El vampiro canalizó aún más sangre en su arma, haciéndola crecer descomunalmente. La presión de la espada aumentó hasta que las llamas de Cerberos se apagaron por completo. Sin poder resistir, el perro guardián cayó derrotado. La espada de sangre descendió con brutalidad, aplastando a Cerberos y desintegrando su cuerpo en cenizas.
—Bien… ya me deshice de este perrito. Es hora de elegir a mi próxima presa —dijo Drácula con una sonrisa cruel, mirando alternativamente a Hades y al Unicornio.
Hades, al ver la caída de su fiel guardián, sintió un profundo enojo. Blandió su espada y liberó un corte de hielo devastador contra el Unicornio. Este reaccionó rápidamente y saltó hacia un lado, esquivando el ataque.
Pero justo en ese instante, Drácula apareció detrás de él, hundiendo sus garras en una de sus patas y hiriéndolo gravemente. El público quedó horrorizado: su favorito había sido herido por aquel que menos deseaban que ganara.
Hades, sin perder el momento, canalizó más energía en su espada y la clavó con fuerza en el suelo. De ella surgieron dos colosales dragones de hielo que avanzaron rugiendo hacia sus rivales.
El Unicornio, atrapado por las garras de Drácula, intentaba liberarse. Pero el vampiro lo arrojó brutalmente frente a los dragones.
Los monstruos de hielo impactaron contra él sin piedad, congelándolo por completo en el aire. Su cuerpo petrificado cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos frente a la mirada de todos.
Un silencio sepulcral invadió el coliseo. El favorito de la multitud había perecido.
Drácula, lamiéndose los labios, sonrió mientras sus ojos brillaban con malicia.
—Ahora solo quedamos tú y yo, Hades… —dijo con voz fría, observando los restos destrozados del Unicornio.
Mientras Hades, con gran calma, miraba fijamente a su rival, se lanzó con su espada gélida blandiéndola contra Drácula. El vampiro evitaba cada corte con agilidad, mientras concentraba sangre en sus garras, volviéndolas tan rojas como la propia esencia vital.
El enfrentamiento directo comenzó: ambos chocaban con fuerza descomunal. Drácula, cada vez más, reunía sangre alrededor de su cuerpo, envolviéndose en ella hasta formar una armadura carmesí que lo protegía. Hades, por su parte, no se quedaba atrás: comenzó a recubrir su cuerpo con una armadura de hierro helado, aumentando su poder.
Los intercambios eran tan violentos que dejaban ráfagas de viento tras cada impacto. El estruendo de los choques resonaba por todo el coliseo hasta que, finalmente, la fuerza los separó, lanzándolos a ambos a gran distancia.
Drácula blandió sus garras, lanzando cuchillas de sangre que cortaban el aire, mientras que Hades respondía con ráfagas gélidas desprendidas de su espada. El poder parecía estar igualado.
De pronto, Drácula concentró toda su sangre en un orbe que lanzó hacia el cielo.
—Parece que es hora de acabar con esto —dijo con voz siniestra.
De inmediato, una lluvia de sangre comenzó a caer desde lo alto. Hades, con determinación, empezó a congelar cada gota que descendía. Sin embargo, no era suficiente. Para contenerlo, liberó su poder al máximo, congelando toda la sangre antes de que tocara el campo de batalla.
Aprovechando esa distracción, Drácula apareció a su espalda y lo atravesó con sus garras.
—Te lo dije… es hora de acabar con esto —susurró con crueldad.
Hades, escupiendo sangre, tomó la garra que lo atravesaba y, con un esfuerzo sobrehumano, comenzó a congelarla. El hielo se expandió rápidamente por el cuerpo de Drácula.
—¡No! —rugió el vampiro, desesperado.
En un acto extremo, Drácula cortó su propia mano, dejándola incrustada en el estómago de Hades. El dios del inframundo, tambaleante, canalizó nuevamente su fuerza en la espada, dispuesto a dar el golpe final.
Drácula solo reía.
—¿De verdad crees que podrás vencerme?
Pero antes de que pudiera hacer algo más, un cuerno oscuro atravesó el pecho del vampiro desde atrás.
—¿Qué… qué está pasando? ¡Tú deberías estar muerto! —exclamó Drácula escupiendo sangre , incrédulo.
Detrás de él apareció la figura del Unicornio, ahora en una forma completamente espectral, con un aura oscura y temible. Con gran fuerza, mantenía a Drácula ensartado en su cuerno.
Hades, al verlo, alzó su espada por última vez.
—No puede ser… ¡malditos! yo debo ser el único dios yo —gritó Drácula.
—Noche Blanca —dijo Hades con solemnidad.
Con un corte devastador, liberó su técnica más poderosa, congelando al mismo tiempo al Unicornio espectral y a Drácula.
El Unicornio se desvaneció lentamente, como si su espíritu se extinguiera, mientras que la figura de Drácula permaneció atrapada en el hielo, inmóvil. Hades, gravemente herido, se acercó paso a paso. Con un simple toque de su dedo, hizo añicos la prisión de hielo, destrozando el cuerpo del vampiro y acabando así con la batalla.
El árbitro levantó la voz:
—¡Parece que tenemos un ganador! ¡El ganador es Hades!
Por un momento, todos los presentes contuvieron la respiración. Algunos quedaron perplejos, otros gritaron de alivio. Hades sonreía, pero no con frialdad, sino con un gesto casi alegre.
La multitud comenzó a corear su nombre, proclamándolo como el nuevo dios verdadero. Aunque no era el favorito de todos, al menos había derrotado al detestado Drácula. Sin embargo, muchos lloraban la caída del Unicornio, que había luchado hasta el final con nobleza.
—¡Hades, el nuevo dios verdadero! —gritaban los espectadores.
De pronto, una voz seria rompió la celebración:
—Todavía… no es un dios verdadero.
Todos, incluso Hades, quedaron confundidos.
—¿De qué hablas? —preguntó Hades con firmeza—. He ganado. El título de dios verdadero es mío.
El árbitro respondió con calma:
—No recuerdo haber dicho eso. La batalla aún no ha terminado.
Editado: 02.10.2025