Las batallas eran cada vez más intensas e inesperadas. Los resultados eran inciertos: nadie sabía quién podría ganar en cada pelea. El público estaba confundido, pues cada vez que pensaban que ya había un vencedor, siempre surgía un giro inesperado.
Ahora, la última batalla estaba a punto de comenzar.
—¡Que salgan los últimos participantes! —anunció el árbitro con voz retumbante.
Desde las puertas del coliseo, un siseo estremecedor se hizo presente. De la oscuridad emergió una gran serpiente. La multitud empezó a darse cuenta de cuáles eran los últimos dos participantes. Ya no necesitaban que los anunciaran: todos sabían perfectamente quiénes eran los últimos que quedaban.
—Nuestro próximo participante, el rey de las serpientes y del veneno: ¡el gran Basilisco! —gritó el árbitro.
Con un siseo amenazante, el basilisco proclamaba su llegada, fijando su mirada en la otra entrada, de donde se sentía venir a su oponente. Nuevamente se escuchó algo arrastrarse por el suelo hasta llegar al centro del coliseo.
De las puertas emergió la figura de otro ser serpentino, pero diferente: la mitad superior era de una mujer, y la mitad inferior, de una serpiente.
—Nuestro próximo participante es la gorgona, la imparable Medusa.
Con un grito acompañado del siseo de su cola, Medusa también anunciaba su llegada. La tensión se elevaba: una pelea entre dos seres que dominaban la misma técnica, intentando ver quién de los dos era el más fuerte.
—¡Que comience el combate! —anunció el árbitro.
Los ojos petrificantes del basilisco buscaron de inmediato los de Medusa, y al mismo tiempo los de ella se clavaron en los del basilisco. Cada uno intentaba usar su poder petrificante, pero al encontrarse sus miradas… nada ocurrió. Sus poderes se anulaban entre sí.
—Vaya… parece que esta no será una simple pelea como lo esperaba. Sus poderes se cancelan entre sí. Esto va a ser interesante. Ahora veamos cómo pelearán sin su mejor arma… —dijo el árbitro con una sonrisa siniestra.
Ambos continuaron intentando utilizar su poder de petrificación, pero sin resultados. No les quedó más opción que dejar atrás su mejor habilidad y pelear con todo lo demás que tenían.
El basilisco fue el primero en actuar: se enterró en la tierra rápidamente, perdiéndose de vista. Medusa, en respuesta, preparó su arco. El basilisco intentó un ataque furtivo desde abajo, pero Medusa pudo sentir las vibraciones de la tierra y lo esquivó, contraatacando con una lluvia de flechas.
Sin embargo, el ataque fue ineficaz: las escamas del basilisco eran tan resistentes que las flechas no pudieron penetrarlas. Al darse cuenta, el basilisco abandonó la idea de atacar desde la tierra y arremetió de frente contra Medusa, intentando morderla para inyectarle su veneno.
Medusa respondió disparando flechas y, en el trayecto, las petrificó, transformándolas en proyectiles de piedra. Estas lograron impactar al basilisco, deteniendo momentáneamente su ataque. Rápidamente, Medusa retrocedió, queriendo evitar a toda costa una mordida venenosa. El basilisco, con un siseo cargado de peligro, la perseguía incansablemente.
Medusa disparaba más flechas de piedra, pero el basilisco, veloz y ágil, las esquivaba mientras se acercaba cada vez más. Entonces, Medusa apuntó hacia el cielo y, con gran rapidez, disparó innumerables flechas que en pleno aire petrificó. Estas comenzaron a caer como meteoritos, estrellándose contra la arena del coliseo y golpeando con enorme fuerza al basilisco.
La nube de polvo resultante cubrió el campo, ocultando al basilisco de la vista de todos.
Medusa, confiando en su percepción, intentó sentirlo a través de las vibraciones de la tierra. Al ubicarlo, lanzó un nuevo ataque, pero el basilisco apareció de frente con un movimiento brutal y, en un instante, envolvió con su cuerpo a Medusa.
La gorgona, sorprendida, no entendía por qué sus ataques no estaban surtiendo el efecto que esperaba…
El polvo por fin se dispersó, y al ver al basilisco, Medusa entendió por qué sus ataques no estaban funcionando. El basilisco había tomado una forma extraña: todas sus escamas se habían convertido en piedra. Era como una serpiente de piedra en sí misma, y con esta nueva técnica su defensa había aumentado, logrando así evitar los ataques de Medusa. Ahora, ella estaba a su merced.
El basilisco la envolvía con gran fuerza, intentando devorarla, pero Medusa rápidamente detuvo sus fauces con ambas manos antes de que la mordiera. El monstruo se preparaba para sacar su aliento venenoso, pero, antes de que pudiera lograrlo, Medusa utilizó su cabello de serpientes, envolviendo su boca y obligándolo a mantenerla serada, evitando así el ataque venenoso.
Era una lucha constante de fuerza: sus colas peleaban mientras estaban entrelazadas, y sus cabezas hacían lo mismo en un forcejeo feroz. Desesperada, Medusa intentó usar nuevamente su poder de petrificación, pero esta vez concentrándolo en un rayo lanzado directamente sobre el basilisco. Sin embargo, con su nuevo cuerpo de piedra, no tuvo ningún efecto.
Editado: 02.10.2025