Las divisiones en las filas de combate fueron diseñados con formas básicas: cazadores de primera, segunda y tercera división. O, lo que es igual: combate cuerpo a cuerpo, estrategia, búsqueda y rastreo, respectivamente.
Lisa ocupa el puesto de primera cazadora de primera división. Ella es apodada “El tornado del norte” por su gran energía y por la felicidad que profesa a los cuatro vientos. Siempre parece estar de buen humor; pero debajo de esa continua energía y felicidad había algo más.
Lisa tuvo la idea de sacar a los prisioneros todos los días después de lo ocurrido con el titán en 1764, y peleó junto a la voz de su conciencia para conseguir la aprobación a su pequeño proyecto. Ese horrible día, el titán liberó a todos los prisioneros que Celeste mantenía encerrados bajo tortura constante, provocando una ola de represalias que no se pudo detener hasta que murió el treinta por ciento del ejército, junto a la líder. Celeste fue asesinada de la peor forma posible.
«Si no hubiera sido una perra cruel, tal vez la hubieran dejado morir con dignidad», pensó Lisa frente a la tumba de Celeste.
Todas las cazadoras la adoraban, pero Lisa no podía sentir la misma admiración. Celeste era amable con todas, siempre gentil y magnánima en el exterior. Pero en el interior era despiadada. Lisa recuerda cómo se veían las celdas de prisioneros durante su mandato. Era como si el espíritu de Mengele habitara el cuerpo de Celeste antes de venir el mundo junto a los nazis, llenándola de esa sed sádica por las pruebas llevadas a cabo en cuerpos vivos.
Celeste también tenía su propio dogma:
«Al César lo que es del César, y al rebelde una cruz de hierro».
Recuerda muy especialmente una de sus discusiones:
—¿Qué pasa? —le preguntó Celeste en una ocasión—. ¿Por qué soy yo la única persona en esta organización que se ha ganado tu odio?
—No me agradas —respondió Lisa.
—¿Por qué no te agrado, rollito de primavera?
Celeste solía llamarla de esa forma cursi, pensando que pondría una sonrisa en su cara cada vez que la viera.
—No puede gustarme alguien que me sonríe alegremente después de torturar a un prisionero. ¿Si te hago enfadar me harás lo mismo?
—Depende —Celeste hizo una pausa—. ¿Tú también matarás humanos?
—Eres una hipócrita.
Lisa era una altanera, pero con un excelente radar para los seres como Celeste. La líder le sonrió suspicaz, se cruzó de brazos luciendo satisfecha por su respuesta y señaló:
—Tu lista de pecados te trajo hasta aquí, ¿no te hace eso una hipócrita también?
Le había cerrado la boca señalándole la razón por la que se había visto obligada a convertirse en cazadora. Le recordó al mismo tiempo que sus palabras no tenían ningún valor para ella; así era Celeste.
—Muy bien —reconoció Lisa—. Sigue hurgando en las entrañas de otros. No estás obligada a dejar de ser una perra cruel. Yo tampoco estoy obligada a cogerte gusto.
Y ahora, mientras lleva a los prisioneros en fila india por el campo de entrenamiento, solo puede pensar que Nala tiene un punto a su favor: en comparación con Celeste, cualquiera era mejor líder. Nala solo tiene una cara, pero eso en ocasiones le juega en contra.
—Oye, pequeñita. —Uno de los cazadores llamó la atención de Lisa—. ¿Qué están haciendo esos cazadores?
Mirto señala la plataforma a tres metros del piso, colocada en la parte posterior de las instalaciones, como un campo de entrenamiento. Su disposición deja más espacio, pero sobre todo les otorga a los practicantes algo de discreción.
—Es entrenamiento físico.
Mirto no puede verlos, pero sí escucharlos. Lo que hay sobre la plataforma son niños haciendo una combinación de golpes y patadas al ritmo de las órdenes de un instructor. Mirto observa a Lisa confundido. ¿Niños?
—¿No es genial? —pregunta ella, emocionada—. Este es el hogar de los huérfanos de guerra.
—¿Huérfanos de guerra?
—Hijos de criaturas que murieron por rencillas entre clanes —explica—. Un cazador de la facción asiática los entrena en combate. Es un excelente sensei.
Mirto aún no puede creerse la presencia de niños en un lugar destinado para los peores criminales del mundo. Pero lo más increíble de todo… es la sonrisa de satisfacción de Lisa.
¿Por qué les permite verlos?
—¿Qué planeas, risitas?
—Absolutamente nada. —Lisa da una vuelta y abre los brazos como si presentara un espectáculo—. Pueden hacer lo que quieran. Técnicamente, mientras estén esposados son iguales a los humanos. Caminen, hablen, conspiren contra nosotros. No importa… Siempre y cuando no acumulen carga negativa. Quiero decir, amargura.
Suena engañosa, pero cómo reclamar su hipocresía cuando luce como si estuviera trayendo paz al mundo. Mirto no lo entiende y algo dentro de él le dice que es mejor así. Recuerda las peleas en la facción europea y la horrenda sensación de estar en un coliseo rodeado de sádicos. No puede evitar preguntarse hasta cuándo podrá disfrutar de esa mejora.
Editado: 27.11.2023