Bastiaan cogió la mano de la princesa y se dirigieron a la puerta blindada de donde habían salido. Estaban a punto de abrirla cuando cuatro soldados entraron en la habitación en tropel con el Comandante detrás de ellos.
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? Los dos capitanes intentan salvar a la princesa, a la reina y a la hija del general —se acercó a Lysander y extendió la mano—. Creo que tú tienes algo que me pertenece.
—No, no lo creo —contestó el chico con sus ojos fijos en los azules y fríos como el hielo del Comandante.
—Está bien. Si no quieres dármelo por las buenas, tendrá que ser por las malas —le hizo un gesto a uno de los soldados y éste le apuntó con la pistola al capitán—. ¿Me lo vas a dar ahora o voy a tener que matarte para cogerlo yo mismo?
Lysander miró a su alrededor. A los tres soldados que bloqueaban la salida, al Comandante delante de él, al soldado a su lado mientras lo apuntaba con la pistola en la sien, a las dos mujeres detrás de él y a su amigo y compañero de armas a su lado.
Bastiaan sabía exactamente lo que su compañero pensaba hacer solo con mirarle a los ojos. Después de tantos años de camaradería, se comprendían perfectamente sin tener que decir ninguna palabra. Lo había entendido a la perfección y le hizo un leve gesto de asentimiento.
Su amigo sonrió para que supiera que estaba preparado, sacó los anillos del bolsillo y se lo tendió al Comandante.
El Comandante sonrió encantado al haber ganado la pequeña batalla que estaban librando, extendió la mano para que el capitán lo dejara caer en ella, pero no fue así. Los dos anillos cayeron en la alfombra roja que pisaban.
El hombre se agachó para recogerlos y, en ese momento, los capitanes aprovecharon para atacar. Lysander derribó en dos movimientos al soldado que le apuntaba con la pistola y, después, le asestó un rápido golpe al Comandante en la nuca con el arma.
Bastiaan se acercó a los tres soldados que obstaculizaban la salida. El primero cayó al suelo con un cuchillo clavado en el pecho, el segundo encima del primero con una gran sonrisa en el estómago y el tercero encima del segundo con un agujero de bala entre los ojos.
Bastiaan miró a su amigo que se inclinaba sobre el Comandante con un cuchillo en la mano, dispuesto a cortarle el cuello a ese bastardo.
—¡No! —le gritó mientras le sostenía el brazo para impedir el ataque.
—¿Por qué? —quiso saber Lysander entre dientes y sorprendido por la reacción de su compañero.
—Las chicas no deberían ver esto.
Lysander miró a las dos chicas que se habían trasladado hacia un rincón de la habitación, asustadas. Regresó a mirar al Comandante tumbado en la alfombra y, después, a su amigo.
—Tendremos tiempo cuando las hayamos puesto a salvo —le dijo Bastiaan para que entrara en razón.
Lysander dejó de hacer fuerza con el brazo y enfundó el cuchillo en la funda amarrada a su cinturón. Se puso de pie y se acercó a las tres mujeres asustadas.
—Tenemos que irnos —dijo con una voz suave y la mano extendida hacia Seema.
La joven le agarró la mano con fuerza y se encaminaron hacia la puerta del pasadizo.
—¡Hija mía! —gritó el general al acercarse a ella con los brazos abiertos al verla entrar en el salón.
El rey corrió hacia su esposa y su hija para besarlas y abrazarlas con fuerza.
—Creía que te había perdido —le dijo a su esposa con un beso en los labios.
—Nunca, cariño —respondió la reina con las lágrimas resbalando por sus mejillas.
Alysa se alejó de ellos para darles un poco de intimidad, llegó hasta Bastiaan que se había sentado en el sofá con los pies encima de la mesa y se sentó a su lado.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —quiso saber al descansar la cabeza en el hombro masculino.
—Tú, nada. Lysander y yo mataremos al Comandante.