El Tigre y el Dragón

Capitulo 22. Sayo

El Tigre y El Dragón

Wingzemon X

Capítulo 22
Sayo

Shanghái, China
02 de Febrero de (4575 del Calendario Chino)

Los fuegos artificiales alumbraron el cielo de Shanghái por sólo unos cuantos minutos, pero fueron más que suficientes para marcar el inicio oficial del nuevo año. Pasada la emoción y alegría, era momento de recoger todo, llevar a los niños a casa, y dormir un poco. Algunos niños ya estaban adormilados incluso antes de que comenzará el espectáculo, por lo que más de uno ya se encontraba recostado en el suelo, durmiendo o comenzando a dormirse. Los adultos, por su parte, recogían los platos, vasos, cubiertos, manteles, sillas y mesas, para llevarlos de regreso al día siguiente a quienes lo habían prestado para esa noche.

A muchos les pareció que Santa Magdalia parecía algo pensativa y ausente, incluso desde el momento en el que estaban los fuegos artificiales. En esos momentos ella se encontraba recogiendo los platos en una pila. Si alguien se le acercaba y le decía algo, incluyendo los niños, contestaba educadamente, aunque algo cortante, con una sonrisa que se veía requería mucho esfuerzo para poder salir. ¿Qué tanto le cruzaba por la cabeza en esos momentos? Sería más fácil decir qué no le cruzaba. Desde la conversación sobre los holandeses, seguido por su enfermedad, la historia del pasado de Enishi y su hermana, y culminando con ese inesperado y muy confuso desenlace...

Confundida no podía abarcar toda la gama de sentimientos que la consumían. ¿Qué debía de hacer? ¿Cuál era la acción correcta a seguir? ¿Qué era lo que sus creencias y sus enseñanzas le dictaban para un caso como ese? No creía que hubiera realmente algo como ello, que pudiera decirle exactamente y paso a paso qué hacer ahora. Quizás no todo era siempre tan sencillo.

Cuando ya tenía alrededor de quince platos apilados, tomó la pila con ambas manos. Se dio media vuelta y se dispuso a llevarlos al sitio en el que estaban juntando todo. Al girarse, los platos casi se le caen de la impresión, al toparse de frente con precisamente la persona que menos deseaba ver en esos momentos, y autor de todo el barullo en su cabeza.

Enishi también pareció sobresaltarse un poco en cuanto ella lo vio. Se quedó inmóvil unos instantes, y luego posó su atención en la pila de platos que cargaba.

- Déjame ayudarte con eso. – Le indicó justo antes de disponerse a tomarlos. Sin embargo, ella rápidamente los hizo a un lado, alejándolos de sus manos.

- Gracias, estoy bien. – Le respondió de forma tajante, y luego le sacó rápidamente la vuelta para seguir por su camino. Pero Enishi no pareció querer dejas las cosas así, y rápidamente comenzó a seguirla.

- Son demasiados platos, sólo pásame algunos.

- Dije que no.

- ¿Cuál es tu problema? ¿Sabes qué tan difícil es que, para variar, intente ser amable con alguien últimamente?

- ¿Eso debería de convencerme de algo?

Al albino, eso le pareció mucho más familiar. Esa mecánica asemejaba más a lo que él recordaba que era estar en compañía de esa mujer. Pero ya había conocido y visto de frente a la verdadera Magdalia, no a la mujer a la defensiva y de mal carácter que le había prácticamente tocado conocer hasta entonces, sino a la amable, sonriente y hasta un poco bromista con la que estaba charlando no hace mucho atrás. Por ello, no le era nada agradable encontrarse de nuevo con la anterior.

- Deja de actuar así. – Pronunció casi como una exigencia. – Necesito hablar contigo, ahora.

Magdalia se detuvo de golpe, y lentamente se giró de nuevo hacia él, quedando uno frente al otro. La expresión de la cristiana se encontraba ya un poco más relajada, pero no por completo. Más que molestia, parecía estar sumida en una gran incomodidad; y en parte, no podía culparla.

- Lo siento. – Murmuró Magalia en voz baja. – Sé lo que necesitas, pero no puedo en este momento, ¿de acuerdo?

- No me interesa si no puedes. – Le respondió él con marcada firmeza. – Necesito que sepas que eso...

Sus palabras fueron cortadas de tajo, y también su expresión cambió. Un ligero rastro de asombro se asomó en sus ojos, que de hecho Magdalia detectó que ya no estaban en ella, sino en algo sobre su hombro, o más bien detrás.

Desconcertada, la joven se giró para intentar identificar qué había causado ese repentino cambio. No tardó mucho en hacerlo, pues en cuanto se giró, pudo ver, apenas alumbrado un poco por la luz de los faroles de gas, a la alta e imponente figura... de Shougo Amakusa en persona, de pie con firmeza, mirándolos fijamente con gran dureza en su mirada.




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