El Basilisco empezó a preocuparse. Ninguno de sus poderes surtía efecto. Con desesperación, comenzó a transformarse: sus escamas se endurecieron hasta convertirse en piedra. Agitó su cola con violencia, intentando golpear al Unicornio con aquel cuerpo endurecido
El cuerno del Unicornio impactó con fuerza contra el Basilisco, haciéndolo retroceder. Inmediatamente, el Unicornio concentró la luz en su cuerno, formando un gran orbe en él, y disparó una bola concentrada de energía luminosa.
El Basilisco, al ver esto, se enrolló sobre sí mismo, protegiendo su cabeza para recibir el impacto. Una gran explosión sacudió el campo, pero, para sorpresa de todos, después de recibir aquel golpe, el Basilisco apenas mostró daño.
Al percatarse de esto, comprendió que los ataques del Unicornio no surtían gran efecto sobre su forma de piedra. Más confiado, se lanzó al ataque, dirigiéndose directamente hacia él.
El Unicornio, sin embargo, volvió a concentrar su energía en el cuerno, alargándolo y convirtiéndolo en una gran espada de luz. Con ella comenzó a asestar golpe tras golpe contra el cuerpo del Basilisco, aprovechando su velocidad para moverse con agilidad y atacar repetidamente. El Basilisco intentaba contraatacar con su cola y sus colmillos, pero era incapaz de alcanzarlo: su velocidad era demasiado baja, y el Unicornio lo sabía.
Arrinconado, el Basilisco no tuvo más opción que abandonar su defensa, hundiéndose bajo la tierra en busca de un ataque furtivo. El Unicornio, firme en su posición, esperó pacientemente, intentando percibir desde qué dirección vendría el ataque.
Rápidamente, el Basilisco emergió desde el suelo, intentando devorarlo. Salió disparado hacia él desde abajo, pero el Unicornio reaccionó a tiempo, esquivándolo. Aun así, un corte se abrió en su costado, pues la forma pétrea del Basilisco se había desvanecido, haciendo que los ataques del Unicornio fueran más eficaces.
El Basilisco volvió a sumergirse en la tierra, preparando un nuevo embate. El Unicornio, alerta, saltó hacia un lado antes de que emergiera. Sin embargo, fue engañado: primero apareció la punta de la cola del Basilisco frente a él, y justo detrás, su cabeza lo emboscaba por la retaguardia.
El Unicornio intentó reaccionar, pero el Basilisco fue más rápido. Con gran fuerza atrapó una de sus patas, giró con violencia y lo lanzó contra los muros del estadio. El impacto fue brutal.
El Basilisco no perdió tiempo y se lanzó para acabar con él mientras aún estaba entre los escombros. Pero, desde la nube de polvo, un rayo de luz concentrado atravesó su cuerpo, perforando sus escamas y obligándolo a retroceder.
El Unicornio emergió, maltrecho. Su pata herida apenas podía sostenerlo, y su cuerpo mostraba señales del enorme impacto recibido. El Basilisco no estaba en mejor estado: la sangre brotaba de sus heridas, y la batalla había consumido gran parte de sus fuerzas. La armadura de luz que protegía al Unicornio se había disipado.
El Basilisco, una vez más, se sumergió bajo tierra. El Unicornio, debilitado, apenas lograba moverse, pero reunió toda su fuerza. Su cuerpo comenzó a brillar intensamente, irradiando una luz cada vez más fuerte.
Entonces, el Basilisco emergió de nuevo, enrollando su cuerpo en torno al Unicornio. Intentó morder su cuello, pero la luz lo detenía. Entonces optó por estrangularlo con la fuerza de su cuerpo. El Unicornio dejó de moverse, mientras el Basilisco lo apretaba cada vez más.
De pronto, la luz del Unicornio estalló. Una gigantesca explosión iluminó todo el estadio, cegando a los presentes. Nadie podía ver qué ocurría dentro de aquella esfera de energía. El brillo fue tan intenso que los espectadores cubrieron sus ojos, y una presión descomunal sacudía todo el coliseo.
Finalmente, la luz comenzó a apagarse poco a poco. Entre los restos de carne ennegrecida y sangre violeta, emergió una figura: el Unicornio, aún en pie. Frente a él, yacía el cadáver del Basilisco.
Parecía que la batalla había terminado, pero algo extraño ocurrió. El Unicornio comenzaba a tornarse oscuro. Su blanco resplandeciente se ennegrecía lentamente, hasta volverse completamente negro. La luz de su cuerno se apagaba.
Una lágrima cayó de sus ojos, y un relincho tenso y desgarrador resonó por todo el estadio.
—Parece que tenemos un ganador… —anunció el árbitro con voz grave—. El ganador es… ¡el Unicornio!
Sin embargo, nadie celebró. Nadie sabía por qué el Unicornio había tomado ese aspecto sombrío, pero todos sintieron lo mismo: aquel cambio era grave, demasiado grave.
Editado: 19.09.2025