El tormento del mago de fuego

Capítulo 2. Anuncio

Esther no pudo esperar a que su amiga finalmente terminara el examen y la arrastró a la cafetería de estudiantes.

– ¡No te lo imaginas! – le susurró al oído con voz baja para que nadie pudiera escuchar cuando se sentaron en una mesa desocupada. – Ese tipo nos va a enseñar magia de fuego.

– Ya me habían contado eso, – murmuró Miela mientras masticaba un sándwich.

– Y a mí me asignaron como su asistente, – añadió Esther con tono sombrío.

Su amiga casi se atragantó al oír eso y tosió ruidosamente:

– ¿En serio?

– No estoy para bromas, – dijo Esther tomando un sorbo de jugo. – Yo esperaba asistir al señor rector, y él es tranquilo y pacífico, – luego de ver la mirada escéptica de su amiga, corrigió, – bueno, casi tranquilo y razonable. Pero este tipo lleva escrito en la frente: «Problema andante».

– ¡La problemática eres tú! – se rió Miela. – ¡Él casi se vuelve uno de los que van caminando gracias a ti!

– ¡Eres muy buena animando! – resopló Esther.

– Si hablamos de «apoyar», eso sí le toca al nuevo profesor, – continuó riéndose Miela. – Su reacción es rapidísima: te atrapó, te sostuvo y te levantó! – de repente, se estiró hacia el magvisor, que estaba en cada mesa como una semiesfera de cristal, permitiendo a los estudiantes consultar noticias entre clases. – ¡Mira! – señaló la proyección que emergía del cristal. – Justo Dalaran fer Arort busca un administrador-artesano para su mansión. ¡Y promete una paga estupenda! A alguien le va a ir muy bien.

Esther giró rápidamente la proyección del anuncio hacia ella, leyéndola detenidamente. Al hacerlo, dos líneas aparecieron en su entrecejo y apretó los labios, indicando un proceso de pensamiento intenso.

– No me asustes, – dijo Miela dándole un empujón con el hombro. – Cuando tienes esa expresión en tu cara, algo muy ilegal está por suceder, – susurró ella.

– Necesito ese trabajo, – murmuró pensativamente Esther. – Unos meses de trabajo y podré comprar esa casita.

– Déjame pensar, por qué no te escogería, – Miela dejó su vaso de jugo de lado. – No tienes licencia de artesano. Experiencia laboral requerida, tampoco tienes. Y, lo principal, – cruzó los brazos triunfalmente, – ¡no eres hombre!

– Olvidas lo más importante, – hizo una mueca Esther, – después de nuestra pelea de hoy, incluso con todo lo que mencionaste, no me contrataría.

Para sí misma añadió: si él se entera de otra razón, no solo no me contratará, ¡me estrangulará! Pero, por suerte, esa razón aún no estaba asociada con ella en su mente.

– Así es, amiga, – con un gesto Miela desactivó la proyección de las noticias locales. – Así que, termina de comer antes de que nos atrasemos al próximo examen.

La idea de ganar dinero atrapó tanto a Esther que casi arruina su examen de artesanía. No, no lo falló en el sentido de reprobarlo. Casi saca un “excelente” porque se enfureció tanto con el comentario despectivo de fer Arort sobre la incapacidad de las mujeres para las ciencias serias. Solo cuando vio los ojos del profesor ensancharse con sus respuestas, recordó que tenía una relación difícil con esa materia y comenzó a tartamudear. Eso no impidió que el profesor asintiera con aprobación y dijera: «Puedes hacerlo si te lo propones».

Esther salió disparada del aula, con los ojos chispeando de enojo. Sus fosas nasales se ensancharon tanto que parecía que iban a salir, si no fuego, al menos nubes de vapor.

– ¿Qué pasa? – preguntó Miela, asustada. – ¿Te mandó a repetir el examen?

– ¡Peor! – resopló Esther, llevándose a su amiga lejos de los demás estudiantes.

– ¿Te expulsaron? – preguntó ella, ronca de inquietud.

– Me pusieron “bueno”, – refunfuñó Esther. – Casi saco “excelente”.

– Te has alterado, – silbó Miela. – ¿Ese guapo te afectó tanto? – preguntó, entrecerrando los ojos astutamente.

– ¡Qué guapo ni qué nada! – le gritó Esther. – ¡Me importa un comino su cara!

– Bueno, eso no es verdad, – sonrió Miela torcidamente. – A nadie le importaría esa cara. ¡Y sus ojos! – suspiró soñadoramente. – Como el cielo de agosto en una noche de estrellas fugaces.

– Enamorarse para ti es como caer de ese cielo, – dijo Esther, arrugando la nariz recordando todas las pasiones de su amiga. – Solo te has librado del rector.

– ¿Para qué quiero al señor rector cuando existe su joven copia – Liell fer Daemar! – se rió Miela, recordando a su compañero de clase – el hijo del rector.

– El señor rector tiene suerte de tener un hijo, no una hija, – se burló Esther. – De lo contrario, el pobre hombre no sabría cómo manejar tu admiración por su persona académica.

– Está casado, – dijo Miela con desagrado. – Y yo necesito a alguien libre. Mi papá ya empezó a insinuar que es hora de buscar esposo. ¡Y no quiero regresar a nuestra ciudad provinciana! ¡Es muy pequeña para mí!

– Entonces llévate a ese Dalaran fer Arort, – dijo Esther con una sonrisa maliciosa.

– ¡No, no, no! – Miela agitó las manos. – Entre ustedes chisporrotea, y no quiero ser un producto secundario de la combustión.

– ¡No exageres! – le cortó Esther enojada. – Él está en otro mundo y yo en el mío. El hijo de un duque y una huérfana sin familia. Solo para el disfrute de la corte real.

– ¡Ay, por favor! La corte real, – la imitó Miela. – Su padre, hasta donde sé, se casó con una mujer sin título.

– No sin título, – aclaró Esther, – sino sin nobleza. Son cosas diferentes. Además, esos sin nobleza suelen ser académicos que ganaron su título por su inteligencia.

– Tienes todas las chances de ganarlo también si no ocultas tu intelecto.

– ¡Lo ganaré! – asintió Esther. – Pero un poco más tarde.

En ese momento, todos los pensamientos de Esther estaban ocupados en planear cómo conseguir el puesto de administrador-artesano. ¡Y eso era extremadamente complicado! Una cosa es cambiar el color del pelo, los ojos y la piel. Y otra muy distinta es cambiar de género. Para eso necesitaba un artefacto poderoso que no solo mantuviera la ilusión de la apariencia, al menos, durante un día, sino que también cambiara su voz de femenina a masculina. Y para crearlo, tendría que ir en medio de la noche al Bosque Crepuscular en busca de la neblina errante. Luego recoger el rocío de las flores quiméricas que cambian de color y forma durante el día según la cantidad de luz solar. Y sacar un cristal de la cueva de la Luna Cambiante. ¡Solo eso!




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