Una vez en el resguardo de la habitación, Alysa decidió averiguar más sobre su amiga.
—¿Puedes hacer algo más? —le preguntó cada vez con más curiosidad.
—A veces he llegado a hacerme invisible por un corto período de tiempo.
—¿Has conseguido controlar tu poder sola?
—Me ha costado varias noches sin dormir, pero lo he conseguido. No quería hacer daño a nadie.
—¿Podrías enseñarme a mí? Aunque supongo que primero debería saber cuál es mi poder, ¿no?
—Creo que tu poder tiene algo que ver con el agua. En los años que has estado en el convento no has descubierto tu don, sin embargo, en el momento en que fuimos a la playa, se desató. Solo con pensarlo. Espera, tengo una idea —Seema se levantó para ir a buscar un vaso de agua y lo colocó delante de su amiga—. Piensa en algo que puedas hacerle al agua —le dijo mientras sostenía el vaso delante de su amiga.
—¿Cómo qué?
—No sé. Por ejemplo… congélala.
Alysa miró el vaso fijamente y pensó en congerlarla. No pasó nada.
—Imagínate que dentro de este vaso está Casia diciendo barbaridades. Te está insultando y sus odiosas amigas se están riendo de ti.
La chica apretó los dientes con fuerza y se concentró aún más. El agua del vaso empezó a burbujear y, poco a poco, una fina capa de hielo se formó en la superficie para extenderse hacia el fondo del cristal.
—¡Bien! ¡Fantástico! Yo tenía razón. Tus poderes van asociados con el agua. Tu furia hace que se salga sin que puedas controlarlo, pero cuando pase un tiempo, y con un poco de práctica, lo controlarás a la perfección —le felicitó Seema.
Alysa estaba exhausta. ¿Cómo había podido hacer eso? La madre superiora tenía razón. Ella no era de este mundo. Miró a su amiga con miedo en los ojos y le preguntó preocupada:
—¿Somos extraterrestres?
—Bueno, no lo creo. Creo que la respuesta está en tu pergamino y en el mío. En tu anillo y en el objeto que mis padres me dejaron.
—¿Qué objeto te dejaron? ¿Sabes qué pone en tu pergamino?
—En el pergamino pone que soy una de las joyas que el Comandante busca para tener el poder supremo sobre el océano y todos sus habitantes. El objeto que me dejaron no sé qué es —respondió la muchacha bajando la mirada al suelo—. Nunca me he atrevido a abrirlo. Supongo que me da miedo saber mi procedencia.
—Podemos abrirlo ahora, si tú quieres. No pasará nada.
Seema se encogió de hombros y se levantó el bajo del pantalón para sacar una pequeña bolsita de terciopelo azul del calcetín.
—¿Está ahí dentro? —le preguntó Alysa señalando la bolsita.
—Lo llevo guardando desde hace diez años.
—Eso es mucho tiempo. Nunca la había visto.
—La he guardado muy bien. No quería perderla —contestó la chica acariciando la bolsita con las yemas de los dedos.
—Venga, ábrela. No tengas miedo.
Seema deshizo el nudo de la bolsita muy despacio, como si fuera a encontrar una bomba dentro de ella. Cuando la abrió completamente, un pequeño destello las deslumbró por unos segundos. La luz de la lámpara colgante se reflejó en el objeto que Seema sacó de la bolsita.
—Es otro anillo —dijo Alysa intentando verlo mejor—. También tiene un escudo.
—Es… agua —tartamudeó su amiga.
—¿Agua? ¿Igual que en el mío?
—Sí, pero…
—Pero ¿qué?
—Una espada la cruza en diagonal.
—A ver —Alysa acercó la mano de su compañera que aguantaba el anillo y lo observó—. Es precioso. Parece el escudo de armas de un ejército.
—¿Un ejército? Nuestros anillos solo se diferencian en que el mío tiene una espada y el tuyo no. ¿Es posible que las dos procedamos del mismo lugar?
—Tenemos que averiguarlo. ¿A qué se referían tus padres con lo que eres una de las joyas que el Comandante busca para tener el poder absoluto?
—No tengo ni la más remota idea —contestó Seema con los hombros encogidos.
—Mañana volveremos a la biblioteca para ver qué podemos encontrar. Ahora vamos a dormir.
Seema se encaminó hacia su cama, miró por la ventana para poder admirar el pueblo de noche y allí estaban los dos hombres que las siguieron hasta la biblioteca.
—Alysa, mira. Esos hombres continúan ahí.
La chica echó un vistazo. ¿Por qué las seguían? Cerró la ventana y echó la cortina, asustada.
—Vamos a descansar, Seema. Mañana será otro día.
***
A la mañana siguiente, las muchachas se despertaron al alba, hicieron sus camas, se vistieron y se dispusieron para ir hacia el comedor para desayunar, como habían hecho todos los días durante dieciocho años.
—Espera, Seema —la detuvo Alysa cuando estaba a punto de abrir la puerta de la habitación—. No estamos en el convento, ¿recuerdas? Las normas no se aplican aquí. No tenemos que seguir haciendo este ritual todas las mañanas.