Yasikov jamás me ha negado nada, salvo cuando quiere agotar mi paciencia o vengarse de mí. Usualmente soy yo quién se niega a sus peticiones. Sabía que no debía asomarme a su despacho, pero lo hice, y me reprendí por eso cuando me pidió que lo ayudara con el cierre fiscal. Ya no soy su contadora, pero no pude decirle que no, especialmente porque decidió aceptarme en su casa. De nuevo.
Como no estaba dispuesto a que husmeara en su espacio vital, decidió sacar su montaña de papeles y colocarla sobre la mesa de cristal del salón principal. Estamos sentados en el piso con las piernas cruzadas bajo la mesa.
—Pensé que me había librado de los números.
—Y yo pensé que me había librado de ti —dijo él.
—Admítelo, tu vida es más feliz conmigo en ella. —Saco mi lengua con un gesto infantil y él sonríe en respuesta. Mi sufrimiento le divierte.
—Si no te hubieras ausentado tanto tiempo, tendrías menos trabajo a la hora de organizar mi desastre. —Se encoge de hombros como si nada.
—Óyeme, ruso endemoniado. —Lo insulto porque no me queda de otra—. Tienes un contador y un sistema contable bastante practico. Úsalos.
—Mi nuevo contador es irritante, igual que la pantalla de las computadoras. —Finge que le arden los ojos y los frota.
Yasikov baja la mirada a mi cuello y fija toda su atención en la pequeña fundita de tela que cuelga de él. Me mira a los ojos con curiosidad y extiende su mano para tocar el objeto.
—¿Qué es esto?
—Un glucómetro…
Se paraliza unos segundos antes de soltar el aire.
—Sabía que tu olor había cambiado…
Yasikov no hace ningún otro comentario, pero su expresión se vuelve más agria. Está sacando conclusiones y me alegra que no me pida ninguna explicación porque tampoco quiero darlas. Me niego. Lio decidió abandonarnos para encargarse de sus deberes. Y antes de hacerlo, le pidió, no, le ordenó a Yasikov que me vigilara.
El deber del rey de los muertos no puede ser ignorado, pero lo ha hecho por algún tiempo mientras me cuidaba. Lio podría sentirse aliviado porque sabe que Yasikov me vigilará muy bien. Tal vez demasiado.
El emplacado no deja de estudiarme con insistencia y, aunque intento concentrarme en los números, esa mirada pesada no me lo permite. Veinte minutos después, suspiro con exasperación.
—A ver… ¿Tienes algo que preguntarme?
—¿Yo?
—¡Me vas a echar mal de ojo, hombre!
La carcajada de Yasikov es despreocupada, logrando que yo también sonría.
—No te gusta que te miren, eso es todo.
—No, lo que no me gusta es el exceso de atención y con Lio ya tengo mucho de eso —puntualizo—. Ya dime, ¿qué quieres?
—Hay algo que me ha estado molestando…
—Nooo —niego dramática, ganándome una mueca de su parte.
—Lio es un doppelgänger y está bastante consciente de eso. Andrzej es un doppelgänger y también está plenamente consciente de su condición. ¿Por qué no estabas al tanto de tu naturaleza hasta que Lio regresó?
—Error. —Levanto el dedo índice—. El ancla despertó después de que Kai y Morthu me sobrecargaran.
—Esa es otra de mis dudas, ¿por qué no los odias? Llegaste aquí diciendo que tenías que ayudarlos porque Andrzej los mataría.
—Dicho de forma sencilla… —Medito antes de continuar—. Los conozco desde hace mucho, mucho, mucho tiempo. Hemos pasado por mucho.
Yasikov no se ve convencido.
—¿Y lo otro…?
—Ah, todos los doppelgänger despiertan tarde. Mucho después de nacer.
—¿Por qué? —Apoya un codo sobre la mesa y la barbilla sobre su mano.
—Porque para que un doppelgänger pueda nacer en este mundo hay que hacer un reseteo.
—¿Un qué?
—No puedo decir más. Cero me prohibió abrir la boca más de lo necesario.
—Ahora eres como el rey. Eres Junne, pero también eres el ancla. ¿No es demasiado raro para ti?
—¿Lo es para ti?
Yasikov me mira con intensidad sin decir una palabra. Me da algo de tristeza.
—Me disculpo si he cambiado un poco a tu pequeño incordio—digo con suavidad, apenada.
Él ladea la cabeza y sonríe con amabilidad.
—Te equivocas, no has cambiado. —Su sonrisa se vuelve maliciosa de repente—. Sigues siendo un grano en el culo.
—Maldito ruso…
Cuando Yasikov está a punto de replicarme, alguien llama a la puerta y sé que no es el rey porque, como ya quedó demostrado, su fuerte no son las normas de cortesía.
El emplacado se pone de pie para ver por la mirilla de la puerta. Su expresión se arruga y hace señas para que me retire. No lo pienso dos veces.
El sonido de la campana no siempre significa salvación…
Editado: 27.11.2023