El tridente de Poseidón

Capítulo 8

—¿Y cómo hago eso? 

—No debe poner los anillos en el centro del altar. Si los pusiera… estaremos perdidos. 

—¿En qué altar, padre? 

—En el altar donde se encuentra el tridente de Poseidón. Si lo consigue, dominará los océanos y a sus habitantes, tanto animales como personas. Y me temo que no parará ahí. Querrá conquistar el mundo entero. No podemos permitir eso. Sería una gran catástrofe. 

—¿Solo necesita los anillos? —quiso saber Alysa con una idea en la cabeza. 

—También necesita a la hija del general Altaír. 

—¿A Seema? ¿Por qué? ¿Para qué? 

—El Comandante necesita activar el tridente para que funcione. Para activarlo tiene que leer el hechizo que está en sirenio antiguo. Nadie sabe leerlo, excepto los descendientes del dios. 

Se escuchó el chirriar de un pestillo al abrirse. Se quedaron todos callados, a la espera de ver quién entraba en la mazmorra. Las chicas regresaron al rincón lo más rápido que pudieron. 

—La comida, perritos —dijo uno de los guardias mientras otros les acercaban unas bandejas con un poco de pan, un vaso de agua sucia y un trozo de queso mohoso. 

Dejaron las bandejas cerca de los barrotes y se fueron. Cerraron la puerta a sus espaldas y la conversación prosiguió.

—Majestad, ¿sabe quién mató a mi madre? —quiso saber Seema enjugando la lágrima que caía por su mejilla. 

—El Comandante la mató antes de saber que ella era la clave para activar el tridente. 

—¿Y cómo sabe él que yo sé leer sirenio antiguo? No lo sabía ni yo.

—Lo lees sin darte cuenta. No sabes que es sirenio antiguo porque lo lees como si fuera tu propio idioma, pero no lo es. Tu madre sabía leerlo porque ella era una descendiente del dios Poseidón. El idioma pasa de generación en generación por la genética. Tu madre lo leía y hablaba, por lo que tú también. Está en tus genes, en tu ADN —respondió el rey mirando la comida con asco. 

—Deberíamos centrarnos en salir de aquí primero —dijo Lysander mirando en las paredes exteriores de su celda para encontrar la llave. 

—No hace falta que la busque, capitán. Yo sé dónde está —le contestó el rey—. La tiene el Comandante colgada del cuello en una cadena de plata. 

—Estupendo. La cosa se está poniendo interesante —apuntó el capitán al sentarse al lado de su compañero para tomarle la temperatura. 

—¿Cómo está? 

—No le ha dado fiebre, eso es buena señal. Debemos salir de aquí lo antes posible. 

***

La noche dio paso a la mañana. La Luna se escondía para dejar que el sol alumbrara las calles y el palacio de isla Sirena o, al menos, la poca luz que llegaba a esa profundidad del océano. 

El Comandante se despertó, se levantó a toda prisa con una gran sonrisa en los finos y agrietados labios y empezó a vestirse. «Hoy va a ser un día especial», pensó.

—Buenos días, joyas mías —les dijo a las chicas desde la puerta de la celda al entrar en la mazmorra—. Hoy es el día. Vamos —le hizo una señal al guardia para que abriera y las desatara. 

El Comandante se alejó para dejarles paso. Lysander estaba apoyado en la puerta de su celda cuando vio la oportunidad. Cogió al Comandante por el cuello con el brazo, apretando cada vez con más fuerza. 

Dos de los soldados que habían entrado le apuntaron con las pistolas mientras los otros dos custodiaban a las chicas. 

—Capitán… no debería… hacer eso —le advirtió el Comandante como pudo. El brazo de Lysander le aplastaba la garganta. 

—¿Por qué no? Sería muy fácil —le susurró al oído. 

—Si lo hace… las dos muchachas… estarán muertas… en el mismo instante… en que yo caiga —no podía respirar. 

Lysander miró a las chicas. Estas lo miraban suplicantes, con lágrimas en los ojos. El capitán dejó libre al Comandante a regañadientes y lo amenazó:

—Cuando llegue la hora, te mataré con mis propias manos.

Los siete desaparecieron detrás de la puerta que se cerró con un fuerte golpe. Aún se podía oír la tos del Comandante por el pasillo. 

—¡Capitanes! Hay que salir de aquí. Se las ha llevado. Si consigue el tridente no habrá forma de pararle —gritó el rey zarandeando la puerta de barrotes. 

—Tranquilícese, majestad. Eso no va a pasar —contestó Lysander mostrando la llave que tenía escondida en la mano. 

El rey miró el objeto y se quedó de piedra mientras cavilaba en un murmullo:

—Solo lo ha hecho para poder quitarle la llave del cuello, ¿verdad? 

—Vi la oportunidad y la aproveché. 

—Ha sido una locura. 

—Sí, pero ha funcionado. 

El capitán acercó la llave a la cerradura y la introdujo en la ranura del candado. Un pequeño chasquido se escuchó en la silenciosa mazmorra cuando el candado se abrió. 

Lysander guardó la llave en su bolsillo y abrió la puerta de la celda. El rey estaba con la boca abierta y miró al capitán con asombro. 




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