El tridente de Poseidón

Capítulo 5

—Lo excavamos pocos meses después de dejaros en el convento —añadió Lysander. 

Se tapó la boca con la mano cuando se dio cuenta de que había metido la pata, pero ya era demasiado tarde. 

—¿Vosotros nos dejasteis en el convento? ¿Cuando éramos unos bebés? —preguntó Alysa al pararse en seco, sorprendida y algo molesta. 

—Bocazas —le susurró Bastiaan a su amigo—. Sí, nosotros os dejamos en el convento. 

—¿Cómo es posible? Tenéis más o menos nuestra edad —contestó Seema pasando la mirada de uno a otro. 

—No la tenemos. La aparentamos, pero no la tenemos —respondió Lysander. 

—¿Y cuántos años tenéis?

—Muchos más que vosotras. 

—¿Cuántos más? 

Los dos capitanes se miraron dubitativos. ¿Debían decir la verdad o seguir mintiendo?

—Dieciocho años desde hace cincuenta —contestaron al unísono. 

Las chicas se miraron y empezaron a reír. 

—Ya, claro. Eso es imposible —Alysa se reía a pleno pulmón. 

—Es posible si eres un habitante de la isla. Allí no se envejece y no morimos de causas naturales como los terrestres. 

—¿Y de qué causas mueren? —quiso saber Seema mientras intentaba contener la risa. 

—Por ejemplo, que un mercenario nos capture y nos clave un cuchillo, que nos atraviesen con una espada, que nos peguen un tiro en el corazón, que nos saquen las entrañas con un cuchillo de cazador… —respondió Lysander enumerando con los dedos. 

—Vale, es suficiente. Nos hemos hecho una idea —Seema empezaba a sentir náuseas. 

Siguieron adelante hasta una gran habitación ovalada. A la derecha había una enorme cocina de madera blanca y encimera de granito negro. Una gran isleta la separaba del salón. Un sofá de tres plazas y un sillón blanco a cada flanco, rodeaban una mesa auxiliar de cristal. A la espalda del gran sofá negro había una mesa de cedro rectangular con seis sillas. A la izquierda había dos puertas de madera maciza. 

—¿A dónde dan esas puertas? —preguntó Seema. 

—A nuestras habitaciones —respondió Lysander al sentarse en el sofá con comodidad. 

—¿Solo hay dos? —quiso saber Alysa mirando a su alrededor para buscar más puertas cerradas. 

—Sí, una para Lysander y otra para mí. Supongo que deberíamos haber excavado cuatro —dijo Bastiaan dando cuenta de que no habían pensado en ellas—. Podéis dormir en nuestras camas, nosotros nos quedaremos en el salón. Mañana continuaremos el camino. 

—Podemos dormir nosotras en el salón. No es problema. No creo que el sofá esté más duro que nuestros camastros del convento —propuso Seema con humildad. 

—Cierto, ya estamos acostumbradas —añadió Alysa llevando una mano a sus riñones. 

—Lo siento, pero no. No podemos permitirlo. Si vuestros padres se enteraran de que os dejamos dormir en el suelo, nos despellejarían —dijo Lysander con una sacudida al sentir un escalofrío que le subió por la espalda nada más pensarlo. 

—Como queráis. ¿Puedo preguntaros una cosa? —inquirió la princesa antes de caminar hacia la habitación—. ¿Podríais traducir el pergamino que me dejaron mis padres? No he podido encontrar ningún libro para ello. 

Alysa les tendió el pergamino cuando lo sacó de la mochila azul oscuro que llevaba colgada en la espalda. 

—No sabemos leer ese idioma. Solo hay dos personas que saben: Alina y su hija. Alina fue quien los escribió para que el Comandante no supiera lo que decían —contestó Bastiaan al sentarse al lado de su amigo.

—¿Están las dos en la isla? 

—Alina estuvo en la isla. Murió poco después de que el Comandante empezara la guerra. Y su hija está… —dudó. 

—Está a tu lado —terminó Lysander señalando a Seema. 

La chica miró a sus tres compañeros con cara de sorpresa. 

—¿Yo sé leerlo? —preguntó la muchacha. 

—Tu madre y tú sois las únicas que sabéis leer sirenio antiguo, la lengua del dios Poseidón. Alina, tu madre, era una descendiente de él. 

—¿El dios Poseidón? ¿El dios del mar? —interrogó Alysa con la boca abierta. 

Los dos jóvenes asintieron con solemnidad. 

Alysa se quedó pensando unos segundos y después dijo:

—¿Cómo no me he dado cuenta antes? Por eso pudiste decirme qué ponía en tu pergamino. 

Seema le tendió la mano a su amiga para que le entregara la carta y empezó a leer:

“Querida hija,

Cuando leas esta carta ya tendrás la mayoría de edad para saber por qué te abandonamos en el convento de los terrestres, en la superficie. 

Era el único sitio donde no se les ocurriría mirar. No queríamos que corrieras peligro a nuestro lado. Las cosas se han complicado desde tu nacimiento. Tu padre y yo hemos tenido que pensar en lo que sería mejor para ti. No sabemos qué pasará, ni si saldremos con vida de esto. Por favor, no te acerques a la isla para nada. Si te encuentran podrían capturarte o lo que es peor, matarte. Espero con todo mi corazón que te encuentres bien estés donde estés en este momento. Confío en que los hombres del General te cuiden y nuestro enemigo no te localice. 




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