Si un vampiro intenta besarte antes de las nueve de la mañana, puedes estar segura de dos cosas:
1. no desayunaste lo suficiente, y
2. estás teniendo un día de mierda.
Yo estaba teniendo los dos.
—Señor, por favor… —balbuceé mientras retrocedía contra la pared del pasillo.
El vampiro, elegante, sombrío, y con el peor aliento a sangre sintética que he olido, se inclinó hacia mí con una sonrisa romántica que daba pesadillas.
—Solo deseo agradecerte por salvarme —susurró.
—¡No lo salvé! ¡Se tropezó y lo agarré del saco para que no se cayera! —protesté.
—Un gesto noble… de una humana noble.
Y justo cuando pensé que realmente iba a besarme (mi primer beso vampírico y yo sin labial), una mano salió de la nada y lo haló del cuello.
—¡Señor Vladimiro, no vuelva a acosar a los candidatos! —gritó un hombre alto, traje impecable, ojos que cambiaban de color.
El vampiro resopló como un gato gigante y desapareció en un torbellino de humo dramático.
Yo, en cambio, seguía pegada a la pared, reconsiderando mis elecciones de vida.
El hombre del traje se giró hacia mí.
—Lía Morales, ¿cierto?
Yo solo pude asentir. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Por qué había vampiros en un edificio de oficinas? ¿Y por qué demonios estaba aplicando a un puesto aquí?
Respiré hondo. Recordé que estaba desesperada por un empleo estable. Y recordé también que no había dormido casi nada.
—Sí… soy yo. Vine por la entrevista de asistente adminis…
—Perfecto —me interrumpió—. Necesitamos a alguien con tu… resistencia. Acompáñame.
Abrí la boca para preguntar “¿resistencia a qué?”, pero él ya caminaba por el pasillo.
Lo seguí, esquivando a una bruja discutiendo por teléfono, a un espectro que atravesó la pared frente a mí, y a un ogro que lloraba porque su novia lo dejó por un elfo.
Normal. Totalmente normal.
La puerta al final del pasillo tenía un letrero brillante:
AGENCIA AMOR ETERNO
“Citas, viajes y experiencias románticas para seres especiales.”
El hombre entró y yo lo seguí.
Dentro, la oficina parecía sacada de una película: lámparas flotando, un cuadro que se reía solo, una secretaria fantasma escribiendo en una computadora que no tocaba el escritorio.
El hombre se sentó detrás de un escritorio elegante.
—Soy el director —dijo—. Y te voy a ser honesto, Lía: necesitamos una guía para nuestro Tour Romántico Premium Interdimensional. Sale mañana.
Yo parpadeé.
Una.
Dos.
Tres veces.
—¿Guía… de qué? —logré decir.
—De parejas paranormales. Vampiros, brujas, licántropos, espectros, demonios de buen comportamiento… ya conociste a uno de nuestros clientes más cariñosos.
Lo miré horrorizada.
—No, gracias. Creo que hubo un error. Yo solo sé organizar archivos, atender teléfonos y—
—El sueldo es el triple. Bonos aparte. Viajes pagados. Comidas incluidas. Seguro médico que cubre posesiones demoníacas menores.
¿Posesiones demoníacas… menores?
Mi dignidad se suicidó en silencio.
—Acepto —dije sin sentir mis labios.
Él sonrió satisfecho.
—Excelente. A partir de ahora, evita perfumes fuertes, el ajo, los amuletos de cuarzo rosa y cualquier cosa que huela a miedo.
—¿Qué?
—Nada. Tu contrato aparece en tu bolso cuando llegues a casa. Si empieza a brillar, no lo firmes. Es una copia para almas.
Genial. Ni siquiera había empezado y ya corría riesgo de perder mi alma.
Cuando salí de la oficina, temblando, la mujer vampírica del ascensor me guiñó un ojo.
—Buena suerte mañana, humana. El tour está… movido.
—¿Movido cómo? —pregunté.
Ella sonrió mostrando colmillos plateados.
—Digamos que el último bus interdimensional explotó. Pero fue un accidente menor. Nadie murió. Técnicamente.
¿Técnicamente?
Corrí al ascensor sin mirar atrás.
Había aceptado un trabajo que podía matarme, desmembrarme, o —peor aún— convertirme en la guía oficial de monstruos enamorados.
Y lo peor…
el sueldo sí sonaba tentador.
Mala señal.
Muy mala señal.