El tiempo y tú

Episodio 1

— Maestro, ¿por qué el ser humano se siente dueño de este mundo?
— Basta con que pase mil años a solas consigo mismo... y entenderá lo insignificante que es.
“Tiempos de héroes”

Vivía en una vieja casa de dos pisos, al borde de la ciudad. El cielo milenario a veces reía, otras fruncía el ceño... y la gente le daba las gracias porque aquellas tierras no conocían la guerra desde hacía mucho tiempo. Los maestros podían crear en paz y los niños podían crecer sin miedo. Nadie preguntaba por qué.

Su hogar quedaba casi pegado al bosque, que por las noches lo acechaba con matorrales de lobo, y de día lo cortejaba con tímidos abedules y flores en los claros. La casa parecía un viejo ermitaño: aún firme, aunque cansado. Allí vivía un solo hombre — el Demiurgo. Los niños del barrio le decían “Demi” y corrían a buscarlo después de la escuela. No siempre les abría. A veces desaparecía por días y nadie sabía adónde. Pero nadie hablaba mal: ¿quién sabe qué asuntos tendrá un mago?

Y aun así, los niños lo adoraban. Cuando él salía al jardín salvaje y se sentaba en un banquito, todo se volvía magia. Sus manos humanas hacían un gesto sutil... y del aire brotaban luces de colores que giraban, danzaban, cantaban en su idioma extraño. Las risas estallaban como manantiales, las palmas aplaudían y los corazones infantiles se entregaban por completo. Solo los niños saben darlo todo... sin perder nada.

Él se calentaba en ese cariño, se curaba, alejaba las sombras del alma. Aunque su rostro seguía serio, como el de un abuelo que debe aparentar rigidez ante nietos que se le trepan encima justo cuando quiere echarse una siesta.

A veces el espectáculo duraba horas y, al final, el mago salía con dulces y tazas de té humeante. ¡Y qué felicidad desbordaba entonces el patio! Pero cuando caía la tarde, los apuraba para que volvieran a casa.

Cada vez se reprochaba esa debilidad... y al instante espantaba la duda: ya no quedaban dulces, y el té también se había acabado. Y sin té, en una noche de otoño, ¿cómo ahuyentar las preocupaciones?

***

Estaba de pie frente a la ventana.
«Estoy en el tiempo... entonces el tiempo está sobre mí».

La Noche se burlaba de él con sombras amorfas, guiñando su ojo ciclópeo de luna, alargando sus dedos pálidos y helados.

«El tiempo está en mí... entonces yo estoy por encima del tiempo. ¿Cómo se puede poseer el tiempo? ¿Cómo se puede ser más grande que la eternidad?»

La Noche se colaba sin pudor por la ventana, con una sonrisa vacía, con una mandíbula torcida y desdentada.

«Cuando ves el fuego, pasas la mano por encima y lo dominas. Ves el agua: te lanzas al río y te haces dueño de la corriente. Para dominar algo, hay que perder el miedo. Pero ¿cómo se atrapa un milenio?»

La ventana no detenía el susurro helado, ni las sombras... ni a Ella. A lo lejos, las cruces del cementerio brillaban como espectros.

«¡La Noche está en mí!»

Como cuervos negros, los hilos se enredaron en su pecho, formando un nudo.

Sobre la mesa se encendió una vela alta. Luego otra. Al final, una decena.

Se dio la vuelta. Se acercó al fuego y se inclinó.

Sus ojos exhalaban un humo oscuro y hambriento, mordiendo con ansia las llamas de las velas.

«Quien haya venido a escuchar, que tenga paciencia. Quien haya venido a dominar, que se prepare para ser dominado».

En la penumbra acogedora del cuarto, el Demiurgo empezó a colocar las velas por toda la habitación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.