—¿Ho… Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó la princesa con un tartamudeo.
Entraron con sigilo, una detrás de la otra.
La cama en la pared de la izquierda, enfrente a los tres altos ventanales, estaba hecha con total pulcritud.
Alysa miró hacia los ventanales cubiertos por las cortinas y le pareció ver una sombra detrás de aquella tela blanca con pequeñas flores de lis plateadas. Le dio un pequeño codazo a su amiga para que mirara en esa dirección y la chica se llevó una mano a la boca para ahogar un grito. Se acercaron a las cortinas y la princesa cogió un atizador del fuego de la chimenea como arma improvisada. Llegó al ventanal y, sin previo aviso, descorrió las largas cortinas y gritaron. La sombra que estaba detrás de la tela las imitó.
—¿Es un espejo? —preguntó Seema mirando hacia su amiga y de vuelta a la persona detrás de la cortina con la boca abierta.
—Tranquilas, no voy a haceros daño —contestó la sombra levantando las manos en señal de rendición.
—Alysa, es igual que tú —le susurró Seema a su amiga asombrada por el gran parecido.
—¿Quién eres? —quiso saber la princesa mirando a la muchacha que parecía un reflejo de ella misma.
—Soy la reina Adrienne. ¿Quiénes sois vosotras? —respondió la mujer al dirigirse a la cama para sentarse en el borde.
—Yo soy Seema, la hija del general Altaír. Y ella es Alysa, vuestra hija, majestad.
—¿Alysa? —inquirió con la boca abierta por la sorpresa.
La reina se levantó para acercarse a ella.
«El parecido es asombroso», pensó Seema mientras madre e hija se abrazaban y besaban con lágrimas en los ojos. «Los mismos rasgos finos, el mismo pelo dorado, la misma nariz respingona, la misma pequeña boca, las mismas manos delicadas y casi la misma altura. Parecen gemelas», continuó cavilando.
—Hija mía, me alegro de conocerte al fin.
—Yo también, madre.
—Majestad, ¿qué hace aquí en los aposentos del Comandante? —quiso saber Seema.
—Me tiene prisionera.
—¿Por qué? —Alysa se sentó junto a ella, en la cama.
—Porque está enamorado de mí. Quiere que reine con él en el nuevo mundo.
—¿El nuevo mundo?
—Así es como lo llama. Cuando tenga el tridente y lo conquiste será un nuevo mundo para él. Tenéis que retrasar ese momento tanto como podáis, sobre todo tú, Seema. Eres la única que puede leer el hechizo que lo activa.
—No sé qué hacer para retrasarlo —contestó la aludida con impotencia y frustración.
—De momento está ocupado buscando nuestros anillos —dijo Alysa mirando a su amiga con una sonrisa de complicidad.
—¿Por qué? ¿Qué habéis hecho con ellos? —quiso saber la reina pasando la mirada de una a otra.
—Los hemos escondido. Mientras busca los anillos tenemos tiempo para pensar en algo y acabar con él —respondió su hija con una gran sonrisa de oreja a oreja.
—Eso está muy bien, pero ¿cómo acabamos con él?
—Todavía estamos pensando en ello. Supongo que tendremos que esperar hasta que los capitanes y mi padre puedan escapar para ayudarnos —dijo Seema mirando por el ventanal.
—Tienes razón. Ellos son los únicos que podrían detenerlo —afirmó la princesa.
—Tenemos que tener fe en que lo hará. Hasta entonces, podemos matar el tiempo conociéndonos —habló la reina abrazando a su hija.
***
De nuevo en el salón subterráneo, el rey y el general intentaban hacer entrar en razón a los capitanes.
—Capitanes, no podemos entrar así como así. No sabemos nada de lo que está pasando allí dentro. Seguramente el Comandante ya sabe que las chicas no tienen los anillos y que nos hemos escapado —dijo el rey.
—Tiene razón, capitanes. Sería muy arriesgado. Debemos pensarlo bien. Y tampoco sabemos dónde están las chicas —afirmó el general.
—Cierto, pero tenemos que pensar en algo pronto. No podemos perder más tiempo —concluyó Lysander con impaciencia.
—Pensemos. ¿Dónde podrían estar las chicas? —preguntó Bastiaan mientras caminaba por el salón, nervioso.
—Podrían estar en la celda de nuevo. O en la sala del altar —contestó el rey observando al capitán.
—Pues tendremos que comprobar los dos sitios sin que se den cuenta —dijo Bastiaan mirando a su compañero con una mirada cómplice.
Lysander asintió en señal de aprobación. Era necesario averiguar dónde estaban las jóvenes antes de empezar un ataque.
—¿A qué estamos esperando? —quiso saber Bastiaan al coger las armas de encima de la mesa.
Su compañero lo siguió por el pasadizo que llevaba de nuevo a la mazmorra. Los dos capitanes pegaron la oreja a la puerta para verificar que no había nadie dentro y la abrieron lentamente y en silencio. Entraron y se dirigieron a la celda, pero estaba vacía. Todas estaban vacías. No, todas no. En una había dos hombres que parecían estar muertos.