El tiempo en mi mano

EPÍLOGO

MUSASHI

Vi a ese desconocido observarme desde lejos, oculto detrás de una enorme piedra mientras yo me servía una comida. No sabía por qué me seguía, pero no me iría de ese lugar sin averiguarlo.

Cuando iba yéndome de la aldea, aproveché un tumulto de gente para perderlo de vista y esconderme hasta enfrentarlo. No pasó mucho hasta que pasó corriendo por delante de mí, siguiendo el camino que supuestamente yo había tomado. Fui tras él silenciosamente y le di alcance por detrás cubriendo su boca con mi mano. Me acerqué a su oído para interrogarlo y fue ahí en donde me di cuenta de que ese pequeño entrometido era una mujer. Su aroma me volvió loco. Olía a mandarinas y jazmín, dulce al olfato, propio de una mujer.

Por qué me sigues”, le pregunté. Quería ser mi discípulo. No le creí ni por un instante. Ella buscaba algo y creía que yo podría ayudarle a conseguirlo. No voy a negar que la mujer me era intrigante; y el ver lo pequeña que era y su rostro tan hermoso y único, no pude evitar sentir el deseo de cuidarla. Al principio me negué a aceptarla, solo por el deseo de fastidiarla, pero luego al ver lo mucho que se esforzaba por convencerme, le permití que siguiera a mi lado.

Ella era muy especial. Se notaba que venía de más allá de las fronteras ya que no conocía el territorio y cada cosa que decía y hacía era absolutamente extraña. Así como también le extrañaban las cosas que yo le decía. Por ejemplo, no sabía qué era un Sentó, un Fusayōji  o un Kabuki, cosas tan típicas del lugar.

Yo no sabía de dónde era ni cuál era su estilo de vida allá donde vivía, pero se notaba que su familia debía ser de la aristocracia ya que al parecer nunca había tenido la necesidad de dormir a la intemperie, ni de orinar entremedio de la vegetación ni mucho menos de privarse de un baño caliente. Debía de haber vivido en una casa con muchos sirvientes que atendían hasta la más mínima orden de su parte. Pese a ello nunca se quejó por tener que hacer cosas que jamás antes había hecho.

Ella hacía de mi día a día una aventura y aportaba a mi existencia la diversión que me hacía falta. Recuerdo lo hábil que era tratando de convencerme de que tomara un baño. Era persistente en su labor. De hecho, en cierta aldea, me detuve frente a un Sentó exclusivamente de hombres. Yo sabía que ella no podría bañarse allí, pero me di el gusto de fastidiarla tanto como ella me fastidiaba a mí.

Le di unas monedas para que pagara el baño y entró toda emocionada porque por fin se daría un baño caliente. Y como previendo lo que ella haría, me fui por detrás del Sentó y me oculté mientras ella en silencio salía por la puerta trasera para hacer tiempo y hacerme creer que había tomado el baño. La pobre estaba roja de la vergüenza y musitaba cosas que nunca llegué a escuchar. Cuando volvió a entrar, me devolví rápidamente a la entrada y esperé a que saliera. La descarada me dijo que había encontrado el baño de lo más interesante y que debí haber entrado con ella. Ambos reímos a carcajadas. Era una maldita embustera esa pequeña mujer. Demás está decir que le jugué la misma broma muchas veces.

Sin duda ella despertaba toda mi curiosidad. Un día, estábamos acampando en un bosque y me dijo que necesitaba ir a cierta parte pero que pronto estaría de vuelta. Debió pensar que yo era medio tonto y que me quedaría sin saber qué tramaba. Sigilosamente me fui tras ella. Se dirigió hasta la orilla de un río que estaba cerca de donde estábamos y buscó un recodo en donde el río parecía serenarse. Miró en todas direcciones para asegurarse de que nadie la estuviera observando mientras yo me ocultaba de su vista y la observaba.

Se sacó la parte de arriba de su ropa y desenvolvió su pecho. Yo pensé que iba a quedar desnuda, pero no, tenía un ropaje peculiar que nunca antes había visto en una mujer. Era pequeña y le cubría sus senos impidiendo que estos quedaran al aire. No voy a negar que me había entusiasmado, pero luego de lavarse con un trapo su cuerpo, se volvió a cubrir.  Luego siguió el aseo de sus dientes. Abrió su misterioso bolso y sacó un palito rojo de una angosta cajita del mismo color junto a una vasija tan delgada como la cajita. Lo que me llamó la atención, fue que ella apretó la vasija sin que esta se quebrase y salió de ella una pasta que colocó en el palito rojo. Después lavó sus dientes con eso.

Al ver que ella era tan disciplinada con su aseo personal como yo lo era con mis artes marciales, decidí cambiar mis hábitos de aseo. Me devolví hacia el campamento tan discretamente como había llegado y saqué mi Fusayōji para lavar mis dientes a mi estilo. Cuando me vio usándolo no supo lo que era y la acusé a propósito de no asearse sus dientes. Se ofendió tanto que se acercó a mí, se tomó de mi ropa, aproximó mi rostro al suyo y me lanzó su aliento.

Ni en mis sueños más locos imaginé que haría eso. Me quedé ahí, con los ojos tan abiertos que casi se me salieron de las cuencas. Su aliento era tan fresco y adictivo que sentí una necesidad de besarla y no soltarla más. Cada vez me resultaba más difícil resistirme a ella y seguir ignorando el hecho que era una mujer. Esa vez estuve a punto de flaquear cuando en segundos me empujó lejos. Quedé tan descolocado que lo único que atiné fue a burlarme de ella.

Al final logró que me diera el maldito baño. Y ese sería solo el primero. Juré nunca más descuidarme. Ella siempre se esforzaba por estar limpia y fragante que encontraba un insulto a su persona el obligarla a convivir con alguien tan desagradable como yo. Me había enamorado sin darme cuenta de esa extraña mujer. Era tan extraña como las cosas que tenía en su bolso. Confieso que cuando recién empezamos nuestra odisea y aún era un idiota desconfiado, aproveché una noche que estaba profundamente dormida y lo registré. Dentro, tenía unas prendas de vestir que supuse eran iguales a las que le vi a orillas del río. Ahí también estaban las cosas con las que lavó sus dientes. También había un singular cepillo para el pelo, un rollo blanco de una tela que se desgarraba fácilmente, unas cajitas como de metal y esa cosa que había visto amarrada en su muñeca el día en que nos conocimos. Todo lo relacionado con ella era un misterio y estaba ansioso por develarlo.




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