El Traga Manías

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Volvía la temperatura en un recóndito espacio de su morada. Los fríos se veían apaciguados por los intrépidos fotones. La calma se hizo cenizas y el viento se encargó de pulverizar los rastros del señor Morfeo.

Docenas de haces irrumpieron sin impedimento. La sensibilidad de las puntas de sus cabellos detectaron la presencia de una llamarada amigable.

Sin intención de desprestigiar a la noche; la vida se volvía a levantar cantando cada paso que se dignaba de dar. La marcha acústica atendió a su caja timpánica, insinuando la llegada de un nuevo día.

El abrazo de sus párpados fue rápidamente apartado por la sonrisa mañanera. El eco causado por sus pestañas al desenredar su cálido apego, arremetió contra las paredes, como lo haría su madre al levantarlo por las mañanas. Sin embargo esta vez no tenía la fortuna de apreciar el semblante de su querido despertador.

Las sábanas se incrustaban en su colchón, la pereza se sumó y junto a la soledad, iniciaban una protesta en contra de su voluntad. El hambre no era anarquista, entendía que se tenía que seguir una línea: la de la naturaleza. Por mucho que se quiera tomar la libertad de ir en contra de la sutileza de la vida, tarde o temprano los instintos primitivos le demandaban continuar con su aburrido ciclo de vida.

 

Levantó su torso sin coordinar el cuello, arrastrando la cabeza como muñeco. La posó correctamente con ayuda de sus manos pálidas de tristeza. Sin embargo sus inflamadas ojeras producto de las cascadas saladas que brotaban cada noche, le estiraron los rasgos faciales marcando las mejillas con una prominente línea partiendo sus mejillas.

Captó e interpretó al instante los tonos de amarillo que recorrieron los pasillos, era tarde.

El vacío mañanero consumió con fervor cada caloría que su delgado cuerpo le pudo proveer durante la fase nocturna de la existencia humana.

Abrió integra la puerta del refrigerador como si fuera un obstáculo difícil de superar, de hecho cada acción que realizaba le otorgaba una carga emocional llena de estrés. A estas alturas, ya todo le engordaba el cerebro.

Vacío. Ni un limón seco apareció entre los estantes.

Por fortuna, en el piso de abajo estaba la tienda de abarrotes de sus padres, aunque no tuviera ni una pisca de estabilidad emocional, por lo menos un surtido variado le llenaba hasta saciar sus penas.

Descendió a través de unas escaleras pasando por un patio repleto de plantas de poco crecimiento donde cada tarde se remarcaba el sol a todo lo que daba. 

Al bajar, tuvo que hacer a un lado una manta de plástico que separaba la tienda de la entrada principal de la casa. 

Entró en búsqueda de un par de huevos para desayunar.

Pasó entre unas viejas estanterías metálicas repletas de múltiples productos del hogar para llegar a una caja enorme donde se encontraban cientos de embriones de pollo. Saboreó dos imaginándolos en el sartén y se los guardó en el bolsillo del pijama.

El eco insonoro que causaba la oscuridad de las estanterías le insistían en volver a recordar, con toda la comodidad y privacidad que le otorgaba el sitio, los traumas que nunca pudo superar.

—Tal vez si dijera mi verdad, todo hubiera sido diferente.

—Claro, y seguramente esperas un cálido abrazo.

Interrumpió su conversación. Antes de comenzar a deliberar sus múltiples quejas y su sentir cruelmente oprimido; se puso en cuclillas, pegó el pecho y la cara en los azulejos fríos de la tienda. Enmarcó la mirada entre las rendijas inferiores de las puertas que daban hacia el exterior. No había nadie. Justo lo que esperaba.

Por fuera de la tienda había un pequeño escalón donde usualmente sus vecinos callejeros se sentaban a platicar de sus aventuras fumándose un porro, liberando el delicioso humo que ascendía desde la calle cada noche, penetrando en la habitación a través de una ventana.

Una gran vergüenza le haría pasar si alguien lo llegara a escuchar. 

Se pudiera evitar una posible ventilación de sus sucios secretos si simplemente fuera a manifestar su neurosis solo, en la habitación. Sin embargo la tienda cerrada era el único lugar donde se sentía satisfecho al expresar todo lo que se le venía a la mente. Su familia invadía la casa casi todos los días de la semana, reduciendo notablemente su espacio personal. De esa manera esta tienda era un escaparate tan adictivo que ya se le había hecho una costumbre de visitar casi diario esta parte del hogar.

Por eso mismo, aunque la casa permanezca desierta, la esencia de aquellos lo acosaban y se mofaban de sus recónditos secretos.

La charla que siempre se tenía le otorgaba más dopamina que cualquier noche de placer en un hotel de mala muerte.

Pero todo esto simplemente era una solución a muy corto plazo. Como toda droga tarde o temprano cobraba la cuenta…

—Nunca vas a ser feliz, eres un inútil que se desploma con cualquier soplo.

—Nunca lo he negado, por eso siempre que intento ayudar aclaro lo estúpido que puedo llegar a ser.

—¿Todavía te esfuerzas? Tuviste tu oportunidad para demostrar que vales por lo que saber hacer y no por lo que tú hocico egoísta diga.



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En el texto hay: thriller, terror y suspenso, religión

Editado: 18.10.2020

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