Capítulo 11: El castigador y la pureza
La risa de Hades seguía resonando en las mentes de los espectadores. A pesar de que el combate había terminado, el eco de su voz les provocaba escalofríos. Sin embargo, el árbitro rompió el silencio:
—¡Este torneo se está poniendo cada vez mejor… y aún no hemos terminado!
Desde el fondo del estadio, una intensa luz comenzó a brillar, disolviendo poco a poco el miedo sembrado por la anterior batalla. Aquella claridad creciente llenaba de paz los corazones angustiados. Entonces, de entre la luz, emergió una criatura mítica.
Avanzando a cuatro patas, con un majestuoso cuerno y un brillo resplandeciente que parecía divino, apareció un ser que rara vez se deja ver.
—Nuestro próximo participante ha llegado. Un ser de pureza y luz, protector de doncellas… al menos, eso dice la mitología. ¡Con ustedes, el gran unicornio!
La multitud quedó enmudecida por la belleza de aquella criatura. Con un suave relincho, el unicornio calmó al instante los corazones inquietos. Una sensación de paz jamás antes experimentada envolvió el estadio. El unicornio se alzó sobre sus patas traseras, adoptando una postura defensiva. Había sentido que su oponente se acercaba.
De pronto, el cielo comenzó a nevar. La temperatura descendió bruscamente. Una ventisca gélida azotó todo el estadio, reduciendo la visibilidad casi a cero. Entre la tormenta, emergió una figura monstruosa, de grandes cuernos y un rugido desgarrador. Llevaba consigo una gran bolsa repleta de cadenas, las cuales resonaban con cada paso que daba.
—Nuestro próximo participante viene del folclore del castigo… la antítesis del bien y la felicidad. ¡El espíritu que castiga a los que se portan mal: Krampus!
La tormenta se desvaneció lentamente, revelando la imponente figura de Krampus en todo su esplendor.
—Así que no solo participó Santa Claus… también su hermano Krampus. Esto va a ser interesante —murmuró el árbitro.
—¡Que comience el combate!
Krampus bajó su bolsa con calma y comenzó a sacar sus cadenas, una por una, mientras el unicornio lo observaba con atención. Sin perder tiempo, el unicornio comenzó a rodearlo, moviéndose en círculos lentos pero constantes. Esperó el momento justo y, aprovechando una aparente apertura, se lanzó hacia Krampus.
Este reaccionó rápidamente, esquivando por muy poco, aunque el cuerno del unicornio logró rasgar su costado. La velocidad del unicornio era impresionante. Krampus, asombrado, tomó una de sus cadenas y comenzó a girarla, preparándose para el siguiente ataque.
El unicornio, sin temor, volvió a cargar. Krampus lanzó la cadena, atrapando el cuello de la criatura mítica. Pero el unicornio, en lugar de detenerse, siguió corriendo con fuerza descomunal, arrastrando a Krampus. Ambos luchaban en una prueba de fuerza.
El unicornio, con inteligencia, aprovechó el momento en que Krampus jalaba con más intensidad la cadena para arremeter nuevamente. Su cuerno perforó el abdomen del demonio, quien rugió de dolor, pero logró apartarse y tomar otra cadena. No pensaba rendirse.
El unicornio volvió a la carga, pero esta vez Krampus no cayó en la misma trampa. Esquivó el ataque y propinó un fuerte golpe en las costillas del unicornio. A pesar del dolor, este no se detuvo y buscó una nueva estrategia.
Krampus seguía sin soltar la cadena. El unicornio, entonces, comenzó a envolverla alrededor de su cuerpo, intentando atrapar a su oponente. El plan parecía funcionar, pero justo cuando se preparaba para embestirlo nuevamente, una de sus patas quedó atrapada. Krampus había dejado una trampa: se había dejado envolver a propósito.
El unicornio intentó liberarse, pero Krampus fue más rápido. Con nuevas cadenas, atrapó sus otras patas, fijándolas a árboles cercanos. Las cuatro extremidades quedaron completamente inmovilizadas.
Krampus comenzó a envolver las cadenas en sus manos y, sin piedad, golpeó una y otra vez al unicornio, que relinchaba de dolor. Sin embargo, justo cuando parecía que todo estaba perdido, el unicornio emitió un destello de luz cegadora que desorientó a Krampus. Aprovechando el momento, comenzó a romper los árboles uno por uno, liberándose.
Mientras Krampus recuperaba la vista, el unicornio se alejó, intentando sanar sus heridas rápidamente. Aunque tenía un gran poder de regeneración, su energía se agotaba.
Krampus, con furia renovada, localizó al unicornio y corrió hacia él como una bestia. El unicornio se preparó para el choque, clavando sus patas en la tierra. Ambos colisionaron violentamente: el cuerno perforó el hombro de Krampus, mientras este sujetaba la garganta del unicornio. Se empujaban mutuamente con desesperación, sin ceder.
El unicornio se alzó en dos patas, liberándose y lanzando a Krampus por los aires. Este intentó caerle encima, pero el unicornio, ágil, esquivó el impacto. Krampus se levantó y comenzó a agitar su cadena como un látigo, destruyendo todos los árboles cercanos.
El campo, que había florecido con la presencia del unicornio, se convirtió en un páramo helado. Ambos estaban al límite: el unicornio, con heridas profundas; Krampus, con un hombro destrozado y el abdomen sangrando. Aun así, ninguno retrocedía.
Golpe tras golpe, castigo tras castigo… sangre salpicaba en cada rincón del campo. Finalmente, ambos se detuvieron.
Un silencio abrumador invadió el estadio. El árbitro se preparaba para anunciar el empate, pero de pronto, Krampus cayó al suelo, derrotado. El unicornio, jadeante, seguía de pie.
—¡El ganador es… el unicornio!
La multitud estalló en vítores y aplausos. El unicornio, en señal de respeto, inclinó su cabeza hacia Krampus y lanzó un poderoso relincho al cielo, proclamando su victoria.
—Esta fue una batalla de desgaste y resistencia. El que se agotó primero fue Krampus… y el que aguantó hasta el final fue el unicornio.
Editado: 27.08.2025