El tiempo que se acaba.
Sidney accedió a la casa, una residencia amplia, de madera, de estilo colonial; ubicada a las afueras de Boonville, en el estado de Missouri.
-¿Abuelo? —Exclamó desde el recibidor.
-¡Aquí! ¡En la cocina!
Sidney avanzó hasta su voz.
-Hola, abuelo.
-Hola, querida. —Le dedicó su mejor sonrisa.
-Abuelo… —Lo miró de arriba abajo.
Harold se mantenía en buena forma a pesar de su edad, pero Sidney se sorprendió con su aspecto. Se habían visto por última vez hacía pocos meses, pero a Sidney le pareció que su abuelo había envejecido muchísimo desde entonces.
-Estas… —No sabía cómo describirlo.
-Sí, si. Lo sé. —Realizó un ademán jovial.
-¿Te ha pasado algo? —No encontraba explicación a su repentino declive.
-Sí…, y no. —Comentó vivaz.
-No te entiendo.
-Prepárame un café y te lo cuento. —Replicó chistoso.
-Claro…
Sidney utilizó la cafetera y en pocos minutos había elaborado la bebida caliente.
-Toma, como a ti te gusta, fuerte y sin azúcar.
-Gracias, querida. ¿Tú no tomas nada?
-No, estoy bien.
-Como quieras. —Agitó la cucharilla en el interior de la taza.
-¿Y bien…? ¿Ha pasado algo? —Estaba muy interesada en conocer lo ocurrido y no podía disimularlo.
-Lo que te voy a contar, te va a parecer una verdadera locura, pero es la pura verdad.
-Bien… —Estaba expectante.
-Hace cosa de una semana inventé la máquina del tiempo, está en el sótano. —No titubeó. — Y, me he dedicado a viajar de aquí para allá. Soy más viejo por eso, para ti el tiempo ha transcurrido con normalidad, pero para mí no.
-Ja, ja, ja, ja. —Emitió una sonora carcajada cuando su abuelo terminó de hablar. — Si no me lo quieres contar, no lo hagas, pero no te inventes cuentos
-Te he dicho la verdad.
Sidney miró a su abuelo fijamente a los ojos, esperando que desistiera en sus embustes y se sincerase.
-Abuelo… —Por primera vez le preocupó la salud mental de su abuelo.
-No me mires así… —Le desagradó la expresión de su nieta. — Sé cómo suena, y lo que parece, pero te estoy diciendo la verdad.
-Ya…, bueno. Tienes una máquina del tiempo en el sótano, está bien. —No sabía cómo gestionar la situación.
-La terminé hace tres semanas, los cálculos de tu abuela eran correctos. No había mejor física teórica que ella.
Sidney miró su teléfono móvil, pensó en llamar a su madre y en llevar juntas a Harold al hospital, para que le hicieran algún tipo de prueba o escáner.
-Resulta que nuestro fallo fue siempre buscar fuentes de alimentación enormes, cuando no era eso, lo que debíamos haber hecho es…
-¿Insinúas que la abuela y tú trabajabais en secreto en una máquina del tiempo? —Lo repitió en voz alta y con tono jocoso, para que su abuelo se percatase y recapacitase sobre lo que afirmaba.
-¡Exacto! Ambos soñamos con ello durante toda nuestra vida. —Sonrió al pensar en su difunta esposa. — Y lo logré… —Suspiró con satisfacción.
-Ya…, claro.
-Te digo la verdad, Sid.
-¿Tienes pruebas?
-Sí, se podría decir que sí. —Se alzó con dificultad de su silla. — Dame un momento.
Sidney aguardó el retorno de su abuelo con curiosidad y escepticismo.
-En mis viajes me aficioné a la numismática. Me pareció gracioso. —Volvió a su asiento, con un pequeño cofre de madera en las manos.
-Aja…
-Mira. —Sacó varias monedas del interior. — Esta es un ‘Dracma’ de plata de la antigua Grecia. Esta es un ‘Quinario’ romano, ya en su época no era acuñada muy a menudo. Esta es egipcia, es de estilo ateniense, aunque se desarrolló durante el gobierno persa. Y esta es un ‘real de a ocho’, de la época del imperio español.
Sidney observó la monedas con detenimiento, estaban muy bien conservadas y parecían muy reales.
-¿Y cómo sé que no son réplicas?
-Qué desconfiada… —Refunfuñó con comicidad.
-Yo he estudiado filosofía, sé algo de historia, pero no de monedas. —Sidney justificó sus reservas.
-Dime una cosa, ¿alguna vez te he mentido en algo?
-No que yo sepa… —Ya sabía cuál iba a ser su razonamiento.
-¿Y por qué iba a empezar ahora? ¿Qué motivo podría tener?
-Pues… Eh… No lo sé.
-Sí nunca te miento, debes suponer que todo cuanto te digo es cierto.
-Abuelo… Es que es todo muy raro.
-Mírame… He envejecido, ¿verdad? —Señaló su rostro.