Después del anuncio, el referí se desvaneció y nuevamente comenzaba un descanso en este gran torneo. Todos los que se encontraban en el coliseo empezaron a salir uno tras otro.
Se escuchaban murmullos de distintas criaturas acerca de quién era su favorito para este torneo, quién era el que seguramente iba a perder en esta nueva selección y, sobre todo, quién era el más cercano a convertirse en un verdadero Dios.
Pero entre esas voces había unas cuantas que mencionaban algo muy extraño: algunos grandes guerreros y criaturas de la oscuridad no se habían presentado a este torneo. Les extrañaba mucho, ya que había algunos nombres de los que era casi imposible imaginar que no participarían. Sin más, siguieron con sus conversaciones habituales mientras desocupaban el coliseo.
Pasaron los días. Para algunos fueron demasiado largos, para otros demasiado cortos. Algunos querían que el torneo comenzara de inmediato, mientras que otros solo esperaban con paciencia el día en que reiniciara.
En el mundo de la oscuridad solo se hablaba del Gran Torneo y de los seis finalistas que quedaban. Algunos pretendían hacer apuestas sobre quién sería el ganador, otros apostaban por quién emparejaría con quién en la próxima batalla. Todos ya sabían cuáles eran los nombres de los participantes, pero no sabían en qué orden entrarían en combate.
Pronto empezaron a formarse bandos: unos apoyaban al Rey Mono, diciendo que él era capaz de llegar a ser un verdadero Dios, ya que podría destruir el cielo mismo. Otros mencionaban al Basilisco, asegurando que con su gran veneno y su mirada paralizante podría derrotar a cualquier oponente.
Todos discutían sobre un tema u otro, pero siempre en torno al torneo.
En todo este tiempo, el torneo era algo sin igual en el mundo de la oscuridad, tanto que incluso tenía efectos en el mundo humano. Los espectros, los fantasmas, los demonios y las criaturas fantásticas habían regresado a su mundo oscuro para presenciar este evento.
La tercera fase del torneo era algo muy importante para todas esas criaturas. El mundo humano, aunque no lo sabía, sentía como si algo faltara. Ninguno comprendía qué era, pero la ausencia de aquellas entidades mágicas se hacía presente.
No solo se trataba de criaturas que afectaban negativamente a los humanos, sino también de aquellas que influían de manera positiva: ángeles, dioses de la fortuna y todo tipo de seres mágicos y de fantasía que, de una u otra forma, aportaban a la humanidad. Con su regreso al mundo oscuro, toda la esencia de la magia y la fantasía se iba con ellos, y la gente lo sentía, aunque no supiera por qué.
A lo largo de los siglos, humanos y criaturas habían convivido juntos. Pocos eran capaces de verlas o percibirlas, pero fueron esos mismos los primeros en darse cuenta de que algo ocurría. No sabían que, detrás de estas desapariciones, había un evento mucho más grande de lo que podían imaginar.
Los días seguían pasando, y las criaturas estaban cada vez más emocionadas, aunque algunas frustradas, esperando que comenzaran las batallas. Incluso surgieron peleas entre ellas, intentando imponer a su favorito, pero estas eran detenidas rápidamente, ya que en el mundo de oscuridad había reglas que no podían desafiar.
Por esta razón, muchos optaban por ir al mundo humano, donde tenían más libertad. Este mundo era distinto y, a la vez, similar al de los humanos: tenía sus reglas, y gracias a ellas podían convivir entre sí, siendo tan diferentes.
En aquel lugar, todos eran iguales: espíritus, bestias o inmortales, que eran la gran mayoría. Ninguno podía ir en contra de las reglas de ese mundo.
Algunos discutían que, cuando ascendiera el nuevo Dios verdadero, podría cambiar las reglas de ese mundo o incluso afectar las del mundo humano. Esa era la razón de tanta ansiedad: no se trataba solo de que un Dios verdadero se levantaría, sino que este nuevo Dios podría alterar tanto la oscuridad como la humanidad.
Su destino estaba en sus manos, y cada criatura deseaba estar en el bando ganador para evitar un futuro que pudiera perjudicarles. Mientras tanto, el mundo humano ni siquiera sabía que su existencia podía verse afectada por este gran torneo. Solo las criaturas eran conscientes de ello.
Faltando un día para el torneo, los participantes ya recuperados de sus heridas empezaban a mostrarse.
El Unicornio, desde una gran montaña, observaba hacia abajo donde se celebraba el torneo. Miraba fijamente las puertas y, con un relincho al levantarse en dos patas, se podía sentir la fuerza que emanaba.
Desde una cueva oscura se asomaba una silueta: Drácula. Salía desde las sombras con una gran sonrisa, se lamía los labios y decía:
—Parece que es hora de prepararse para la siguiente comida… jajaja.
Desde el fondo de la tierra emergía nuevamente una gran serpiente: el Basilisco, ya completamente recuperado. Con un siseo se disponía a dirigirse hacia el coliseo.
En otro lado, el Rey Mono, desde el cielo subido en su nube voladora, observaba con los brazos cruzados.
Desde el bosque oscuro salía una anciana con su bastón: lentamente se dirigía, dispuesta nuevamente a jugarse la vida… Baba Yaga.
Y finalmente, en la entrada, una gran sombra se asomaba frente a las puertas. Sus ojos brillaban, y un gran frío se sentía a su alrededor. Al observarle, todos supieron de quién se trataba: Hades estaba esperando el momento en que comenzara el torneo.
Editado: 19.09.2025