El Tigre y el Dragón

Capítulo 28. Encuentro en Nagasaki

Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capítulo 28
Encuentro en Nagasaki

Kyoto, Japón
27 de Julio de 1878 (Año 11 de la Era Meiji)

Durante su estancia en Kyoto, Shougo y Magdalia fueron hospedados en la residencia de Azai Yutaka, un importante hombre de negocios de la región, y un cristiano a puerta cerrada. Era uno de los tantos individuos que Kaioh había estado contactando durante los últimos meses, intentando encontrar a los aliados más fuertes que pudieran serles de ayuda en su propósito final. Su casa se encontraba a las afueras de la ciudad, por la carretera que llevaba a Osaka, y era bastante espaciosa para ser básicamente ocupada por él y un par de sirvientes.

Shougo no se sentía del todo cómodo en ese sitio. Aunque, claro, a él en general no le agradaba demasiado convivir con los extraños, especialmente aquellos que se enorgullecían de su dinero y poder, y sólo profesaban su religión en secreto no por temor a represarías, como él y su familia lo hacían hace mucho en Shimabara, sino más que nada para cuidar su imagen pública.

Como fuera, la verdad era que tener un refugio seguro en aquel sitio les había sido realmente útil para así cumplir más efectivamente sus dos misiones en Kyoto. Y para bien o para mal, ambas habían terminado, y ese sería su último día en ese sitio, al menos en mucho tiempo.

Shougo estaba de hecho bastante ansioso por partir de una buena vez. Sin embargo, había una última cosa que debía hacer antes de irse.

Se levantó temprano esa mañana y se arregló rápidamente en su habitación para salir. Se colocó su kimono verde y su leal espada en la cintura, pero no su y casi característica capa; en esa ocasión deseaba pasar un poco más desapercibido.

Desde el día anterior se encontraba muy pensativo sobre lo ocurrido en la casa de Mitaki Shiraishi, y en realidad sobre todo lo acontecido durante sus acciones en Kyoto. Pensaba en las tres personas que había asesinado, las tres relacionada directa o indirectamente con el homicidio de sus padres y todas las demás personas de su pueblo. Los había buscado y prácticamente cazado por un largo tiempo, y los tres habían muerto sabiendo exactamente quién era él y porqué estaba delante de ellos.

Al fin había cobrado venganza e impartido la Justicia Divina que se merecía.

Al fin hubo retribuciones por las traiciones cometidas en contra suya y su familia.

Al fin podía dejar todo aquello atrás y sólo concentrarse en el futuro, y en todos los grandiosos planes que tenía para él.

Y, aun así, no se sentía ni remotamente tan bien como pensó que se sentiría.

Lo que lo inundaba al recordar cada uno de aquellos actos, era una profunda indiferencia, como si se lo hubieran contado en lugar de haber sido cometidos directamente por él. Era una sensación rara y, aun así, no del todo desconocida para él.

Al salir de su habitación y bajar a la planta baja aún pensativo, desde las escaleras pudo escuchar a su hermana hablar con su anfitrión en la sala. Ambos estaban sentados en sillones diferentes, estando Azai en uno individual, con un vaso con licor oscuro en sus dedos pese a lo temprano que era. Sayo se encontraba en un sillón más grande, y Shouzo, como su leal guardián, permanecía de pie detrás, escuchando la conversación pero no interviniendo en ella.

—El carruaje que pidieron ya está en camino —le comentaba el dueño de la casa a Santa Magdalia—. Los llevará directo al puerto de Kobe, donde un pequeño y discreto barco de mi propiedad ya los estará esperando. De ahí en adelante éste los llevará seguros hacia el sur.

—Mi hermano y yo le agradecemos mucho todas las atenciones que ha tenido con nosotros, señor Yutaka —correspondió Magdalia con una cándida sonrisa, que en realidad se esforzaba más de la cuenta en mantener, pero de eso sólo Shougo logró percatarse con tan sólo oír el tono de su voz.

—Por el contrario, Santa Magadalia —pronunció Azai, agachando su cabeza con respeto—. Es lo menos que un hermano cristiano como yo puede hacer por aquellos que vienen al fin a pelear por nosotros, y obtener lo que nos corresponde por derecho. En Azai Yutaka siempre encontrarán a un hermano, y aliado.

Hecha su declaración, Azai se empinó un trago más de su vaso, y los hielos tintinearon contra las paredes de vidrio de éste. Sayo se limitó a sólo seguir sonriendo, y asintió con cuidado.

—Mi hermano estará muy contento de saber que se va de Kyoto luego de haber tocado los corazones de tantas personas buenas —señaló Magdalia con suavidad—. Y haber hecho grandes amigos, por supuesto. Pero antes de irnos, sobre lo que hablamos de las personas del pueblo que desean unírsenos en Shimabara…

—Considérelo hecho —indicó Azai rápidamente, alzando una mano al frente—. En menos de una semana, todos aquellos de sus seguidores que tengan el rosario que les regaló como muestra, estarán camino a Shimabara. Bajó mi cuidado también, obviamente.

—A modo personal, yo se lo agradeceré mucho —asintió Magdalia—. Que Dios lo bendiga por toda su generosidad.

Shougo no lo llamaría generosidad propiamente. Tanto él como su hermana eran conscientes de que, como la mayoría de los “hermanos cristianos” de dinero y poder que Kaioh solía contactar, Azai Yutaka tenía sus propios intereses para ayudarles. La mayoría económicos, por supuesto, no muy diferentes a las ambiciones que en algún momento tuvo el Feng Long con ellos. Sin embargo, debían darle crédito, pues a diferencia de los otros, aceptó intervenir y darles asilo en su casa durante todo ese tiempo. E incluso les facilitaría su regreso a Shimabara a él y a los otros cristianos que habían conocido esas semanas ahí y que habían aceptado gustosos unirse con ellos en su Tierra Santa.




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