El tridente de Poseidón

Capítulo 4

—¡Soltadnos ahora mismo! ¿Quiénes sois? —preguntó Alysa dando patadas al hombre que intentaba mantenerla quieta. 

—¡Callaros! No vamos a solteros hasta que estemos delante del Comandante —respondió su atacante con la voz ronca. 

Sin previo aviso, el hombre que mantenía prisionera a Alysa cayó al suelo, muerto. Una flecha le había atravesado el corazón. 

—¡Deja a la chica si no quieres acabar como tu hermano! —oyó gritar a una voz masculina desde unas rocas. 

—¿Quién eres? —le preguntó el cazador. 

—Eso no te incumbe. Suelta a la chica. 

El hombre miró a su hermano tumbado en el suelo, muerto. Y si no hacía lo que ese tipo le gritaba estaría igual que él. Sin embargo, temía más al Comandante que a ese entrometido. 

Soltó a Seema y, rápidamente, sacó una pistola de su cinturón. Apuntó a la joven con ella, pero antes de que pudiera apretar el gatillo, el hombre cayó de boca en la arena. Un cuchillo se le había clavado en la nuca. 

Dos muchachos salieron de detrás de las rocas, uno por las de la derecha y otro por las de la izquierda. Las liberaron de las redes y, uno de ellos, recuperó el cuchillo. 

—Se lo advertí —dijo limpiando el arma para guardarla poco después en el cinto. Se acercó a Seema y la ayudó con la red. 

—¿Estáis bien, alteza? —quiso saber el muchacho más alto mientras se dirigía hacia Alysa. 

La aludida se había quedado paralizada, prendada por la belleza masculina del joven. Moreno, de ojos negros y cálidos, de casi dos metros de altura y cuerpo corpulento. 

—Sí —consiguió articular la muchacha bajando de las nubes—. Espera, ¿por qué me ha llamado alteza? 

—Porque es lo que sois, alteza. Sois la hija de los reyes de Isla Sirena, el rey Tyrone y la reina Adrienne. Ellos nos enviaron para protegeros. A ambas. 

—¿A mí también? —inquirió Seema sorprendida y admirando al compañero del muchacho, muy parecidos en apariencia, aunque éste unos centímetros más bajo—. Pero yo no soy una princesa, ¿verdad? 

—No, no lo sois. Vos sois la hija del general Altaír. Él también nos envió. 

—¿De qué tienen que protegernos? —interrogó Alysa mientras se deshacía de la red. 

—Del Comandante. 

—¿Por qué? 

—Porque sois muy valiosas para él, alteza. Os necesita a ambas para poder tener lo que ansía. 

—¿Qué es lo que quiere de nosotras? —preguntó Seema. 

—Vuestros anillos. Sin ninguno de ellos no se puede coger el tridente, sería un suicidio intentarlo. 

—Está bien —respondió Alysa sin saber si podía confiar en ellos—. Gracias por la ayuda, pero tenemos que irnos —cogió el brazo de su amiga y empezó a caminar hacia el hostal. 

—Alteza, no podemos dejaros solas —le informó el muchacho alto al cortarles el paso. 

—¿Podrías dejar de llamarme alteza? Me llamo Alysa y ella es Seema. Y sí, podéis dejarnos solas. 

—No, no podemos, alte… Alysa —rectificó cuando vio el ceño fruncido de la chica—. Tenéis que venir con nosotros. 

—¿Y cómo sabemos que no sois hombres del Comandante? —inquirió Seema. 

—Porque los hombres del Comandante son mercenarios y no pueden hacer esto —el chico más bajo se desvaneció y apareció detrás de ellas—. Ellos no son habitantes de la isla como nosotros. 

—Seema, se ha… transportado —le susurró Alysa, estupefacta. 

Su amiga aún continuaba con la boca abierta sin poder decir palabra. 

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó con perplejidad. 

—Todos los militares podemos hacerlo y los hijos de los militares también. Además de hacer esto… —se desvaneció otra vez, pero no apareció por ningún lado. 

Seema se sobresaltó cuando notó una mano en su hombro, aunque no había nada ni nadie. El muchacho apareció con la mano en el hombro de la joven y una leve sonrisa. 

—También podemos hacernos invisibles. Es una gran ventaja en una batalla. 

—Y también podemos robar el oxígeno de nuestra presa. Es algo que tenemos desde que nacemos. Los reyes pueden hacer cosas con el agua —añadió el chico alto. 

—Es genial —dijo Seema con una sonrisa en los labios. Por fin sentía que estaba en el lugar correcto. 

—¿Nos creéis ahora? 

—Supongo que sí. Solo quiero saber una cosa más —contestó Alysa—. ¿Cómo os llamáis? 

—Yo soy Bastiaan y él es Lysander —respondió el alto—. Somos los capitanes del ejército de los reyes. A vuestro servicio, alteza —los dos hicieron una reverencia delante de las chicas. 

—Encantadas, capitanes. ¿A dónde se supone que vamos a ir?

—Cerca de isla Sirena. Vamos —Bastiaan le cogió la mano a la princesa y la guio hacia la parte de atrás de las rocas de donde habían salido antes. 

Lysander lo siguió con Seema a su lado. Cuando llegaron a la enorme roca que buscaban, levantaron las manos hacia un pequeño saliente y la introdujeron. 




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