—Bienvenidos nuevamente a un nuevo enfrentamiento. Tres individuos entran… y solo uno saldrá siendo el ganador —anunciaba el árbitro con una presencia imponente.
—¡Que pase nuestro primer participante!
El cielo se oscureció. Miles de murciélagos se agruparon formando una gran burbuja oscura. De pronto, aquella esfera comenzó a tornarse roja hasta que explotó, dejando rastros de murciélagos cayendo al suelo.
En medio de esa aparición surgió un ser muy poderoso. Ya había sido visto antes, pero ahora era casi irreconocible. Su cabello negro se había transformado: ahora era mitad blanco, mitad rojo. Sus garras eran largas y filosas, y su cuerpo musculoso estaba preparado para la batalla.
—Nuestro próximo participante es… ¡Drácula, el Rey de los Vampiros!
Con una mirada fría y una presencia que transmitía una insaciable sed de sangre, Drácula se presentaba ante todos. Los espectadores sintieron un escalofrío recorrerlos. Estaba listo para el combate.
—¡Para nuestro próximo participante!
Una luz oscura empezó a invadir el campo. De ella salió galopando nuevamente hacia la arena aquel ser que había marcado su anterior batalla con un aspecto sombrío: el Unicornio.
Los asistentes estallaron en emoción al verlo. Su nueva apariencia no importaba; aunque su brillo se había desvanecido, aún lo veían como un ser noble y puro. El árbitro, sin embargo, ya no lo presentaba como “un alma pura y brillante”. Ese fulgor se había apagado. Aun así, para muchos espectadores, eso no cambiaba nada.
—Y por último, para nuestro último participante…
Como siempre, con elegancia y calma, un ser se postró en la entrada. Sus ojos eran fríos, su semblante mostraba indiferencia. Toda la temperatura del estadio descendió con su llegada.
—¡Nuestro próximo participante es el Rey del Inframundo… Hades!
Los espectadores mostraron respeto ante su figura. Muchos esperaban que, si no ganaba el Unicornio, ganara él. Solo unos pocos guardaban esperanzas por Drácula.
Tres competidores estaban reunidos. Cada uno tomaba distancia del otro. Drácula observaba a los dos como si fueran simples presas. Hades mantenía los ojos cerrados, sereno, esperando el inicio. El Unicornio, en cambio, fijaba la mirada directamente en Drácula, reconociendo el gran peligro que representaba.
—¡Que comience el combate!
Drácula fue el primero en moverse, lanzándose directamente contra el Unicornio. Este, previendo el ataque, concentró energía oscura en su cuerno, alargándolo y afilándolo como una espada. El choque fue brutal: las garras de Drácula y el cuerno del Unicornio colisionaron, sacando chispas por la fuerza del impacto.
Pero antes de que pudieran continuar, enormes manos espectrales surgieron del suelo, atrapándolos a ambos y lanzándolos contra las paredes del coliseo con violencia.
Se habían olvidado por completo de Hades.
El Rey del Inframundo convocó un ejército de sombras que se abalanzó contra ambos rivales. El Unicornio comenzó a destruirlas una tras otra con su cuerno, intentando defenderse. Drácula, por su parte, despedazaba aquellas criaturas con sus garras, disfrutando del enfrentamiento.
—¿Eso es todo lo que tienes, Hades? —se burló Drácula con una voz oscura.
Hades no respondió. Solo sonrió levemente y, alzando una mano, invocó al temible guardián: el perro Cerbero de tres cabezas.
La bestia se lanzó con fiereza contra Drácula, desgarrando con colmillos y garras. Pero Drácula, más preparado que nunca en su última forma, logró contenerlo. Con cadenas de sangre sujetó a Cerbero, inmovilizándolo mientras seguía destrozando sombras espectrales con facilidad.
Hades, viendo que aquello no funcionaba, canalizó toda su energía formando una gran guadaña oscura. Sin embargo, antes de blandirla, un rayo negro lo alcanzó de lleno: el Unicornio había concentrado su poder en su cuerno, disparándolo en forma de rayo.
El impacto hirió directamente a Hades, obligándolo a retroceder.
El Unicornio, con la mirada fija y determinada, se preparaba para continuar su ataque…
El Unicornio embistió con gran fuerza a Hades, hiriéndolo en el pecho, mientras que Drácula reía y seguía destruyendo sin esfuerzo a los soldados de sombras que Hades había invocado.
Al ver a su amo herido, Cerberos liberó toda su furia, rompiendo sus cadenas y lanzándose para rescatarlo. Pero Drácula no se lo permitió: extendió sus manos y, esta vez, lo aprisionó en una jaula completamente hecha de sangre. Cerberos rugía con fiereza, luchando por escapar, pero la prisión del vampiro era demasiado poderosa.
Mientras tanto, el Unicornio seguía presionando a Hades en combate directo. El Rey del Inframundo, sintiéndose acorralado, canalizó todo su poder en su cuerpo. La temperatura del campo de batalla descendió drásticamente, y poco a poco, su cabello comenzó a teñirse de blanco.
El Unicornio, al ver que su piel empezaba a congelarse, retrocedió de inmediato.
—¿Qué esperas, Cerbero? ¡Desata tu fuego! —ordenó Hades con una voz gélida.
Al escuchar a su amo, Cerberos exhaló fuego ardiente desde sus tres cabezas, envolviendo su propio cuerpo en llamas y deshaciéndose de la jaula sangrienta. Drácula se vio obligado a retroceder y elevarse hacia el cielo para evitar el fuego abrasador.
El vampiro, irritado, comenzó a concentrar su energía en un enorme orbe de sangre, transformándolo en una gigantesca espada carmesí. Con ella se lanzó directo contra Cerberos. El perro guardián respondió exhalando fuego de una de sus cabezas, impactando contra la espada. La colisión estremeció todo el campo.
Drácula sonrió con burla. Cerberos, decidido a resistir, sumó el fuego de sus otras dos cabezas, exhalando con toda su furia. Las tres llamaradas contenían por completo el ataque del vampiro, manteniéndolo a raya.
Mientras tanto, Hades materializó una colosal espada gélida y se lanzó contra el Unicornio. Ambos desataron un duelo feroz de espadas: el cuerno alargado y oscuro del Unicornio contra la espada helada de Hades. El Unicornio, sintiendo que el frío le debilitaba, envolvió todo su cuerpo en energía oscura, transformándose en una figura espectral que resistía el hielo con mayor facilidad.
Editado: 02.10.2025