guerrero completo, competente usando todas las armas que conoció, pero sin duda, sus favoritas eran los sables, tanto el corto como el largo sin dejar de lado su amado Bokken.
Mi vida durante ese tiempo cambió radicalmente. Seguí sin lograr que Musashi se bañara y yo misma me vi en la necesidad de renunciar a los baños regulares, ya que no en todas las aldeas había Sentós para hombres y mujeres en un mismo lugar. Musahi me llevaba a los de hombres, pero cada vez tenía que hacer el engaño de irme por detrás del recinto a esperar un rato y luego volver por delante con Musashi quien pacientemente me esperaba en la entrada. Cuando por fin encontrábamos “Sentós” para hombres y mujeres en una misma casa, era la gloria para mí. Entraba por el lado de los hombres, salía por atrás del lugar y entraba por la puerta de las mujeres a escondidas. Era maravillosa la sensación que quedaba en mí luego de esos benditos baños calientes. Y no era que no me aseara todos los días. Aprendí a lavarme por presas con un pañito cada vez que pasábamos cerca de algún riachuelo y mi aseo dental también lo llevaba a cabo en el mismo lugar, claro que siempre buscaba momentos de soledad para todo ese ritual. No podía dejar que Musashi me viera en ropa interior o usando mi cepillo de dientes junto al dentífrico.
Una vez, después de asearme, lo encontré con un palo en la boca.
_¿Qué haces?_ le pregunté divertida. Nuevamente vi en su rostro una expresión ceñuda.
_Uso mi “Fusayōji”_ lo miré sin entender la palabra que había dicho. _No me digas que tienes el descaro de acusarme de falta de higiene mientras que tú no conoces ni lo que es un “Fusayōji”?_.
Supuse que lo que tenía en su boca era entonces un cepillo de dientes, aunque cuando lo vi, se trataba más bien de una fina vara de madera que tenía una especie de algodón en la punta sobre la cual le colocaba hierbas molidas, que imagino era menta.
_Ah, estabas usando el “Fusayōji”…..es que como verte aseando alguna parte de tu cuerpo es casi imposible, me sorprendió verte en plena faena. Y para que lo sepas, yo sí lavo mis dientes_ Me acerqué a él toda ofendida por haberme llamado descarada, lo tomé por las solapas de su ropa, bajé su rostro a centímetros del mío y le lancé mi aliento a menta fresca para que oliera la limpieza de mi boca y de mi cuerpo.
El momento fue incómodo. Primero, porque actué impulsivamente y terminé casi besándolo. Segundo, porque me miró fijamente sin decirme una palabra mientras sus ojos estaban abiertos como platos, iguales a los míos. Y tercero, porque a pesar de oler como los mil demonios no era capaz de soltar a ese hombre. Sin poder moverme me mantenía aferrada a él como si mi vida dependiera de ello. Luego de tensos y eternos segundos, mi cerebro reaccionó y bruscamente lo solté lanzándolo lejos.
¡Ay, Dios mío! Ese hombre me pone los nervios de punta. Yo creo que si estuviera limpio e impecable ya me lo hubiera comido a besos. Estaba inmersa en esos breves pensamientos cuando de repente lo escucho carcajearse.