Mientras la alegría seguía presente en el salón excavado por los capitanes, el Comandante se despertó de la inconsciencia en la que el capitán lo había dejado. Se levantó con trabajo y se sentó en el diván.
«No me vencerán. He esperado mucho tiempo para que me venzan ahora», pensó con furia. Se acercó a la puerta un poco tambaleante y gritó:
—¡Guardias! ¡Quiero que dupliquen, no, que tripliquen la seguridad en mi palacio! ¡Y que venga un experto para identificar los pasadizos que esos dos bastardos han estado haciendo en mis paredes!
—Ahora mismo, mi Comandante.
El guardia salió como una bala para hacer llegar las órdenes del Comandante. Éste seguía en la habitación, observando las paredes con rabia. Estaba decidido a matarlos a todos si era preciso para conseguir lo que había esperado durante dieciocho años. Unos niñatos no iban a acabar con él.
***
La noche pasó para dejar paso a la mañana. El experto en detectar las puertas invisibles llamó a los aposentos del Comandante.
—¿Quién es? —preguntó desde la cama.
—Soy Conrad, el experto, señor. Me han dicho que quería verme —le respondió el hombre temeroso de que se hubiera equivocado de día y hora.
—Pase. Quiero que se ponga desde ya a buscar esas dichosas puertas. Cuando las tenga localizadas, me llamas.
—¿Dónde tengo que buscar, señor? —inquirió el hombre mirando al suelo.
—Por todo el palacio. No quiero que deje ningún rincón sin ser revisado. ¿Está claro?
—Cristalino, señor. Me pondré manos a la obra.
El robusto hombre rollizo hizo una pequeña reverencia y se marchó. El Comandante se vistió a toda prisa para observarlo. No se fiaba de nadie. Los capitanes podrían tener infiltrados en el palacio y no estaba dispuesto a que lo volvieran a interrumpir cuando estaba tan cerca de conseguir lo que quería.
Salió de la habitación para llegar a toda velocidad hasta la primera estancia en la que buscarían cualquier signo de alguna puerta invisible. Había tres hombres en la estancia cuando el Comandante entró. Se acercó a Conrad y le preguntó:
—¿Quiénes son esos?
—Son mis ayudantes, señor.
—No me dijo que necesitaba ayudantes para hacer el trabajo —le dijo con los dientes apretados.
—No creí que pudiera ser un inconveniente. No puedo buscar en todo un castillo yo solo, señor. Tardaría semanas.
—¿Y cuánto va a tardar con sus ayudantes?
—Una semana como mucho, señor. Cada uno estará en una habitación y la examinaremos centímetro a centímetro. Si alguno encuentra una puerta, me lo comunicará a mí y yo se lo diré a usted.
El Comandante frunció el ceño no muy convencido de querer tener en su palacio a tres hombres totalmente desconocidos deambulando de aquí para allá. Aunque no quedaba más remedio. Quería encontrar esas puertas, descubrir dónde se escondían esas ratas y destruirlas a todas.
—Está bien. Tiene cuarenta y ocho horas para encontrarlas. Ni un minuto más ni un minuto menos —le advirtió el Comandante al experto con un dedo amenazador.
Conrad hizo una reverencia mientras asentía.
—Sí, señor. Chicos, empieza el trabajo —les dijo a sus hombres.