Bastiaan encabezó la marcha seguido de Alysa, Seema y acabando con Lysander. El estrecho pasillo se hundía cada vez más en la tierra.
—¿Dónde se encuentra la isla? —preguntó Alysa a la vez que se agarraba a la camiseta del capitán para no caerse o perderse.
—En el fondo del océano. ¿No habéis leído las historias de los libros? —respondió Lysander sujetando a Seema para que no se diera de bruces contra un muro.
—Sí, pero no sabíamos que eran ciertas. Creíamos que eran solo eso, historias —contestó la chica sonriendo para darle las gracias.
—Pues no son solo historias. Son ciertas… algunas —le afirmó él.
—¿Y cómo es posible vivir en el fondo del océano? ¿Cómo se respira? —quiso saber Alysa con curiosidad.
—Tenemos la habilidad de respirar bajo el agua. Además, la isla está rodeada por un escudo invisible que nos protege de la presión del mar y de los que crean que existen los habitantes de esa isla. Los mortales suelen tener muchas historias o leyendas sobre gente submarina. Creo que las llaman sirenas —la informó Bastiaan girando hacia la izquierda.
Continuaron hasta llegar a una puerta blindada como las de una caja fuerte. Los dos capitanes giraron el gran pomo, sacaron un poco la cabeza para mirar en el interior y les hicieron una señal a las chicas para que los siguieran.
Entraron en silencio a una gran habitación muy oscura. No tenía ventanas y había una hilera de celdas a cada lado de la estancia. Los capitanes se adelantaron para mirar en las celdas, a la vez que susurraban:
—¿General? ¿Majestades?
—Aquí, capitanes. Qué alegría me da veros sanos y salvos —susurró una voz grave desde la última celda de la derecha.
—General, a nosotros también nos alegra veros. Le hemos traído visita —le dijo Bastiaan mientras Lysander se alejaba para coger la mano de Seema y acercarla a la celda—. Su hija.
La chica se acercó a los barrotes para poder ver mejor al hombre. Como los capitanes, el general también aparentaba dieciocho años, pero era seguro que no los tenía. Era un hombre alto, fornido, moreno, con la mandíbula cuadrada y con los ojos negros, al igual que ella. Parecían hermanos más que padre e hija. Seema extendió el brazo por entre los barrotes para coger las manos masculinas.
—Padre, me alegra conocerte por fin.
—No sabes cuánto tiempo he soñado con este momento. Veo que a ti te han tratado en el convento mejor que a mí en esta mugrienta celda —dijo con una media sonrisa en la cara, feliz de ver a su hija.
—General, ¿dónde están los reyes? —le preguntó Alysa al acercarse a su amiga.
—Debe de ser la princesa. Es igual que su madre, excepto los ojos que son de su padre. Llámame Altaír, general es solo para cuando hay concilio.
—¿Sabe dónde están mis padres?
—La reina está en los aposentos del Comandante y el rey está en el calabozo.
—¿En el calabozo? ¿Cuándo se lo han llevado? —quiso saber Bastiaan con preocupación.
—Ayer. Todavía tenéis tiempo para sacarlo de allí. ¿Qué hora es?
—Las ocho y media de la mañana —contestó Lysander mirando el reloj de su muñeca.
—Tenéis una hora y media para sacarlo. A las diez irán a por él para llevarlo a la horca.
—¿A la horca? ¿Van a matar a mi padre? —preguntó Alysa agarrando los barrotes de la celda para no caerse al suelo.
—Tranquila, no lo conseguirán. Lysander y yo lo liberaremos antes —Bastiaan le posó una mano en el hombro para reconfortarla.
—Por supuesto. Y nos sobrará tiempo para tomarnos un café —añadió su amigo preparando la pistola.
Los dos capitanes se alejaron por la misma puerta por la que habían entrado. Dentro del pasadizo, cerraron la puerta detrás de ellos y ésta se hizo invisible. No parecía que unos segundos antes hubiera estado allí.
—¿Llegarán a tiempo? —inquirió la princesa con una lágrima resbalando por su mejilla.
—Estoy totalmente seguro.
—Yo no lo estaría tanto —respondió una voz ronca desde la celda de al lado.
—¿Por qué no? —Alysa se acercó al hombre misterioso.
—Porque los capturarán a ellos también antes de que puedan liberar al rey. El Comandante es muy listo y seguro que ya sabe que están aquí.
—Eso es imposible. Tendría que tener un radar para localizarlo —apuntó el general.
—Y eso, querido amigo, es lo que tiene. Y lo tiene precisamente aquí —dijo el hombre sacando a la poca luz de las antorchas un pequeño monitor con dos puntitos rojos y varios verdes.
—Pero ¿qué…? —empezó a decir Alysa cuando alguien le tapó la boca desde atrás.