En el bosque reinaba una oscuridad total. De esas en las que el ojo humano jamás ve nada. Solo quedaba confiar en pequeños ruidos, esos leves crujidos que brotaban, de vez en cuando, desde lo profundo del follaje. Pero las criaturas nocturnas se movían allí como en casa.
Una figura humana, sola, no tenía sentido en ese entorno. Pero aquello que avanzaba no parecía del todo humano. Fuera quien fuera, se desplazaba como una bestia de la noche, sin alterar la trama ni las leyes de la oscuridad. Y no todos los habitantes del bosque lograban darse cuenta de qué —o de quién— acababa de pasar junto a ellos.
Parecía que la sombra no sabía adónde iba, pero sí: estaba buscando algo.
En cierto momento, la figura emergió en un claro nocturno, y una lechuza alcanzó a verla. Se lanzó desde el árbol y llevó el mensaje a todo el bosque. ¡Hú-hú! ¡Hú-hú!
El Demiurgo se detuvo y aspiró las corrientes de magia. De noche, en el bosque, eran incontables. Flotaban en todas direcciones, naciendo de cada ser vivo, de cada árbol, de cada madriguera. No, no había peligro. En absoluto. El mago se sentía parte de un misterioso plan nocturno, imposible de comprender del todo.
De pronto, lo sintió cerca. Era un lobo. Pero solo en apariencia. Por dentro, el mago percibía una criatura mucho más compleja, más grande.
—Buenas noches —saludó el supuesto lobo.
—Y buena caza para ti —asintió con cautela el Demiurgo.
—No soy cazador.
—Entonces, ¿por qué esa forma?
—Amo a los lobos. Por su lealtad. Es lo único que vale ante el tiempo. La lealtad.
—Y el amor.
El lobo negó con la cabeza.
—El amor rara vez es leal. En un instante se promete eternidad... y al siguiente se acaba. ¿Eso vale algo frente al tiempo? Yo prefiero a los lobos.
—Eso es entre los humanos. Entre ustedes... todo es distinto.
—Los humanos no son peores que los Seres de los Elementos. Para nada. Solo cuesta reconocer el amor dentro de la lealtad.
Guardaron silencio. No por los sonidos, sino por las corrientes de magia que fluían.
—¿Lo sientes? —el lobo sonrió sin enseñar los colmillos—. Desde el sur, esta noche sopla una belleza increíble.
El Demiurgo asintió. No hacía falta más para entenderse.
—El Remolino... está al norte —dijo de pronto el lobo, y Guillermo se sobresaltó.
—¿Qué? ¿Estás seguro?
—Sí. Ve hacia allá y lo verás. Y a través de él... llegarás adonde necesitas.
—Gracias. ¿Cómo puedo devolverte el favor?
—No puedes. Obviamente, no.
—Entonces, ¿por qué me ayudas?
El Demiurgo no notó en qué momento el lobo ya estaba lejos.
—Porque te conozco muy bien, Guillermo —respondió la voz del extraño ser nocturno.
Del lobo solo quedó una sombra gris. Sus ojos se alzaron al cielo como estrellas gemelas. Sus garras se volvieron raíces de los árboles.
El Demiurgo se quedó en silencio. Se volvió hacia el norte. El lobo conocía su nombre. Y eso... era extraño. Incluso para alguien como él.
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realismo mágico contemporáneo, historias de amor y destino, romance con magia y vértigo
Editado: 11.09.2025