El Tigre y el Dragón

Capitulo 07. Claveles

Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capitulo 7
Claveles

Shanghái, China
17 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)

Esa mañana había sido demasiado tranquila, considerando que estábamos hablando de alguien con una "posición" tan delicada como era ser el cabecilla del Feng Long. Pero en realidad así era ese negocio para todos, desde el más alto hasta el más bajo elemento. Unos días eran realmente ocupados, movidos y estresantes, especialmente cuando sucedía una compra o una disputa, y otros eran de lo más relajados y tranquilos. El día anterior había sido así en su mayoría, y al parecer éste también lo sería, tanto así que Yukishiro Enishi pasaba su mañana entrenando en el jardín trasero de su mansión principal, justo después de haber comido su desayuno.

La expresión que mejor definía la residencia del líder era "un hibrido entre occidental y oriental", como el propio puerto de Shanghái lo era en sí. En general tenía toda la apariencia de una mansión estilo europeo de tres pisos, o al menos su fachada frontal así lo indicaba. Sin embargo, el jardín trasero tenía toda la apariencia de un clásico jardín japonés, con algunos árboles de Sakura, para esos momentos comenzando a perder todo su follaje por estar a la mitad del otoño; un estanque de carpas que era cruzado por un pequeño puente de madera, algunas piedras decorativas, y otros detalles diferentes que no se esperaría ver en el jardín de una casa con ese frente. Algunas habitaciones del interior también eran imitaciones de la clásica arquitectura de su país natal, con puertas corredizas de madera y papel, muebles bajos, y pasillos externos. De hecho, Enishi tenía dos habitaciones: la occidental, ubicada en el tercer piso, con su cama de enorme tamaño, con sillas y un escritorio estilo Luis XIV, y una amplia terraza con una mesa y sillas para té que tenía una hermosa vista del puerto, o al menos de la parte "bella" de éste. Y además tenía la oriental, o más bien la japonesa, con muebles bajos, puertas corredizas para entrar, y otras más que se abrían hacia al jardín Este, con algunos pergaminos colgados en las paredes... y algo muy singular que prácticamente tenía escondido de los ojos de cualquiera, visitante o trabajador de la casa: un altar mortuorio de color negro.

Nadie sabía a quién pertenecía, y de hecho siempre permanecía con sus dos pequeñas puertas cerradas, y nadie que no fuera Enishi tenía permitido abrirlas. Se rumoraba en ocasiones entre la servidumbre que el japonés había tenido unos padres adoptivos ahí en Shanghái, y que habían muerto asesinados; pero muy pocos pensaban que el altar fuera en su honor.

Ese cuarto era uno de los grandes misterios que rodeaban al Líder actual del Feng Long. Pasaba mucho tiempo en ese lugar, más que en cualquier otro lado de la casa, incluyendo su habitación del tercer piso, e incluso algunos afirmaban que en ocasiones lo oían "hablar solo" al estar encerrado en su interior. Ciertamente, era un verdadero misterio...

Pero en general la casa era muy hermosa, no muy grande, ni tampoco muy ostentosa, sólo excéntrica por su curiosa arquitectura. No tenía ningún tipo de salón de fiestas ni tampoco una sala para reuniones muy grandes. Enishi no acostumbraba ni hacer fiestas, ni recibir a mucha gente al mismo tiempo en su casa. Recibía de vez en cuando a clientes, comerciantes y gente del gobierno, pero normalmente eran uno o dos individuos, y los atendía ya fuera en alguna de las salas de estar, o en la terraza de su habitación. Estaba de más decir que no era precisamente un hombre muy social, y estaba mejor así.

Esa mañana, como se dijo anteriormente, Enishi se encontraba entrenando un poco, a mano limpia específicamente. Era más un hombre de espada, pero estirar un poco los músculos con ataques desarmados nunca estaba de más. Claro que, eran pocos los que se atrevían a servirle de sujeto de entrenamiento, y no sólo por el hecho de que era casi invencible, sino también porque nadie se arriesgaba a lastimar al líder del Feng Long. Xung-Lang de vez en cuando se animaba, pero tampoco era muy fanático de hacerlo. Por lo tanto, sin un valiente compañero, el japonés pasaba esas horas solo, parado en medio de su patio, vestido con unos pantalones anaranjados sueltos, ideales para el ejercicio que estaba haciendo, y una camiseta sin mangas color negro, tirando golpes, patadas, codazos, rodillazos y hasta cabezazos al aire, enfrentándose a un ejército de enemigo imaginarios.

Cuando una de las sirvientas de la casa salió a buscarlo, el amo se encontraba lanzando varias patadas consecutivas al aire con una fuerza tan grande que de seguro, de haber sido recibidas por cualquier persona, ésta hubiera caído inconsciente al suelo... o algo peor. Enishi era realmente aterrador cuando entrenaba; siempre que lo hacía solo, parecía realmente odiar a su enemigo imaginario. Su mirada, más que ponerse seria y dura, parecía molesta y llena de coraje. Apretaba sus dientes con fuerza, y parecía que cada musculo del cuerpo se le tensaba por completo. Era por eso que a todas siempre les daba miedo acercársele en esos momentos, pero en ocasiones no les quedaba otra opción.




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