—Pero ¿qué…? —empezó a decir Alysa cuando alguien le tapó la boca desde atrás.
Uno de los encarcelados había salido de su celda y la estaba inmovilizando. Dos más salieron de las celdas contiguas e inmovilizaron a Seema.
Las amordazaron y le ataron las manos y las piernas antes de meterlas en una celda.
—¡Comandante! ¡Eres un…! —el general no tenía palabras para describirlo. Ya las había agotado todas en todos los años que llevaba encerrado.
—Esos dos capitanes me han servido de gran ayuda, general. Si no fuera por ellos, ahora mismo no tendría la clave delante de mí.
—No conseguirás lo que quieres. Te matarán antes de que puedas ponerles una mano encima.
—Eso ya lo veremos. No aceleremos los acontecimientos, mi querido amigo. Todo a su debido tiempo —dijo al hacer una señal a uno de los guardias para que le cerrara la boca.
El soldado entró en la celda de Altaír y lo amordazó y ató como a las chicas.
El Comandante salió de la celda en la que había estado oculto. Era un hombre menudo, rubio y con los ojos azules más fríos que Alysa había visto en toda su vida. Se parecían mucho a los de sor Melania. La hermana siempre la estaba regañando cuando estaba en el convento, y siempre la miraba con los mismos ojos inexpresivos, calculadores y fríos como el hielo.
—Bueno, chicas. Creo que vamos a esperar aquí a vuestros amigos. Calladitos, claro. No queremos que se alerten —dijo el Comandante con una sonrisa malévola en la cara.
Volvió a su celda y se sentó en su camastro para esperar mientras miraba la pequeña pantalla del radar.
***
Una hora más tarde desde que se fueran los capitanes, la puerta blindada volvió a abrirse. De ella salieron dos hombres agarrando a un tercero.
—¿Chicas? ¿Dónde estáis? ¿General? —preguntó Lysander agarrando a su compañero para que no se cayera al suelo.
—Capitanes, bienvenidos a mis mazmorras —dijo el Comandante al salir de la celda y apuntarlos con una pistola—. Veo que habéis conseguido liberar al rey, aunque Bastiaan no en muy buenas condiciones.
—¿Dónde está la princesa? —quiso saber Lysander entrecerrando los ojos para ver mejor a su adversario en la poca luz que había en la mazmorra.
—Está bajo mi custodia, al igual que la joya. Las necesito para llevar a cabo mis planes.
—Bueno, ahora que las tienes supongo que nos vas a matar a todos, ¿no? —inquirió el rey dejando a Bastiaan sentado en el suelo, apoyado en la pared.
—Pues no, todavía no. Quiero que primero veáis cómo conquisto el mundo en general y los océanos en particular. Después de eso, sí, os mataré a todos. No os necesitaré para nada. Mientras llega ese momento, os acomodaré en las mazmorras —hizo un gesto con la cabeza y los soldados se abalanzaron sobre ellos—. Regresaré más tarde. Necesitaré vuestra ayuda —le informó a las chicas que seguían sentadas en un rincón de la celda donde las habían encerrado.
El Comandante y sus esbirros salieron de las mazmorras y cerraron la puerta a cal y canto.
—¿Chicas? ¿Estáis bien? —preguntó Lysander con un susurro.
Seema consiguió quitarse la mordaza con ayuda de Alysa.
—Nos han atado, pero estamos bien. ¿Qué le ha pasado a Bastiaan? —quiso saber intentando quitarse las cuerdas con las que las habían maniatado.
—Le han disparado. Ahora lo curaré. ¿General, está bien? —se acercó a rastras hasta la espalda del rey.
El aludido intentaba hablar, pero no podía con la mordaza. Se la habían atado tan fuerte que era imposible deshacerse de ella.
—Majestad, coja el cuchillo de mi tobillo —le dijo Lysander.
El rey buscó a tientas el cuchillo de caza hasta que lo encontró. Levantó un poco el pantalón, lo cogió con cuidado y lo sujetó con fuerza.
—No se mueva —continuó el capitán. Acercó las cuerdas de los pies a la hoja del arma y las cortó rápidamente. Se dio la vuelta e hizo lo mismo con las de las manos.
Cogió el cuchillo y desató al rey. Se lo guardó y se acercó a su amigo para comprobar su pulso, la pérdida de sangre, si estaba la herida infectada y si la bala había salido o no.
Alysa y Seema intentaban desatarse, pero era imposible. Se levantaron como pudieron y se acercaron a la puerta de barrotes dando pequeños saltos.
—Lysander, ¿cómo vas con Bastiaan? —le preguntó Alysa preocupada cuando su amiga le quitó la mordaza.
—Voy bien. Ya está curado. Está inconsciente, pero se despertará de un momento a otro.
El capitán se acercó a la puerta de su celda y miró detenidamente el candado.
—¿Hija mía? —inquirió el rey.
—Hola, padre.
—Me alegro de que te encuentres bien.
—Y yo de que no estés en la horca.
—Eso es gracias a los capitanes. Debes intentar que el Comandante no consiga lo que pretende.
—¿Y cómo hago eso? —quiso saber Alysa, desconcertada y con la mente en blanco.