Natalia esta cansada de la rutina, igual que siempre.
La alarma de Natalia sonó de manera puntual a las siete con cuarenta y cinco de la mañana, ella la apagó y se desperezó en la cama. La noche anterior se habia quedado hasta tarde mirando televisión. Tenia unas enormes ojeras debajo de sus ojos, su vista estaba muy cansada, y pensó que no queria levantarse.
Y de hecho, no lo hizo. Volvió a recostarse y, sin pensar en las consecuencias, volvió a dormir.
A las ocho en punto de la mañana Yaiza se levantó sonriente, justo como cada día. Miró a su alrededor y no vio a Natalia en ninguna parte, le extrañó, pero rápidamente se olvido de ese hecho y recordó a su bebé... Ella ahora era madre, y tenía un bebé precioso... O eso era lo que ella creía.
Corrió por el pasillo abriendo cada puerta a su paso, buscando a su bebé pero no había rastro de él. Y en ese nomento es cuando sus cables se cruzaron, abrió la última puerta que quedaba por abrir; en ella Natalia dormía plácidamente, sin tener idea de nada.
Yaiza, llorando a moco tendido ya. Corrió otra vez por el pasillo, llegó a la cocina y agarró el primer cuchillo que vio.
En la habitación, Natalia escucho ruido en la cocina y despertó. Al mirar la hora, comprobó asustada que eran las ocho y diez de la mañana. Se levantó de un salto y corrió al pasillo... En donde se encontró a Yaiza de pleno, con un cuchillo en la mano. Yaiza lo levantó en el aire y lo apunto hacia Natalia, pero ella en un rápido movimiento la agarró de la muñeca y le sacó el cuchillo de la mano.
Yaiza comenzó a llorar, se acercó a Natalia y golpeó su pecho y estómago como una nena chiquita, como haciendo una rabieta. Natalia se quedó quieta.
─ ¡Por qué haces esto..! Sólo quiero a mi bebé, y vos lo alejas de mí.. ─ lloriqueaba Yaiza.
Aún con el cochillo en la mano, empujó a Yaiza de manera brúsca y fue a la cocina apretando la mandíbula sin decir palabra, estaba haciebdo un gran esfuerzo por no dejarse llevar por la ira que lleva dentro. Pero ella la siguió.
─ ¡Dónde está mi bebé? ¡Quiero a mi bebé.. ! ─ seguía insistiendo Yaiza, Natalia la ignoraba.
Mientras más Natalia se esforzaba por ignorarla y hacer su rutina diaria, Yaiza más insistía. Por cinco minutos se mantuvieron así, pero la paciencia de Natalia llegó a su fin cuando Yaiza gritó a todo pulmón;
─ ¡Todo es tú culpa! ─ gritó, y Natalia paró en seco a mitad de camino del sillón.
¿Mí culpa? Se preguntó Natalia con ironía. Se dió la vuelta lentamente, claramente enojada, encarando a Yaiza.
─ ¿Querés ver a tu bebé? ─ preguntó a regañadientes, los ojos de Yaiza brillaron y dijo que sí con la cabeza eufóricamente. ─ Está bien, hoy vamos a ir a ver a tu bebé.
Yaiza sonrió, y Natalia también, pero por motivos muy diferentes. ¿Querés ver a tu bebé? Muy bien, te llevaré a ver a tu bebé.