El titán de Varsovia

EL LABERINTO

Bajo el hielo habitan las criaturas más desagradables. La facción americana tiene su propio cementerio donde lanzan los cuerpos de las criaturas que mueren por su mano, y cuyos cadáveres no pueden desaparecer. Los cuerpos son encadenados al fondo del lago, como si temieran que pudieran regresar en cualquier momento. Valtho, un cazador del norte, descubrió que eso fue lo que pasó con Codicia. Resultó ser un cadáver que regresó del cementerio congelado.

La facción del norte no tiene tal cosa, a pesar de contar con los recursos suficientes. En vez de cementerios bajo el hielo, el territorio del norte tiene un laberinto, y nadie es más merecedor de estar allí que el hombre que aterrorizó a las criaturas durante miles de años.

Los rebeldes que antes ocupaban el lugar fueron trasladados a otras celdas, solo para que la nueva criatura que habita el espacio no tuviera contacto con nadie.

Valtho se aproxima al laberinto y toma su lugar junto a la puerta; frente a él se extiende la más espesa oscuridad. Cierra los ojos y respira profundamente, intentando que su acción no se escuche.

Pero sí se escucha.

Una carcajada burlona hace eco en las paredes

—¿Ya estás asustado, cazador? —preguntó el prisionero con una voz ronca.

Valtho ya debería estar acostumbrado a la oscuridad y la desolación, pero ¿quién podría acostumbrarse al infierno?

********************

Antes de entrar a la cocina, miro en el interior para asegurarme de que Lio no está en casa. Lo encuentro sentado en el comedor y su mirada se clava en mí como un puñal. Me doy la vuelta para correr a las escaleras, pero una pared de músculos se atraviesa en mi camino.

Al levantar la cabeza, me topo con la mirada más intensa del rey.

—¿Por qué no me obedeces cuando te digo que no debes usar magia?

—¿Por qué no me entiendes cuando te digo que utilizar el único recurso que tengo contra las criaturas no me hará daño? —Cruzo los brazos e intento mantenerme firme.  

—¿Y qué me dices de tus dolencias? —cuestiona Lio.

—Los doppelgänger no sufrimos por el uso de la magia como los brujos porque el poder que empleamos viene de los dioses. Mis dolencias son por mi naturaleza como ancla. Yasikov ya te lo dijo, ¿o no? Soy una metiche.

—¿Tus dolencias son un castigo por ser metiche?

Muevo la cabeza arriba y abajo con energía.

—¿Siempre será así?

—Ya te expliqué que el ancla tiene una vida muy corta. Mi tiempo se reduce cuando evito un suceso importante o interfiero en los planes de Cero. Barnabas me da instrucciones para evitar alguna desgracia y Cero es quién se da cuenta de mi intromisión y me provoca una reacción física como advertencia. Los dolores no pueden ser provocados sin más, son el aviso del cuerpo de que algo no está bien y desembocan en alguna enfermedad.

—Obedéceme entonces. Deja que yo haga el trabajo y Cero no tendrá excusas para meterse contigo.

—Cero tiene un castigo para cada doppelgänger. Incluso para ti.

—No le tengo miedo.

—Ya sé…

Es difícil castigar a alguien que no  podría inmutarse con la pena impuesta.

—No voy a dejar que tu cuerpo se deteriore —dice con determinación.

Que pueda o no resentir el castigo no es la cuestión…

*******************

Es lindo tener al rey de los muertos al cuidado de mi salud, no lo negaré. Antes de nacer como Lio, el rey ni siquiera me volteaba a ver porque mi vida era demasiado irrelevante para ser tomada en cuenta. Al igual que yo, todos los doppelgänger adquieren un nombre distinto en cada vida, pero sus recuerdos son borrados. Una ventaja de la que me gustaría disfrutar, pues yo sí puedo recordarlo todo.

El rey me ha vigilado con más atención últimamente, haciendo el trabajo de los implementos médicos más básicos cuando no tiene ninguno a su alcance. ¿Cuántas veces ha puesto su oído en mi pecho para escuchar mi corazón y sentir mi respiración? Es una actitud tierna, pero en este momento me fastidia. ¿Por qué? No me gusta el ambiente de los hospitales, pero él prácticamente me arrastró a una clínica.

Lo hizo a pesar de mis protestas.

Le dije que era más probable enfermarme en un lugar así, quiero decir, estoy rodeada de enfermos. Alguien podría contagiarme algo.

Él lo resolvió haciendo que use un suéter dos tallas más grande sobre dos capas de tela. Me obligar a llevar la capucha puesta todo el tiempo, ocasionando que me sienta sofocada. También llevo guantes y tapabocas.

Hemos pasado de consulta en consulta porque el hombre quiere asegurarse de que las áreas de mi cuerpo que él no puede revisar por su cuenta, estén en perfecto estado.

Tengo una leve infección urinaria, cuyos síntomas no van más allá de algún dolor ocasional. La buena noticia es que se puede tratar muy fácilmente.

Para mi sorpresa, Lio consiguió un chequeo completo de mi cuerpo en dos días y no quiero saber cómo obtuvo tan rápido los análisis que ameritaban más tiempo. Quiero pensar que nos hemos topado con el personal más eficiente de la ciudad y no que el rey ha metido sus manos donde no debía.



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En el texto hay: rey, brujas, dramas y magia

Editado: 27.11.2023

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