La noche estaba imponente, fría y ya había digerido por completo, ha, aquel, que fuera un hermoso día soleado en ese invierno del 2012. Laura Madison, de treinta y nueve, casada y con dos hijas de dieciséis y catorce años de edad, esperaba sentada en un banco despintado, de esos que abundaban en la plaza central del pueblo de Biburi, en el condado de Gloucestershire, al noroeste de Inglaterra. Este pueblito es bastante famoso y según las agencias turísticas uno de los más bonitos y tranquilos de todo el país.
Laura se acurrucaba agarrando con fuerza su viejo abrigo de color marrón oscuro, estaba un poco deshilachado por su uso a través de los años; a pesar de que su esposo siempre le pedía que lo tire, ella nunca quiso renunciar a él, ya que fue el regalo de una persona muy especial en su vida, luego sujeta su gorro de lana gris, y por último también, su gruesa bufanda, tejida a mano por la que fuera su mejor amiga, ella lo tejió en otra fría noche de invierno; Eleonora, ese era su nombre, ella se la había regalado cuando la conoció en aquella fiesta de fin de año, hace ya tanto tiempo, Eleonora ya había partido al más allá, solo un par de meses atrás víctima de un derrame cerebral. Laura, desde ese trágico momento, se había sentido cada vez más sola, a pesar de que ella aún tenía a su esposo y a sus dos hijas.
—Ya se ha tardado demasiado —decía un poco desesperanzada y también un poco desesperada, volvía a mirar su reloj por enésima vez. —de pronto, un rechinar muy agudo la sobresalta de inmediato, haciendo que se levante del despintado banco y se ponga de pie metiendo la mano en su cartera, allí guarda una vieja pistola nueve milímetros, que había pertenecido a su abuelo. Según él, se lo había quitado a un general nazi después de matarlo en la segunda guerra.
Ella observaba hacia todos lados, pero no lograba ver a nadie, y no era para menos, a esas horas de la noche y con ese frío, no había un alma rondando por allí, camina unos metros más para asegurarse que todo esté en orden, y respira aliviada de que no haya sido nada, voltea de nuevo para volver al viejo banco, y al hacerlo queda petrificada al ver a alguien sentado en ese mismo lugar.
—Laura, me sorprende, que te sorprendas de verme querida, ya deberías estar acostumbrada —dice la extraña mujer sentada en el banco, ella está vestida como una gothic woman, su cabello rojo o al menos la parte que se veía de él, ya que usaba una capucha negra sobre su cabeza, brillaban al reflejo de las luces de la plaza, aunque estaban bastante alejadas de ellas, también hacían brillar su hermoso rostro, pálido hasta más no poder.
—Debiste haber llegado hace horas Nadine… yo, comencé a pensar que ya no vendrías por mí —la mujer lanza una carcajada sonora que retumba en toda la desierta plaza, cubre su boca con la mano derecha al hacerlo.
—Mi adorada Laura, eres tan hilarante, no me perdería esto por nada, ahora dime, cuáles son las buenas noticias por la que me has convocado aquí. —Laura se sienta junto a ella, pero no la mira, solo ve al frente y responde con lágrimas en sus ojos.
—Es, es cáncer, cáncer de páncreas y es terminal Nadine, el doctor solo me dio un año de vida, quizás menos, yo no sé qué hacer —Nadine vuelve a soltar otra carcajada y es más estruendosa que la anterior. Luego se acerca más a ella hablándole suavemente a su oído.
—Eso es mentira mi pequeña Laura, tú sabes exactamente que hacer, es por eso que me has llamado para que venga a ti ¿no es cierto?
—Nadine, por favor, no hagas esto más difícil de lo que ya es, yo, necesito tu ayuda, necesito que me ayudes… por favor —Nadine en un movimiento rápido la toma del cuello, y lo aprieta ahogándola muy rápidamente.
—Eres repugnantemente egoísta, después de haberme despreciado vuelves a mí pidiendo favores, debería destriparte aquí mismo, estúpida.
—N-Nadine… solo era una niña tonta, y tuve miedo entonces… p-perdóname —ella la suelta y Laura cae al piso, sollozante y tosiendo, tratando de recuperar la respiración.
—¡Oh! ¡Está bien!... pero no eras ninguna niña Laura, tenías diecisiete años y me dejaste para casarte con ese imbécil “estoy enamorada de ese gran hombre Nadine, lo siento, pero ya no quiero verte más” bla, bla, bla… y ahora que sabes que morirás vienes corriendo a mí de nuevo, patético.
—Quiero que me des ese regalo Nadine y prometo que estaré para siempre contigo, para siempre, sé que aún me amas, tienes que concedérmelo, debes hacerlo.
—Yo no te debo nada, tampoco estoy obligada a nada contigo, y nada, me impide irme ahora mismo.
—¡No!, ¡no me hagas esto, no te vayas! —Laura se arroja a sus pies aferrándose a ella, aferrándose a la única esperanza que le queda en este mundo. Nadine suspira bastante fastidiada y la mira como a un gusano, pero aun así hay un pequeño, muy pequeño destello de piedad en sus ojos.
—Sabes que estos tratos se pagan muy caro, Laura, Solo quiero saber si estás dispuesta a hacer lo que sea para salvarte
—Pero tú me lo prometiste aquella vez…
—Eso fue antes de que te marcharas y te casaras con ese idiota… las cosas han cambiado y tú sabes lo que eso significa; ahora, ¿con qué me pagaras el favor que he decidido hacerte?, adelante, te escucho.
—Ya te lo he dicho, estaré contigo para siempre, y si es necesario también seré tu esclava. —Nadine la observa decir todas esas cosas y aunque no se le note, siente una tristeza enorme al escucharla hablar así, ya no queda nada de esa joven a la que una vez amo. Pero esto es un negocio, vuelve a su postura fría y distante diciendo.
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Editado: 11.03.2021